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Uno de los salmos que acompañan frecuentemente el caminar de los creyentes es, precisamente, el Salmo 103. ¿Quién no sabe lo que significa decir desde lo más profundo de su corazón?: Bendice, alma mía a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. RVR1960 No cabe duda de que tales palabras forman parte de los diálogos interiores que los cristianos conscientes de la presencia y del quehacer de Dios en su vida, establecen con su propio corazón.
Uno de los privilegios de nosotros los pastores es que ustedes, con sus familias, son compañeros frecuentes de nuestros días y habitantes comunes de nuestros pensamientos. Pensamos en ustedes, nos preguntamos por su vida, oramos por los problemas que conocemos pidiendo fortaleza, sabiduría y dirección y, desde luego, consuelo para cada una de nuestras ovejas.
La historia de Josué es un buen ejemplo de cómo se alcanzan las victorias espirituales. Estas tienen que ver con las promesas que Dios ha hecho a los suyos. No con lo que uno desea, no con lo que uno cree necesitar, no con lo que a uno le gustaría lograr. No, las victorias espirituales son el cumplimiento del propósito divino en su pueblo. Es en el cumplimiento de tales promesas que el creyente encuentra su plena realización, el gozo de su vida y los recursos para que esta sea fructífera: para él, para los suyos y para quienes están a su alrededor.
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