Juan 16.4-15
Cuando las personas deciden que sólo es real aquello que pueden ver, oír, medir y, sobre todo, entender, limitan el sentido último de la vida y terminan por acotar su propia vida. Es decir, terminan por cortar aquellas ramas que, pretenden, no tienen por qué permanecer en su árbol, las podan y acaban por privarse a sí mismos de los beneficios que tales recursos pudieran significarles. David Herbert Lawrence, representa bien a quienes así piensan cuando asegura: Lo que los ojos no ven y la mente no conoce, no existe.
Además de la promesa del Espíritu Santo, Jesús habló del bautismo del Espíritu Santo. Este no tiene que ver con la regeneración del creyente, es decir con su salvación; se trata más bien de un revestimiento de poder. Cuando la persona recibe el bautismo del Espíritu Santo, recibe lo que se ha dado en considerar como la llenura del Espíritu Santo. Al estar lleno del Espíritu Santo, por medio del bautismo, el creyente cuenta con el poder del Espíritu para hacer cosas extraordinarias en el nombre de Jesucristo. Jesús dijo a sus discípulos: Pero recibiréis poder, cuando hay venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.
El ser humano es un ser trascendente. Dado que tiene la capacidad para recordar el pasado y proyectar el futuro, incluye en el costo de su ser humano, el de la incertidumbre, así como también necesita de elementos que sustenten sus convicciones, sus creencias. El conocimiento humano, sobre todo el que deriva del quehacer científico, sirve como sustento importante para dar respuesta muchas de las inquietudes de los hombres, sin embargo, no es suficiente para responder a las cuestiones más trascendentales: quién soy, de dónde vengo y a dónde voy, cuál es mi papel en este mundo, etc.
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