Archivo de octubre 2009

Evita que te Desprecien por ser Joven

12 octubre, 2009

Pastor Adoniram Gaxiola

“Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo”, le decía Pablo a Timoteo. Tal recomendación nos indica que el conflicto del menosprecio a los jóvenes, por su condición de tales, es más viejo que todos nosotros juntos. Cuando menos, desde hace dos mil años, los jóvenes enfrentan el reto de la desconfianza, las exigencias y el menosprecio de los mayores.

Para contextualizar, y entender mejor la recomendación paulina, debemos analizar algunos conceptos. El elemento clave es la palabra “joven”. Biológica y sicológicamente el término apropiado es adolescente. Este se refiere a la etapa de transición entre la niñez y la edad adulta. Generalmente se acepta que va de los 12 a los 20 años. A esta etapa la conocemos como la de la adolescencia. Adolescentia tiene dos sentidos, el negativo (ad dolescere), al que le falta mucho; y, en un sentido propositivo, el que está creciendo. Es esta una década de ajustes en las áreas de las relaciones heterosexuales, la orientación ocupacional, el desarrollo de los valores, el desarrollo de la responsabilidad personal, el rompimiento de los vínculos de dependencia emocional respecto de los padres.

De lo anterior podemos concluir algunas cuestiones básicas: la etapa de indefinición e inestabilidad emocional, afectiva y vocacional es del todo natural en toda persona. Pero se trata de una etapa limitada en el proceso del desarrollo de la identidad. Inicia al término de la infancia y da lugar a la edad adulta. De los 12 a los 20 años. Lo que es propio de la adolescencia, ni es propio de la infancia, como tampoco lo es de la edad adulta.

A veces vemos a niños que viven como adolescentes. Lo más grave son los adultos que viven como adolescentes. Uno de los problemas sociales más importantes de nuestros días es la llamada adolescencia prolongada. Fernández Enguita, dice “los jóvenes crecen actualmente sin un cometido, se están preparando para hacer algo hasta los 20 o los 30 años, por ello los deberes no surgen de manera espontánea y las familias no saben como inculcarlos”. Se trata, entonces, de que cada día es mayor el número de adultos que mantiene relaciones de codependencia con sus padres, propia de los adolescentes. Esta codependencia se caracteriza por el ejercicio de los derechos propios de los adultos y la negación de las responsabilidades propias de los mismos.

Desde luego, situaciones así son altamente conflictivas. Desde los padres, existe el malestar por la dependencia excesiva de sus hijos en cuestiones económicas, de disciplina, de compromiso y, sobre todo, de autonomía. Desde los hijos, existe el malestar por la intrusión de sus padres en la toma de decisiones, que se supone, son propias y exclusivas de cada persona. Se dan así relaciones de atracción y rechazo, de necesidad y hastío, de gratitud y molestia, de aceptación y menosprecio.

Tres son las principales causas de situaciones como esta:

  1. Padres sobreprotectores. Se trata de aquellos padres que ven en sus hijos el medio para realizarse a sí mismos; como de quienes niegan a sus hijos la capacidad para ser ellos mismos. Son los padres que por cuestiones de temor, ignorancia y necesidad de control, no dejan que sus hijos lleguen a ser quienes son. Los menosprecian, por eso los sobreprotegen y al proceder así, los incapacitan, los castran, impidiendo que maduren y que sean fructíferos.
  2. El temor a la competencia profesional/laboral. Especialmente en economías débiles, como la nuestra, salir de la protección del hogar acarrea una serie de temores que pueden incapacitar a las personas en su proceso de desarrollo integral. Sobre todo cuando la formación paterna (de padre y madre), se ha realizado bajo el principio de que los hijos no deben sufrir. No se les prepara, por lo tanto, para la lucha ni para que aprendan a enfrentar el dolor de la vida. Los hijos formados bajo tales premisas van por la vida siendo temerosos e incapaces de asumir los retos que les son propios.
  3. El no cumplimiento de los estándares de belleza. En su fragilidad emocional y ante la falta de desarrollo de su identidad, el joven no acepta su auto imagen al compararla con los estándares culturales de belleza. Ello le lleva a regresiones y/o a la prolongación inconciente de su propia infancia. Sus actitudes infantiles, tanto como su apariencia, le protegen de los peligros del crecimiento. Hasta hace poco tiempo se pensaba que los conflictos y traumas resultantes de la conciencia de fealdad, era propia, exclusiva de las mujeres. Sin embargo, es notorio que cada vez más son los jóvenes varones los que se sienten presionados para cumplir con ciertos cánones de belleza y armonía corporal. Ana Delia, mi esposa, no deja de sorprenderse ante el creciente número de jovencitos heterosexuales que cuidan de sus cejas con mayor esmero que muchas muchachas.

Cualquiera de las tres causas mencionadas y las muchas combinaciones de las mismas propician que los jóvenes se resistan a convertirse en adultos. El adulto que insiste en conducirse como joven provoca un menosprecio a su juventud. Este era el riesgo de Timoteo: se encontraba en una etapa de transición que resultaba atractiva y confortable. Me llama la atención que Pablo no exhorte a quienes están alrededor de Timoteo para que lo respeten en su condición de joven, lo cual parecería ser lo conducente. Pablo, por lo contrario, desplaza el eje de la responsabilidad a Timoteo mismo. Le dice: “Timoteo, tú eres responsable de que la gente no te menosprecie por ser joven”.

“Timoteo, usa tu molestia, tu coraje, para evitar el menosprecio por tu juventud”. El coraje puede agotarse en el berrinche, o puede dar lugar a las revoluciones[1], sociales y personales.

¿Cómo hacerlo? Desde luego, no haciendo berrinche porque no se le respeta. Convirtiéndose en un modelo, en un ejemplo. El problema de la adolescencia prolongada es que [en ella] no se apela ya al esfuerzo. El resultado es una educación permisiva que crea personas light, sin carácter y sin voluntad, no preparadas para la vida.

“Timoteo, esfuérzate y dale sentido a tu vida.” Modifica tu forma de hablar, de portarte. Ámate –acéptate a ti mismo y a los demás-, ten fe y mantente puro.

Cambiar la manera de hablar. “De la abundancia del corazón habla la boca”. No sólo se trata de hablar con propiedad, la forma, sino del contenido de nuestro hablar. Hablar con propósito, hablar con sentido. La PNL ha mostrado la estrecha interrelación existente entre lo que decimos, lo que somos y lo que hacemos. Un joven que hace suyas las letras de las canciones nihilistas[2], tipo Molotov, sólo podrá aspirar a una vida sin sentido. A esta exhortación paulina corresponde el crecimiento en fe y en pureza de vida consecuentes del hablar con sentido, honrando a Dios, a sí mismo y al prójimo.

Cambiar la manera del comportamiento. Esto corresponde al actuar como adulto, con derechos, sí, pero también con responsabilidades. “[La] adolescencia prolongada, cada vez más extendida, impide la madurez que se logra a partir de la emancipación[3]. Hay que salir del nido.” Asegura el pedagogo Gerardo Castillo de la Universidad de Navarra. Sí, hay que ser constantes y evitar la inestabilidad.

Cambiar la manera de amar. Jóvenes, empiecen a amarse a ustedes mismos. Mucha de su inseguridad personal que se manifiesta en los celos, las contiendas, la rebeldía que caracteriza su conducta, tiene como raíz la falta de amor a sí mismos. Del que no se aceptan a ustedes mismos porque su cuerpo, su condición socio-económica, su apariencia, no corresponden a los estándares de belleza y éxito que esta cultura –animada por los antivalores satánicos-, promueve como los únicos válidos.

Algo que la vida nos ha enseñado es que solo es posible respetar a quienes se respetan a sí mismos. Y, resulta difícil respetar –reconocer como igual-, a quien, siendo un adulto o un adolescente mayor, insiste en comportarse como niño. El que los demás le respeten a uno, deviene del respeto a sí mismo. Y este no se gana exigiéndolo, el respeto a sí mismo se ejerce, se practica, se vive. Mis Timoteos, eviten que los desprecien por ser jóvenes.


[1] Modificar profundamente. Cambiar modos de pensar o hacer.

[2] nihilismo. (Del lat. nihil, nada, e –ismo). 1. m. Negación de todo principio religioso, político y social. 2. m. Fil. Negación de toda creencia.

[3] emancipar. (Del lat. emancipāre). 1. tr. Libertar de la patria potestad, de la tutela o de la servidumbre. U. t. c. prnl. 2. prnl. Liberarse de cualquier clase de subordinación o dependencia.

Juegos Evangelizadores

5 octubre, 2009

Les dijo, síganme. Mateo 4.19

Skip Moen

Sígueme.  El tema de los pescadores de hombres es bien conocido, contiene una serie de joyas que no siempre son bien entendidas. Una mirada más atenta revela los juegos evangelizadores de Dios.

Primero, el verbo en griego utilizado aquí se compone de dos palabras, deute opiso. Literalmente significa “vengan tras de mí”. Así, el primer juego evangelizador de Dios es Sigue al Líder. Pon tu pie donde yo pongo el mío. Deja de querer ir por tu propio camino, mejor sigue mis huellas. Quieres experimentar las bendiciones que Dios tiene para ti, entonces camina la senda que yo estoy caminando.

Fíjense que Dios no juega a los quemados. Este es un juego en el que te persigo, toco momentáneamente y corro gritando: “pásala”. Así, hasta que tú logras alcanzar a otro y le dices “pásala”. Este juego me recuerda las técnicas evangelísticas en las que no se hace más que pasarle a la pobre víctima la tarea de evangelizar, sin capacitarla primero. La pregunta: “si mueres hoy, a dónde irás, al cielo o al infierno”, como una técnica evangelizadora es como el juego de los quemados. “yo te la paso, ahora es tu turno”, decimos. Cuán diferente resulta a invitar a otro a que nos siga, nos imite. Debemos estar deseosos de ir al frente y mostrar al otro claramente la manera de hacer el viaje.

Hay otro juego implícito en deute opiso. Es muy hebreo. Se llama Simón dice. El objeto de Simón Dice, es lograr que quienes siguen al líder sigan exactamente las instrucciones del mismo. Para lograrlo hay una condición, que todos escuchen lo que Simón dice. Cuando Simón dice “tocarse la nariz”, tú te tocas la nariz. Pero, si no escuchas su voz, no podrás seguir sus instrucciones. Cuán necesario resulta escuchar y obedecer las instrucciones de tu líder. En esto consiste este otro juego evangelizador: no solo pongo mis pies en las pisadas de mi líder, sino que también me entreno para escucharlo y hacer exactamente lo que él me indica. La cultura hebrea llama a esto: discipulado.

Ambos juegos tienen algo en común. Se trata de una estrecha, inmediata y continua relación entre el líder y sus seguidores. Se espera que el seguidor atienda cuidadosamente cada acción de su líder y que escuche atentamente cada palabra que este dice y lo obedezca. En otras palabras, la evangelización bíblica está basada en el principio imítame, como regla de vida. Como Pablo imitó a Jesús. Nosotros seguimos el mismo camino y hacemos las mismas cosas. Todos somos discípulos.

Por cierto, hay otra cosa en el pasaje que generalmente esconden las traducciones. El texto griego no se lee: “les dijo”, una mejor traducción es “les dice”. El verbo está en tiempo presente. Es un recurso literario para enfatizar la inmediatez del momento. Es como si la escena estuviera ocurriendo precisamente ahora, en frente nuestro.

¿Es este tu estilo de discipulado? ¿Estás siguiendo a alguien, al mismo tiempo que estás dirigiendo a otro? ¿Has invitado a otro a que te observe e imite la clase de vida que llevas? ¿Es tu vida un ejemplo digno de imitar? O tu tarea discipuladora se parece más al juego de los quemados. Sólo se trata de “pasarla” a otro. Cuando a los que compartimos la Palabra no se interesan en la transformación de sus vidas… quizá solo estén copiando lo que están viendo.

Traducción de Adoniram Gaxiola

Los Derechos de las Mujeres

5 octubre, 2009

Pastor Adoniram Gaxiola

Los derechos de las mujeres son derechos naturales. Es decir, son derechos propios a su condición de ser humanos. No les son otorgados, ni ellas tienen que ganarlos. Dado que las mujeres son, entonces tienen derechos. Desafortunadamente, en nuestra cultura no se honra este principio. A las mujeres se les regatean sus derechos. En su condición de mujeres se les exige un doble esfuerzo, una actitud agradecida y el cumplimiento de muchos, muchos, méritos, para que, finalmente, se les reconozcan algunos derechos.

Esto sucede “hasta en las mejores familias”. Los hombres han sido formados con una actitud complaciente hacia las mujeres. Aún los que, en apariencia, no violentan los derechos de las mujeres, en no pocos casos son movidos por la idea de que son ellos los que dan, los que permiten, los que ayudan. En muy pocos casos están los hombres capacitados para reconocer a las mujeres como sus iguales, sin verse o sentirse en riesgo ante ellas.

Lo malo es que no son pocas las mujeres que piensan igual de sí mismas. Viven esforzándose para ganarse el derecho a ser, a ser tomadas en cuenta, a ser respetadas. Ellas mismas, conciente e inconcientemente, se repliegan y renuncian a sus derechos. Aún cuando se lamentan por ser marginadas, ellas mismas contribuyen al despojo de su dignidad, de su integridad y de su libertad.

Hay dos declaraciones bíblicas que ayudarán tanto a los hombres como a las mujeres que estén interesados en descubrir y transitar por los principios eternos que garantizan relaciones más sanas, satisfactorias y productivas entre los hombres y las mujeres.

La primera declaración la hace el mismo Dios, en Génesis 1.26-28: “Llenen el mundo y gobiérnenlo”, les dice a Adán y a Eva. La declaración incluye dos principios que trascienden cualquier cultura y forma de pensar. Ambos principios se sustentan en el derecho que Dios otorga en un plano de igualdad tanto al hombre como a la mujer. Derecho es: “la facultad de hacer o exigir todo aquello que la ley o la autoridad establece en nuestro favor, o que el dueño de uno cosa nos permite en ella”. Dios, el dueño de todo lo creado, ha otorgado tanto a la mujer como al hombre, la facultad de hacer o exigir todo aquello que él ha establecido en su favor. De acuerdo con el pasaje bíblico, esta facultad (capacidad), tiene que ver con “llenar el mundo y gobernarlo”. En el “llenar el mundo”,  encontramos un principio de plenitud. Mujer y hombre tienen el derecho a la plenitud: tanto a ser plenos, como a generar plenitud. Es decir, no hay límites para ellos dentro de la Creación. Lo que ellos se propongan alcanzar les es propio.

En segundo lugar, encontramos un principio de gobierno, de autoridad. Ambos están facultados para hacer aquello que les es propio… en igualdad de autoridad. Es decir, ni la mujer tiene que pedir permiso al hombre, ni este tiene que hacerlo con la mujer. No existe, de entrada, un principio de subordinación jerárquica. En un plano de igualdad lo que se hace necesario es el acuerdo entre iguales.

Aquí conviene destacar que el primer derecho de la mujer es ser lo que ella es. En el entorno familiar se tiene la responsabilidad de acompañar a las mujeres en la búsqueda y definición de su propia identidad, de su individualidad. Los familiares deben respetar los espacios de las mujeres, desde niñas, y contribuir al desarrollo de su potencial biótico; es decir, de su capacidad innata para ser y alcanzar lo que se propongan.

Lo que la mujer es, igual que en el caso del hombre, está determinado por el desarrollo de su propia visión. En un complejo proceso, lleno de dolor y de aventura, los seres humanos maduramos. Desarrollamos nuestro carácter identificando aquellas peculiaridades que nos son propias: deseos, habilidades, inquietudes, el llamado, la vocación, etc. Conforme nos vamos conociendo a nosotros mismos podemos mirar hacia el futuro. Podemos ver desde aquí el allá. Derecho de las mujeres es el compromiso de los suyos para que, desde pequeñas, cuenten con los recursos para conocerse a sí mismas y poder engendrar y tejer sus sueños, su visión de sí mismas.

Engendrar, en cuanto contar con los elementos de información, formación y fortalecimiento que les permitan hacer elecciones adecuadas y oportunas. Tejer, en cuanto se les apoye y acompañe en el cumplimiento de las tareas y etapas que les permitan alcanzar lo que se han propuesto. Tienen derecho, las mujeres, a contar con los recursos espirituales, intelectuales, afectivos, materiales y económicos que les permitan realizar la doble tarea de engendrar y tejer sus sueños.

La segunda declaración la encontramos en labios de Pedro, el pescador: “dando honor a la mujer como a vaso más frágil,  y como a coherederas de la gracia de la vida”. 1 Pedro 3.7. “En México, el 70% de las mujeres aseguraron sufrir violencia por parte de su pareja.” Abuso físico, sexual, emocional, económico, moral. El abuso de la mujer es cimiento y expresión de nuestra cultura hedonista, de la doctrina que proclama el placer como el fin supremo de la vida. En efecto, en esta cultura de pecado, la mujer ha sido convertida en un objeto de placer y, al mismo tiempo, en un instrumento para el confort del hombre. La mujer, se piensa, tiene la responsabilidad de satisfacer al hombre tanto directa como indirectamente. Por lo tanto, la mujer debe vivir en función de, y para el servicio del hombre. De ahí que se le niega el derecho a ejercer su voluntad, a satisfacer de manera prioritaria sus necesidades y, sobre todo, a decir no a las exigencias explícitas e implícitas del hombre. No siempre tales abusos se expresan de manera explícita y grosera, en no pocos casos se manifiestan de manera socarrona y aún sutil. Pero no importa el empaque, toda violación a la dignidad de la mujer es violencia.

La mujer tiene el derecho a ser tratada dignamente, con honor. En la cultura bíblica este derecho tiene un doble sustento: primero, porque se considera a la mujer como un vaso más frágil. La expresión es difícil de comprender, pero el término usado por Pedro puede ayudarnos. Significa tanto débil, como enfermo. Luego entonces, podemos asumir que la mujer ha sido debilitada por la cultura de pecado. Tanto dentro de las estructuras familiares, como de las sociales. La mujer ha venido a ser lo que no era cuando fue creada en igualdad con el hombre: débil y enferma en su carácter, en sus capacidades, en su facultad para ejercer el gobierno de sí misma y en la Creación. Por ello los hombres, sus esposos, les debemos un trato deferente, no áspero.

Pero, hay una segunda razón para que la mujer sea tratada con honor por su esposo: ella es coheredera de la gracia de la vida. Lo que la cultura de pecado ha hecho a la mujer no ha sido capaz de despojarla de su dignidad creacional. Sigue siendo igual al hombre, sigue siendo coheredera junto con el hombre. El hombre que menosprecia a su mujer está declarando su menosprecio a sí mismo. El hombre que ama a su mujer, como Cristo ama a la Iglesia, se ama a sí mismo y entonces puede reconocer la dignidad, el honor, de su mujer y actuar en consecuencia.

Preguntas para reflexión

¿Cuáles son las violaciones a los derechos de las mujeres en mi familia?

¿De qué manera y qué áreas resulta menos fácil respetar la dignidad de la esposa, la madre, las hermanas, dentro de mi familia?

¿Qué cosas concretas podemos hacer para respetar el derecho de las mujeres de la familia a ser ellas mismas y a ser tratadas con honor?