1 Pedro 4.10,11; Lucas 12.48; 16.10,11
El creyente no se plantea la cuestión de si ha recibido o no algún don espiritual. El Apóstol Pedro declara de manera contundente: Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas. Así que no hay duda respecto si hemos recibido algún don; más bien, la cuestión tiene que ver con cuál es el don que hemos recibido y como hemos de administrar fielmente la gracia de Dios que este representa.

Tres dones que complementan de manera significativa a los que hemos denominado dones espirituales trascendentes, son: el don de la profecía, el don del discernimiento de espíritus y el don de la exhortación. Paradójicamente, la cultura propia de este mundo, del orden ajeno al reino de Dios, está permeando a la Iglesia. El hedonismo, es decir, la búsqueda del placer como el fin supremo de la vida, pervierte aún los conceptos bíblicos y, en particular, deforma el ser y propósito de los dones espirituales asumiendo que los mismos están diseñados para garantizar la comodidad, el éxito y la complacencia de quienes los han recibido.
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