Evita que te Desprecien por ser Joven

Pastor Adoniram Gaxiola

“Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo”, le decía Pablo a Timoteo. Tal recomendación nos indica que el conflicto del menosprecio a los jóvenes, por su condición de tales, es más viejo que todos nosotros juntos. Cuando menos, desde hace dos mil años, los jóvenes enfrentan el reto de la desconfianza, las exigencias y el menosprecio de los mayores.

Para contextualizar, y entender mejor la recomendación paulina, debemos analizar algunos conceptos. El elemento clave es la palabra “joven”. Biológica y sicológicamente el término apropiado es adolescente. Este se refiere a la etapa de transición entre la niñez y la edad adulta. Generalmente se acepta que va de los 12 a los 20 años. A esta etapa la conocemos como la de la adolescencia. Adolescentia tiene dos sentidos, el negativo (ad dolescere), al que le falta mucho; y, en un sentido propositivo, el que está creciendo. Es esta una década de ajustes en las áreas de las relaciones heterosexuales, la orientación ocupacional, el desarrollo de los valores, el desarrollo de la responsabilidad personal, el rompimiento de los vínculos de dependencia emocional respecto de los padres.

De lo anterior podemos concluir algunas cuestiones básicas: la etapa de indefinición e inestabilidad emocional, afectiva y vocacional es del todo natural en toda persona. Pero se trata de una etapa limitada en el proceso del desarrollo de la identidad. Inicia al término de la infancia y da lugar a la edad adulta. De los 12 a los 20 años. Lo que es propio de la adolescencia, ni es propio de la infancia, como tampoco lo es de la edad adulta.

A veces vemos a niños que viven como adolescentes. Lo más grave son los adultos que viven como adolescentes. Uno de los problemas sociales más importantes de nuestros días es la llamada adolescencia prolongada. Fernández Enguita, dice “los jóvenes crecen actualmente sin un cometido, se están preparando para hacer algo hasta los 20 o los 30 años, por ello los deberes no surgen de manera espontánea y las familias no saben como inculcarlos”. Se trata, entonces, de que cada día es mayor el número de adultos que mantiene relaciones de codependencia con sus padres, propia de los adolescentes. Esta codependencia se caracteriza por el ejercicio de los derechos propios de los adultos y la negación de las responsabilidades propias de los mismos.

Desde luego, situaciones así son altamente conflictivas. Desde los padres, existe el malestar por la dependencia excesiva de sus hijos en cuestiones económicas, de disciplina, de compromiso y, sobre todo, de autonomía. Desde los hijos, existe el malestar por la intrusión de sus padres en la toma de decisiones, que se supone, son propias y exclusivas de cada persona. Se dan así relaciones de atracción y rechazo, de necesidad y hastío, de gratitud y molestia, de aceptación y menosprecio.

Tres son las principales causas de situaciones como esta:

  1. Padres sobreprotectores. Se trata de aquellos padres que ven en sus hijos el medio para realizarse a sí mismos; como de quienes niegan a sus hijos la capacidad para ser ellos mismos. Son los padres que por cuestiones de temor, ignorancia y necesidad de control, no dejan que sus hijos lleguen a ser quienes son. Los menosprecian, por eso los sobreprotegen y al proceder así, los incapacitan, los castran, impidiendo que maduren y que sean fructíferos.
  2. El temor a la competencia profesional/laboral. Especialmente en economías débiles, como la nuestra, salir de la protección del hogar acarrea una serie de temores que pueden incapacitar a las personas en su proceso de desarrollo integral. Sobre todo cuando la formación paterna (de padre y madre), se ha realizado bajo el principio de que los hijos no deben sufrir. No se les prepara, por lo tanto, para la lucha ni para que aprendan a enfrentar el dolor de la vida. Los hijos formados bajo tales premisas van por la vida siendo temerosos e incapaces de asumir los retos que les son propios.
  3. El no cumplimiento de los estándares de belleza. En su fragilidad emocional y ante la falta de desarrollo de su identidad, el joven no acepta su auto imagen al compararla con los estándares culturales de belleza. Ello le lleva a regresiones y/o a la prolongación inconciente de su propia infancia. Sus actitudes infantiles, tanto como su apariencia, le protegen de los peligros del crecimiento. Hasta hace poco tiempo se pensaba que los conflictos y traumas resultantes de la conciencia de fealdad, era propia, exclusiva de las mujeres. Sin embargo, es notorio que cada vez más son los jóvenes varones los que se sienten presionados para cumplir con ciertos cánones de belleza y armonía corporal. Ana Delia, mi esposa, no deja de sorprenderse ante el creciente número de jovencitos heterosexuales que cuidan de sus cejas con mayor esmero que muchas muchachas.

Cualquiera de las tres causas mencionadas y las muchas combinaciones de las mismas propician que los jóvenes se resistan a convertirse en adultos. El adulto que insiste en conducirse como joven provoca un menosprecio a su juventud. Este era el riesgo de Timoteo: se encontraba en una etapa de transición que resultaba atractiva y confortable. Me llama la atención que Pablo no exhorte a quienes están alrededor de Timoteo para que lo respeten en su condición de joven, lo cual parecería ser lo conducente. Pablo, por lo contrario, desplaza el eje de la responsabilidad a Timoteo mismo. Le dice: “Timoteo, tú eres responsable de que la gente no te menosprecie por ser joven”.

“Timoteo, usa tu molestia, tu coraje, para evitar el menosprecio por tu juventud”. El coraje puede agotarse en el berrinche, o puede dar lugar a las revoluciones[1], sociales y personales.

¿Cómo hacerlo? Desde luego, no haciendo berrinche porque no se le respeta. Convirtiéndose en un modelo, en un ejemplo. El problema de la adolescencia prolongada es que [en ella] no se apela ya al esfuerzo. El resultado es una educación permisiva que crea personas light, sin carácter y sin voluntad, no preparadas para la vida.

“Timoteo, esfuérzate y dale sentido a tu vida.” Modifica tu forma de hablar, de portarte. Ámate –acéptate a ti mismo y a los demás-, ten fe y mantente puro.

Cambiar la manera de hablar. “De la abundancia del corazón habla la boca”. No sólo se trata de hablar con propiedad, la forma, sino del contenido de nuestro hablar. Hablar con propósito, hablar con sentido. La PNL ha mostrado la estrecha interrelación existente entre lo que decimos, lo que somos y lo que hacemos. Un joven que hace suyas las letras de las canciones nihilistas[2], tipo Molotov, sólo podrá aspirar a una vida sin sentido. A esta exhortación paulina corresponde el crecimiento en fe y en pureza de vida consecuentes del hablar con sentido, honrando a Dios, a sí mismo y al prójimo.

Cambiar la manera del comportamiento. Esto corresponde al actuar como adulto, con derechos, sí, pero también con responsabilidades. “[La] adolescencia prolongada, cada vez más extendida, impide la madurez que se logra a partir de la emancipación[3]. Hay que salir del nido.” Asegura el pedagogo Gerardo Castillo de la Universidad de Navarra. Sí, hay que ser constantes y evitar la inestabilidad.

Cambiar la manera de amar. Jóvenes, empiecen a amarse a ustedes mismos. Mucha de su inseguridad personal que se manifiesta en los celos, las contiendas, la rebeldía que caracteriza su conducta, tiene como raíz la falta de amor a sí mismos. Del que no se aceptan a ustedes mismos porque su cuerpo, su condición socio-económica, su apariencia, no corresponden a los estándares de belleza y éxito que esta cultura –animada por los antivalores satánicos-, promueve como los únicos válidos.

Algo que la vida nos ha enseñado es que solo es posible respetar a quienes se respetan a sí mismos. Y, resulta difícil respetar –reconocer como igual-, a quien, siendo un adulto o un adolescente mayor, insiste en comportarse como niño. El que los demás le respeten a uno, deviene del respeto a sí mismo. Y este no se gana exigiéndolo, el respeto a sí mismo se ejerce, se practica, se vive. Mis Timoteos, eviten que los desprecien por ser jóvenes.


[1] Modificar profundamente. Cambiar modos de pensar o hacer.

[2] nihilismo. (Del lat. nihil, nada, e –ismo). 1. m. Negación de todo principio religioso, político y social. 2. m. Fil. Negación de toda creencia.

[3] emancipar. (Del lat. emancipāre). 1. tr. Libertar de la patria potestad, de la tutela o de la servidumbre. U. t. c. prnl. 2. prnl. Liberarse de cualquier clase de subordinación o dependencia.

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