Lucas 11.1; Hechos 2.47
Ser salvo significa estar en comunión con Dios. Esta es una comunión real, personal con Cristo. Pero también es una comunión que se vive en la compañía de otros creyentes, la iglesia. Nadie ha sido llamado a salvación en soledad o aislamiento. Por el hecho mismo de la salvación, quien es salvo es incorporado a la comunión de los creyentes. El individuo, la persona, es hecho pueblo. Por lo tanto, es convocado a vivir en conformidad con su llamamiento, privilegiando la comunión con sus hermanos, pues esta es evidenciadora de la comunión íntima que el creyente tiene con Dios. No es creíble el amor a Dios que no pasa por el amor a los hermanos en la fe (1Juan 4.19).
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El pasaje paulino que nos sirve de referencia, en su sección dedicada a la Cena del Señor, contiene tres apartados: el diagnóstico que hace Pablo de la condición espiritual de la iglesia en Corinto; la enseñanza que comparte respecto del origen, sentido y propósito de la Cena del Señor; y una exhortación-advertencia, a los corintios, sobre la necesidad de cambiar su manera de relacionarse como miembros del cuerpo de Cristo. Aquí nos ocupamos del segundo.
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