Génesis 37.18-36 NTV
Muchos hombres se encuentran que cuando todavía no han podido resolver sus cuestiones existenciales, tienen que ocuparse de formar el carácter de sus propios hijos. Descubren que esta es una tarea cuesta arriba, para la que no siempre tienen los recursos necesarios. Además, pronto descubren, también, que de la mano de las muchas y muy hermosas satisfacciones que la paternidad provoca, van razones, muchas de ellas inesperadas, que, como en el caso de Jacob, provocan el constante sollozo del corazón paterno. Sollozar, nos dice el diccionario, es ese respirar de manera profunda y entrecortada a causa del llanto.
La vida nos enseña que, no obstante, todo lo que hacemos en su favor, resulta muy poco lo que los padres podemos hacer por los hijos. No se trata de la cantidad de cosas que hacemos, sino de las que impactan de manera significativa en sus vidas. Nos lastima el saber que, con todo lo que hacemos, no siempre logramos que nuestro quehacer se traduzca en menos sufrimiento, menos errores o más aciertos y mayor felicidad en la vida de quienes tanto amamos. La cuestión se complica cuando el quehacer conveniente cambia de acuerdo a la identidad, la edad, las circunstancias, los intereses y la disposición de los hijos respecto de sus padres.
En la Biblia existe una clara reciprocidad entre la espiritualidad y las relaciones familiares. Desde la perspectiva bíblica ambas son mutuamen
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