Salmo 1
Imaginar, esa facultad del alma que nos permite crear imágenes de lo que todavía no es, es privilegio de los seres humanos. Dios, asegura el Eclesiastés 3.11, puso además en la mente humana la idea de lo infinito. Es decir, la capacidad de abarcar con el pensamiento la totalidad de los acontecimientos pasados y futuros, y al irresistible deseo de comprender su sentido y su porqué. Dada tal capacidad es que los seres humanos podemos soñar, desear, proponernos hacer de y con nuestra vida algo que trascienda. Esto es lo que explica nuestras elecciones: matrimoniales, paternales, profesionales, etc.
Sí, hemos sido creados con la capacidad de idear y realizar aquello que anhelamos. Según Salomón es Dios mismo quien ha puesto eternidad en nuestro corazón. Es decir, es Dios quien anima nuestra vocación y nos capacita para realizarla. Consecuentemente es propio de nosotros hacerlo y tenemos la autoridad para hacerlo sobreponiéndonos a las dificultades que lograrlo implica. Sin embargo, todos enfrentamos, en mayor o en menor grado, un enemigo que estorba la realización de aquello que nos es propio. Un obstáculo para materialización de nuestro llamamiento. Se trata de la autosuficiencia. Es decir, la pretensión de que nos bastamos a nosotros mismos. Que somos suficientes tanto para decidir el qué como el cómo.
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