Marcos 9.14-29
La historia que nos cuenta Marcos pone en evidencia que la mayoría de los creyentes vivimos una constante en cuestiones de fe: creemos dudando. Para algunos, asumir tal hecho les provoca sentimientos de culpa que pueden hasta llevarlos a un total alejamiento de la fe. En otros casos, creer dudando puede provocar una serie de dudas respecto de Dios y de uno mismo que, si bien no lo alejan a uno de la fe, sí hacen de la relación con Dios y de su servicio una cuestión difícil, compleja y llena de frustraciones y dudas.
En no pocos casos tal condición es fruto de un desconocimiento de las cuestiones básicas de la fe. Este desconocimiento también se refiere al hecho de ignorar que el problema no es creer dudando, sino el enfrentar nuestras dudas ignorantes de la gracia divina, su significado y su operación; así como ignorar que la duda no necesariamente invalida el valor y el poder de la fe. Es decir, que dada nuestra condición humana nuestra fe habrá de estar siempre acompañada de la duda, sin que ello impida que podamos seguir confiando en el Señor ni, mucho menos, que el poder de Dios sea limitado en nuestra vida por los momentos de vacilación de nuestro ánimo en cuestiones de fe.
Fe (pistis), es la firme persuasión que se tiene en aquello que se ha oído. Creer es, según el diccionario: Tener por cierto algo que el entendimiento no alcanza o que no está comprobado o demostrado. Nos damos cuenta que la fe tiene que ver con lo que no se ve, con las cosas que todavía no son. No en balde la clásica definición bíblica de la fe nos asegura que esta es: la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Es decir, se trata de esperar aquello que no vemos.
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