En medio de la confusión

Juan 20.1-18 NTV

FlyerMaker_20042019_103426El relato de la resurrección de Cristo, sin importar quien lo haga, no deja de ser conflictivo. Primero, porque en realidad nadie relata la resurrección del Señor sino las reacciones de quienes la enfrentaron de primera mano. Estos aparecen impactados por la tumba vacía y responden a la misma con confusión, temor y desesperanza. Alguien diría que la breve indicación de Lucas en el sentido de que Pedro y el otro discípulo regresaron a sus casas sería la más contundente declaración del fracaso del proyecto de Jesús. Para Pedro y Juan la tumba vacía les despojaba hasta de la memoria de aquel a quien habían ofrendado su vida.

Sin embargo, el hecho de la resurrección tiene mucho más que ver con lo que Dios hace que con la manera en la que las personas respondemos a su quehacer. Entre la confusión humana reinante, Lucas destaca de manera sutil la preeminencia de un orden sobrenatural. Como si nada apunta que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús ya no estaba con las vendas, sino que la habían enrollado y puesto aparte. Trato de imaginar a Jesús quien, despertando del sueño de la muerte, se toma el tiempo para enrollar y acomodar su sudario, como quien dobla la pijama y la pone en su lugar. Además, Lucas también apunta que cuando la ansiosa María se inclina para ver dentro de la tumba, llorando, se encuentra con dos ángeles, sentados, uno donde había reposado la cabeza de Jesús y el otro donde habían estado sus pies.

Un tercer elemento contrastante es el carácter amable, respetuoso, con el que los ángeles y Jesús mismo se dirigen a María. NTV traduce el verso 13 así: —Apreciada mujer, ¿por qué lloras? —le preguntaron los ángeles. Y, los versos 14 y 15: [María] Dio la vuelta para irse y vio a alguien que estaba de pie allí. Era Jesús, pero ella no lo reconoció. —Apreciada mujer, ¿por qué lloras? —le preguntó Jesús—. ¿A quién buscas? Las personas histéricas, desesperadas, poca gracia encuentran. Irritan, haciendo difícil el mantener la calma ante su alterado estado de ánimo. Sin embargo, los ángeles y Jesús mismo actúan como quienes no han sido sorprendidos por los acontecimientos y muestran consideración a quienes los mismos les han alterado.

Podemos ver que nuestro relato hace evidente lo difícil que resulta para nosotros los seres humanos el estar expuestos al quehacer sobrenatural de Dios. Este carece de toda lógica desde nuestra perspectiva. Simplemente no podemos asumirlo como un hecho viable, lógico. Ante la manifestación del quehacer divino tendemos a dar respuestas que podemos manejar. Sacaron el cuerpo del Señor, se lo robaron y no sabemos dónde lo pusieron, explicó María a Pedro y Juan. Resultaba más lógico pensar así que aceptar lo que Jesús les había dicho, que Dios lo iba a resucitar al tercer día. No habían entendido las Escrituras que decían que Jesús tenía que resucitar de los muertos, explica Lucas.

Al considerar los contrastes expuestos entre el quehacer humano y el del orden de Dios, quiero proponer a ustedes un par de cuestiones. La primera es que el hecho de la resurrección de Cristo es una prueba más de que nada detiene el cumplimiento del propósito de Dios. Ni siquiera nuestra incredulidad o nuestra falta de aprobación a la lógica divina. Nuestra confusión no altera el orden del Señor. Y esto tiene, como las monedas, dos caras. Una positiva y una negativa. La resurrección significa la vida eterna para muchos, pero, también la derrota eterna de los enemigos de Cristo.

La segunda cuestión es que en tratándose del cumplimiento de su propósito Dios no se olvida de quienes son los sujetos del mismo. La resurrección no tenía como objetivo desafiar las leyes naturales sólo para demostrar el poder de Dios. No, la razón de la resurrección son las personas como Pedro, Juan y María. Aquellos que, prisioneros del pecado, no son capaces de comprender por sí mismos el poder y, sobre todo, el amor de Dios manifestado en Jesús. Jesús no viene a dar vida a los vivos, ni a sanar a los sanos ni, mucho menos, a salvar a los justos. Viene a los muertos espiritualmente, a los enfermos y a los pecadores. Por y para ellos es que Jesús resucitó.

Y Lucas destaca que cuando Jesús y María se reconocen mutuamente es cuando el milagro de la resurrección se cumple en María. También ella corre, pero a diferencia de Pedro y Juan no lo hace para derrumbarse y refugiarse en su casa, sino para anunciar que el propósito divino se ha cumplido. Se convierte en heraldo de la resurrección porque ella misma, asegura, ha visto al Señor.

Termino pensando que pocos pensarían que un sepulcro es el mejor lugar para encontrar a Dios. María lo hizo. Creo que nosotros podemos aprender de ello si asumimos que nuestras limitaciones no limitan a Dios. Y que es en nuestra debilidad en donde se hace evidente el poder del Señor. Así que vayamos a él, ahí adonde creemos que él está o estaba. De cualquier forma, el saldrá a nuestro encuentro y nos llamará por nuestro nombre. Porque él nos ama y no ha deja de estar interesado en nosotros.

 

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