DE Identificación y desarrollo (bis)

1 Pedro 4.10,11; Lucas 12.48; 16.10,11

El creyente no se plantea la cuestión de si ha recibido o no algún don espiritual. El Apóstol Pedro declara de manera contundente: Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas. Así que no hay duda respecto si hemos recibido algún don; más bien, la cuestión tiene que ver con cuál es el don que hemos recibido y como hemos de administrar fielmente la gracia de Dios que este representa.

Desde luego, el primer recurso con el que el creyente cuenta es el recurso de la oración. La oración es diálogo que nos permite establecer un marco de referencia común con Dios, nuestro Señor. Mediante la oración nos revelamos a Dios, le mostramos lo que hay en nosotros: propósitos y dudas, gratitud y necesidades, etc. Pero, también, mediante la oración podemos conocer el corazón de Dios. Cuál es su voluntad, cuáles sus medios de gracia, cuál la tarea que él realiza y a la que desea incorporarnos, previa capacitación mediante los dones espirituales.

Pero, tan importante recurso sólo adquiere su verdadera relevancia cuando oramos apasionada y comprometidamente. El clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces, de Jeremías 33.3, sustenta nuestro presupuesto. La expresión clama a mí, se refiere al grito de quien ha llegado al límite de sus capacidades y necesita de la inmediata y total intervención divina para la resolución de su conflicto. No se trata de una necesidad que puede ser relegada, mucho menos ignorada. Simplemente, la persona no puede seguir viviendo sin que aquello se resuelva. Es así, con un sentido de urgencia, que debemos aspirar a conocer y practicar los dones espirituales que se nos han encomendado.

La declaración que nos ocupa también resalta el principio del compromiso. El que Dios nos enseñe cosas grandes y ocultas que desconocemos, nos impulsa a actuar en consecuencia. Así lo establece nuestro Señor Jesús cuando asegura y previene: A quien mucho se le da, también se le pedirá mucho; a quien mucho se le confía, se le exigirá mucho másLucas 12.48

Así que, al principio de la oración apasionada y comprometida, debemos sumar lo que podemos llamar el principio de la gradualidad. Podemos asegurar que la revelación divina, así como las bendiciones o dones recibidos de lo alto van de grado en grado, van de menos a más. En tratándose de los dones espirituales este principio de la gradualidad pasa por tres elementos de validación. El primero tiene que ver con la convicción propia del creyente respecto de los dones recibidos. Convicción que resulta del cultivo de su comunión personal con Dios, así como del estudio y de la comprensión de lo que son y del propósito de los dones espirituales.

Un segundo elemento es el testimonio pasivo y activo del cuerpo de Cristo respecto de las convicciones personales del creyente. La congregación, en primera instancia y después otras expresiones del cuerpo de Cristo, la iglesia, confirma el sustento y la viabilidad del o de los dones que el creyente considera haber recibido. Esta confirmación es pasiva porque la congregación observa y reconoce, recibe un testimonio interno de parte del Espíritu Santo al respecto. Es activa, porque, en consecuencia, con lo anterior, la congregación anima, facilita y promueve que el creyente desarrolle y ponga los dones recibidos al servicio de los demás.

El tercer elemento del principio de la gradualidad son los frutos, las manifestaciones concretas y el beneficio palpable que el ejercicio de los dones recibidos por el creyente, significan para la congregación en particular y para la iglesia en lo general.

El pasaje de Lucas 16.10,11, contiene una reveladora información respecto del ejercicio de los dones espirituales. Primero y empezando por la declaración contenida en el verso once, Jesús nos revela que las riquezas injustas (riquezas de este mundo), las falsas riquezas de este mundo, ponen a prueba nuestra fidelidad y mayordomía. Jesús establece un contraste entre los tesoros de este mundo y los tesoros espiritualesMateo 6.19-21 ¿Cuáles son unos y otros? Simplemente, los primeros son aquellos bienes que no trascienden la vida terrenal. Comparado con las cosas que trascienden, que afectan la eternidad, como los dones espirituales lo hacen, todo lo demás es lo menos, vale poco. Pero, tiene una cualidad impresionante, nos pone a prueba, descubre lo que hay en nosotros. Porque la manera en que administramos esta riqueza menor descubre dónde está nuestro corazón. Por lo tanto, quien administra de manera infiel lo que ha recibido, destinándolo sólo para su propio bienestar y el de los suyos, difícilmente podrá conocer y desarrollar el don, o los dones espirituales que ha recibido.

El ejercicio de los dones espirituales siempre representa un desgaste de quienes los han recibido y los ponen al servicio de los demás. Este desgaste resulta de la negación de uno mismo que el ejercicio del don requiere. Lo que damos a los demás no lo podemos retener para nosotros mismos: amor, entrega, tiempo, compromiso, etc. Es esta la verdadera lucha que enfrenta el cristiano: estar dispuesto a dar de gracia lo que de gracia ha recibido.

Por eso es por lo que decimos que el momento de la ofrenda, durante el culto, es un momento espiritual, místico, misterioso. Es el momento que revela nuestra fe, que descubre nuestro corazón. (Generalmente quienes no son fieles con sus diezmos y ofrendas tampoco viven fielmente. Como Ananías y Safira, dicen una cosa cuando realmente son otra.) La manera en que ofrendamos revela la sinceridad y el grado de nuestro compromiso con Cristo y con su obra. Lo mismo sucede en la vida cotidiana con la manera en que administramos los recursos que hemos recibido. Porque, no debemos olvidar, todo lo bueno y perfecto que se nos da, viene de arriba, de Dios, que creó los astros del cielo. Santiago 1.16

Así que, interesados en conocer y desarrollar los dones espirituales que se nos han dado, tenemos el reto de administrar correctamente los dones menores que hemos recibido. A mayor fidelidad manifiesta en tales riquezas injustas, mayor manifestación de los dones espirituales. Un creyente inmaduro, egoísta, que hace dispendio de lo recibido, no resulta confiable a los ojos de Dios. De la misma manera, una congregación que sólo se ocupa de sí misma, que gasta de manera excesiva e innecesaria lo que Dios le ha confiado para su servicio, será censurada con la no manifestación plena de los dones espirituales y aún corre el riesgo de que aquella porción del Reino que le ha sido dada, se le quite y se les dé a quienes sí la hagan producir conforme al propósito divino.

Explore posts in the same categories: Agentes de Cambio, Dones espirituales, Identificación de los Dones Espirituales, Servicio Cristiano

Etiquetas: , ,

You can comment below, or link to this permanent URL from your own site.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s


A %d blogueros les gusta esto: