Filipenses 4.11-13 TLAI
Cuando iniciamos este ciclo de reflexiones, La Familia Bajo Fuego, propuse a ustedes la importancia de considerar qué de lo nuestro provoca, facilita o redimensiona las actitudes y los eventos que favorecen la disfuncionalidad de nuestras familias. En tal sentido les planteé considerar tres espacios de participación fundamentales: nuestra espiritualidad, nuestros valores y lo que llamé, nuestras expectativas relacionales. Si expectativa es aquello que tenemos la esperanza de conseguir, se trata entonces del tipo de relaciones familiares, primariamente, de las que esperamos participar.
Si las apariencias son la cosa que parece y no es, no cabe duda de que la familia es el espacio menos propicio para guardar las apariencias. Es en el espacio familiar donde consciente e inconscientemente, intencionalmente y no, nos damos a conocer tal como somos. Nuestros familiares saben quiénes somos, de nuestras motivaciones, fortalezas y debilidades. Aún cuando no tengamos la información exacta hay un testimonio en nuestro corazón, una percepción, de lo que pasa en los nuestros. Este es un camino de dos vías, de ida y vuelta. Nosotros sabemos, ellos saben.
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