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El Simón que Todos Llevamos Dentro

9 noviembre, 2013

Hechos 8.9-24

El cristianismo tiene muchos rostros, tantos como cristianos hay. Algunos de estos son rostros incómodos, feos, como los de Jimmy Swagart y tantos otros tele-evangelistas que han avergonzado al evangelio. Otros son rostros bellos, enriquecedores, como el de la Madre Teresa o el de la mujer más sencilla que es un ejemplo de fidelidad al Señor. El mundo conoce a Cristo por los rostros que ve. Simón el Mago, también representa a Cristo, desafortunadamente su representación resulta en demérito de Cristo y del evangelio. Simonía. Sin embargo, nos ofrece la oportunidad de, estudiando su caso, preguntarnos sobre el rostro que nosotros ofrecemos al mundo.

Hay una palabra clave en esta historia, la dice Pedro cuando reprende a Simón: “piensas”. “Piensas que los dones de Dios se pueden comprar”. El término usado por Pedro es nomizo, y este es un término interesante y revelador, significa: “practicar una costumbre”. Lo que alarma e irrita a Pedro es que Simón, que había creído y recibido el bautismo, seguía pensando como acostumbraba hacerlo antes de su conversión. El “conjunto de valores, creencias, inclinaciones, tradiciones, instituciones, lenguaje”, la cultura de Simón seguía siendo la misma a pesar de que él era una nueva criatura en Cristo.

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Identificación y Desarrollo de los Dones Espirituales

30 octubre, 2011

1Pedro 4.10,11; Lucas 12.48; 16.10,11

El creyente no se plantea la cuestión de si ha recibido o no algún don espiritual. El Apóstol Pedro declara de manera contundente: Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas. Así que no hay duda respecto si hemos recibido algún don; más bien, la cuestión tiene que ver con cuál don hemos recibido y como hemos de administrar fielmente la gracia de Dios que este representa.

Desde luego, el primer recurso con el que el creyente cuenta es el recurso de la oración. La oración es diálogo que nos permite establecer un marco de referencia común con Dios, nuestro Señor. Mediante la oración nos revelamos a Dios, le mostramos lo que hay en nosotros: propósitos y dudas, gratitud y necesidades, etc. Pero, también, mediante la oración podemos conocer el corazón de Dios. Cuál es su voluntad, cuáles sus medios de gracia, cuál la tarea que él realiza y a la que desea incorporarnos, previa capacitación mediante los dones espirituales.

Pero, tan importante recurso sólo adquiere su verdadera relevancia cuando oramos apasionada y comprometidamente. El clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces; de Jeremías 33.3, sustenta nuestro presupuesto. La expresión clama a mí, se refiere al grito de quien ha llegado al límite de sus capacidades y necesita de la inmediata y total intervención divina para la resolución de su conflicto. No se trata de una necesidad que puede ser relegada, mucho menos ignorada. Simplemente, la persona no puede seguir viviendo sin que aquello se resuelva. Es así, con un sentido de urgencia, que debemos aspirar a conocer y practicar los dones espirituales que se nos han encomendado.

La declaración que nos ocupa también resalta el principio del compromiso. El que Dios nos enseñe cosas grandes y ocultas que desconocemos, nos impulsa a actuar en consecuencia. Así lo establece nuestro Señor Jesús cuando asegura y previene: A quien mucho se le da, también se le pedirá mucho; a quien mucho se le confía, se le exigirá mucho más. Lucas 12.48

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