Archive for the ‘Conversión’ category

Miembros los Unos de los Otros

25 julio, 2011

Romanos 12

Siempre conviene, cuando se empieza algo, saber cuál es el propósito que se persigue, en sentido figurado, el lugar a donde se pretende llegar. En el camino de Dios la razón que anima todos nuestros esfuerzos es, siempre, una sola: glorificar a Dios con nuestra vida. Ro 11:36; 1 Co 10:31; Sal 73:25,26 Lo que somos y hacemos como personas, como familia, como iglesia y como miembros de nuestra sociedad, alaba u deshonra a Dios. Así, en realidad cada nueva etapa, cada nuevo esfuerzo o manera de hacer las cosas forman parte de una sola tarea, de un solo propósito: llevar el fruto abundante y permanente con el cual Dios es glorificado. Jn 15.8

Nuestro pasaje es un llamado a la renovación constante. También se ocupa de un hecho fundamental para la vida cristiana: los cristianos somos parte de un todo mayor y más importante que cada uno de nosotros individualmente. Somos el cuerpo de Cristo, somos la Iglesia. Asumirnos “miembros los unos de los otros”, es el primer paso, el cimiento, de nuestra ofrenda a Dios. Pablo se refiere a nuestro “culto racional”. Es esta una expresión importante puesto que Pablo nos exhorta a ser nosotros mismos la ofrenda que entregamos al Señor. No nuestro dinero, no nuestras alabanzas, no nuestros dones, sino nosotros mismos es la ofrenda que Dios espera y quiere recibir.

¿Cómo podemos ofrendarnos a nosotros mismos? ¿Cómo podemos llevar el fruto que honra a Dios? Alguna vez nuestro Señor Jesucristo se refirió al misterio de la fructificación. Aseguró que “si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Jn 12.24 Dado que se refería a sí mismo y nosotros somos sus discípulos, sus seguidores, encontramos en tal declaración el misterio de la fructificación: necesitamos morir, disolvernos en el cuerpo de Cristo para poder, unidos a nuestros hermanos en la fe, llevar el fruto que se nos demanda.

Pablo entiende bien esto y por ello nos exhorta a reconocernos “miembros los unos de los otros”. Es decir, a reconocer que “cada miembro está unido a todos los demás”. Esto implica que ninguno de nosotros está completo en sí mismo; por lo tanto que nadie es  sin la participación del otro y que, en consecuencia, nadie puede hacer lo que se le encomienda si no es en colaboración con sus hermanos en la fe y compañeros de camino. Nos necesitamos unos a los otros y solo estamos completos, es decir, cumplimos el propósito divino para cada quien en lo individual y como cuerpo de Cristo, cuando estamos en comunión proactiva unos con otros.

El don de la comunión que Dios nos ha dado en Jesucristo es una obra de gracia, pero también requiere de nuestro esfuerzo y trabajo duro. No se trata, sin embargo, de hacer cosas para fortalecer nuestra comunión. Más bien, se trata de desaprender lo que hemos aprendido acerca de nosotros y de los demás, dado que uno de los principales obstáculos que enfrenta el cuerpo de Cristo, la Iglesia, son los prejuicios. Es decir, las opiniones generalmente desfavorables del otro, que se basan en un conocimiento parcial de él y sus circunstancias.

Para contrarrestar el poder de los prejuicios, el Apóstol nos invita a empezar con la renovación de nuestro entendimiento. Es decir, nos convoca a que cambiemos nuestra manera de pensar acerca de nosotros mismos (no empezamos pensando de manera diferente acerca de los demás). Dice Pablo que “no debemos tener de nosotros más alto concepto que el que debemos tener… que debemos pensar de nosotros mismos con cordura”. Una traducción afortunada de este término es “moderación”. Es decir, evitando el exceso.

Hay quienes se sienten la encarnación de la gracia divina. Otros, por el contrario, se sienten menospreciados por los demás. Ni una, ni otra cosa. Se trata de vernos a nosotros mismos con los ojos de la fe en Cristo. Y esta fe nos enseña que lo que somos y tenemos es pura gracia. Que en Cristo hemos sido justificados, que Cristo quita lo que está de más y añade lo que hace falta. Es decir, que nos iguala, nos equipara. Por eso es que podemos estar en comunión, porque somos de la misma calidad, somos hijos de Dios y hermanos en la fe.

En cada nueva etapa de nuestra vida cristiana somos llamados a honrar a Dios, hemos dicho. Les animo a que lo honremos asumiéndonos miembros los unos de los otros. A ver y considerar a nuestros compañeros de camino como a nosotros mismos. A que vivamos en plenitud la bendición recibida por nuestra salvación pues a nosotros, que en otro tiempo estábamos lejos, ahora Dios nos ha acercado “mediante la sangre de Cristo”. Ef 2.13

Somos Iglesia

17 julio, 2011

Romanos 12.1-10

Ser Iglesia es un gran privilegio. Ser “miembros los unos de los otros”, también lo es. Por ello, precisamente, el Apóstol Pablo nos previene sobre la singular importancia que tiene el que, al referirse a la Cena del Señor, nos llama a discernir el cuerpo de Cristo. Esto significa, fundamentalmente, que al participar del símbolo de nuestra comunión con, y en, Cristo, tengamos conciencia de lo que significa ser Iglesia, miembros del cuerpo de Cristo.

La Iglesia es mucho más que una organización humana. Es el pueblo de Dios. Es un cuerpo místico, santo y sumamente valioso para el Señor. Quien viene a Cristo, viene a la Iglesia. Ambas incorporaciones son gracia, porque es por la misericordia divina que somos salvos e insertados en el cuerpo de Cristo. Quien recibe tal gracia es llamado a vivir de una manera especial, honrando a Dios en todo lo que es y hace, y, sobre todo, haciendo suyo el propósito mismo del Señor: la redención de quienes vagan sin Dios y sin esperanza.

A diferencia de la gran mayoría de las organizaciones sociales, la Iglesia no tiene como razón de ser a sus propios miembros. La Iglesia es, ante todo, un espacio de servicio. En ella, los miembros son capacitados, fortalecidos y entrenados en aras de que, individual y corporativamente, cumplan la tarea que se les ha encargado. Es este, por lo tanto, el primer espacio de discernimiento al que somos llamados.

En efecto, no debemos olvidar que el cuerpo de Cristo está al servicio de Cristo. Que la Iglesia no es un espacio confortable, ni una organización dedicada al bienestar de sus miembros. No, la Iglesia es ese ejército al servicio de Dios, dedicado, en cuerpo y alma, a anunciar las obras maravillosas de Dios. Quienes olvidan esto encuentran que permanecer en la Iglesia, haciendo de su propio bienestar la razón de su permanencia y servicio, terminan confundidos, decepcionados y llenos de amargura. Es que están fuera de lugar. Hay una contradicción en ellos mismos y entran en contradicción con el resto del cuerpo de Cristo.

Somos Iglesia para servir, siendo el primer espacio de nuestro servicio la proclamación del evangelio de Jesucristo. El segundo espacio de tal servicio es el que se ocupa de la edificación del cuerpo de Cristo. Es decir, todo aquello que hacemos, animados por el Espíritu Santo, para que nuestros hermanos en la fe crezcan en todo hacia Cristo, que es la cabeza del cuerpo. Efesios 4.15ss

En algún momento de su ministerio a los corintios, el Apóstol Pablo confesó su preocupación por la salud de la Iglesia, diciéndoles que, en su opinión, sus reuniones les hacían daño en vez de hacerles bien. 1 Corintios 11.17. Comprendo bien el dolor y la frustración que llevaron al Apóstol a decir tal cosa, porque yo pienso lo mismo de algunos de los miembros de mi iglesia. Me temo que su asistencia dominical les hace más daño que bien. Que batallan para asistir (por eso es que faltan con tanta facilidad); y que, en no pocos casos, habiendo superado distancias, costos y otros problemas, cuando regresan a casa se sienten incómodos, insatisfechos y, quizá, hasta defraudados… por Dios… por su pastor, por los demás hermanos.

Como en Corinto, hay entre nosotros quienes están enfermos y débiles, y también algunos han muerto. La razón es una, participamos de la comunión de los santos sin fijarnos que se trata del cuerpo del Señor. Es decir, nos acercamos a la comunión de la iglesia como la hacemos con cualquier otra agrupación social: buscando nuestro confort, comprometiéndonos lo menos posible en la tarea común, responsabilizando a los otros de nuestra propia condición y del estado general de la iglesia.

Dios, por su Palabra, nos llama a examinarnos a nosotros mismos. 2 Corintios 13.5 ¿Por qué y para qué eres y estás en la Iglesia? ¿Cómo estás cumpliendo la tarea que Dios te ha encomendado? ¿Qué clase de mayordomo eres respecto de los dones que has recibido? ¿Cuál es tu aporte cotidiano a la edificación del cuerpo de Cristo, de tus hermanos en la fe?

La iglesia la formamos todos. Cada quien aporta a la salud o a la enfermedad de la misma. Pero, al mismo tiempo, la Iglesia es mucho más que nosotros. Es también espacio del quehacer divino. Dios conoce nuestra condición, sabe de nuestro cansancio, de nuestra pérdida de fe, de nuestras luchas cotidianas, sí. Pero, él no ha renunciado a su propósito con y al través de la Iglesia. Sigue trabajando para presentársela a sí mismo como una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga. Efesios 5.25ss

Toca a nosotros tomar una decisión vital respecto de nuestro ser Iglesia. O entramos en sintonía con el Señor, o nos rebelamos a su autoridad y propósito. Nada va a destruir a la Iglesia. Ni siquiera nuestra falta de discernimiento, mucho menos nuestra falta de compromiso, fidelidad y santidad. Somos nosotros los que necesitamos de la Iglesia, por lo que, para permanecer en ella debemos estar dispuestos a la negación de nosotros mismos. Hablo a cada uno de ustedes en particular y les exhorto: disciernan correctamente el cuerpo de Cristo. Aprecien el privilegio que han recibido al formar parte del cuerpo de Cristo. Asuman la tarea específica que Dios les ha encargado al injertarlos en la Iglesia. Vuélvanse a Dios y hagan lo que él es ha llamado a hacer. No vale la pena permanecer en la Iglesia si no estamos dispuestos a servir al Señor en lo que, y como, él nos ha llamado a servir.

Tampoco sería sabio el decidir apartarse de la Iglesia, para evitar el conflicto de permanecer a contra corriente en la misma. No, es este un tiempo de conversión, de volvernos a Dios, de ocuparnos de recuperar nuestro primer amor. Son estos tiempos de oportunidad para nosotros, y el que podamos comer el pan y beber el vino de la alianza, así lo demuestra. Dios, en su amor, compasión y paciencia, hoy nos da la oportunidad de venir a él y unirnos en él. Nos da, entonces, la oportunidad de comprobar que permanecer en la Iglesia, sirviendo, es fuente de bendición, regocijo y gratitud creciente ante el hecho de su fidelidad.

La Doctrina del Bautismo en Agua

22 mayo, 2011

El capítulo dos del libro de los Hechos de los Apóstoles, contiene información privilegiada sobre el surgimiento de la Iglesia. Conviene leerlo con atención. Podemos, para efectos de su estudio, dividir dicho capítulo en tres secciones principales: la primera compuesta por los versículos 1 al 13, relata el descenso del Espíritu Santo sobre los creyentes. La segunda parte, versos 14 al 42, contiene el llamado Discurso de Pedro. La última parte contiene información esencial sobre el modelo de la iglesia primitiva, el que estudiaremos en sesiones siguientes.

En el Discurso de Pedro, hay un parte aguas que conviene atender: Pedro ha venido informando a sus oyentes del plan divino para salvar a la humanidad. Destaca el papel de Jesucristo, su pasión y muerte, su resurrección y su carácter de «Señor y Mesías». En ese momento de su predicación, Pedro es interrumpido por los oyentes con una pregunta clave: “¿Qué debemos hacer?” La respuesta petrina resulta fundamental para nuestra fe y es uno de los elementos básicos de la doctrina cristiana. Veamos:

Pedro les contestó: vuélvanse a Dios y bautícese cada uno en el nombre de Jesucristo, para que Dios les perdone sus pecados, y así el les dará el Espíritu Santo. Hch 2.38.

En esta declaración encontramos los siguientes elementos:

1. Vuélvanse a Dios. Obviamente aquí Pedro está haciendo un llamado a la conversión. Sin embargo, añade un elemento muy interesante: arrepiéntanse, metanoeo, que la versión Reina Valera traduce como arrepiéntanse. Literalmente se refiera a un “dar media vuelta” y en su sentido figurado apela al “cambio en la manera de pensar”. “Piensen de manera diferente”, les dice Pedro. Llamado que se repite como el principio y el sustento de la nueva vida en Cristo. Ro 12.2; Ef 4.23; Flp 2:5; 3.15; 2 Tes 2.2

2. Bautícese cada uno en el nombre de Jesucristo. De acuerdo con el libro de los Hechos, la Iglesia Primitiva utilizó siempre la fórmula bautismal “en el nombre de Jesucristo” y sus variantes. No existe una contradicción con Mateo 28.19, fórmula que se empezó a utilizar a fines del primer siglo. El hecho es que la invocación del nombre sobre el creyente significa que este “pasa a ser propiedad de”, o “a quedar bajo la autoridad de”, aquel cuyo nombre es invocado sobre él. Además implica la identificación que el creyente hace con Jesucristo en el bautismo, sin la cual no podría gozar de la nueva vida que es resultado de la resurrección de Cristo y, por lo tanto, del creyente mismo. Ro 6.3-14.

Aquí cabe destacar que arrepentimiento-conversión y bautismo en agua van de la mano. Los cristianos en general han considerado al bautismo en agua como un sacramento u ordenanza. Entendiendo estos como los ritos religiosos que son «fuente o signos de gracia». Es decir, aquellos mediante los cuales Dios hace algo extraordinario, sólo propio de él, en el creyente; así como en el que este [el creyente] hace algo extraordinario, sólo propio de él, en respuesta al quehacer divino. Hch 2.38; 8:16; 10:48; 19:5; 22.16.

En el bautismo en agua se hace evidente el perdón de los pecados del creyente, así como la reconciliación de Dios con él por medio de Jesucristo. Por su parte, el creyente hace pública su fe en Dios, su aceptación del sacrificio de Cristo y su compromiso de vivir consagrado a Dios. Ro 5. 1-5

Conviene señalar que hay distintas tradiciones cristianas que no consideran necesario el bautismo en agua. Otros insisten en un modelo bautismal particular: inmersión o aspersión; otros de si se debe o no bautizar a los niños; otros más discuten sobre la fórmula del nombre a ser utilizada, la corta de Hechos o la posterior de Mateo. Para cada inquietud hay diferentes respuestas que deben ser estudiadas y meditadas a la luz de la diversidad del Cuerpo de Cristo.

Pero, también conviene decir que en CASA DE PAN consideramos que aunque el bautismo de los niños tiene un cierto valor testimonial de la fe de los padres y como un elemento del proceso de conversión a Dios, el bautismo en agua del adulto que viene a Cristo y establece un compromiso personal, voluntario e intencional, resulta en un necesario y conveniente paso de obediencia. Por ello, no tenemos problemas en lo que algunos consideran el rebautismo. Ello porque entendemos que el bautismo del infante tuvo como sustento la fe de sus padres y padrinos, mientras que el bautismo del creyente adulto es expresión de su fe y ratificación de su compromiso personal.

3. Para que Dios les perdone sus pecados. La declaración oficial del perdón de Dios es recibida en el bautismo en agua y por el testimonio de la Iglesia que avala la legitimidad del bautismo recibido. Por lo tanto, requiere del arrepentimiento personal, voluntario y sincero del creyente; así como de la manifestación de su compromiso de santidad, resultante de la nueva vida en Cristo. No es la inmersión, ni el agua, lo que produce el quehacer divino; sino la “conciencia limpia” del creyente, la que produce la salvación. 1 Pe 3 21.22.

4. Y así él les dará el Espíritu Santo. Junto con la reconciliación con Dios, la nueva vida en Cristo, la comunión de la Iglesia y los dones del Espíritu, el creyente recibe gracias al bautismo en agua, la promesa del bautismo del Espíritu Santo. Este es particular y diferente al primero. Implica el apoderamiento espiritual del creyente para realizar de manera extraordinaria las tareas que le son propias, sobre todo en el trabajo de la evangelización y el discipulado. Jn 14,15-31; 20.19-23; Hch 1.8; 2.1-13.

En Conclusión

El bautismo en agua es el medio por el cual el creyente se incorpora al Cuerpo de Cristo, la Iglesia, dado que es testimonio público del Pacto de Salvación que Dios establece con quienes aceptan el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo como el único medio de redención.

Siguiendo la tradición apostólica, en CASA DE PAN utilizamos la llamada fórmula corta, atestiguada de manera reiterativa en el libro de los Hechos de los Apóstoles, como la utilizada por la Iglesia Primitiva. Sin embargo, reconocemos como válido el bautismo celebrado bajo la fórmula larga o trinitaria, siempre que este se haya realizado como expresión de la voluntad de la persona y en la comprensión del significado pleno del bautismo, según lo que enseña la Palabra de Dios.

Dado que la Biblia nos enseña que el bautismo nos incorpora a un estado de gracia, muertos para el pecado y vivos para Dios, animamos a quienes no se han bautizado a que lo hagan. Al mismo tiempo que animamos a quienes ya han sido bautizados a que perseveren en su comunión y servicio a Dios, fortalecidos por el poder del Espíritu Santo.