Lucas 19.28-44
Recordar el momento de la entrada de Jesús a Jerusalén, siempre es motivo de regocijo inicial para mí. Sin embargo, mientras avanzo en la lectura de los relatos siguientes entro en cierta crisis. ¿Cómo es que quienes gritaban ¡Dios nos ha mandado un Rey!, ¡Viva el Rey! Lucas 19.39, hayan sido los mismos que pocos días después gritaban ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!¡Nuestro único rey es el César!? Juan 19.6; 15
Hay una expresión clave en nuestra lectura de hoy, la que, me parece, da sentido a tan evidente contradicción. Es, al mismo tiempo, la clave para entender nuestra propia ambivalencia e inconstancia en el seguir a Jesucristo. Lucas dice: La multitud, enardecida, tendía sus mantos delante de él. Lucas 19.36 El verbo enardecer significa incrementar un afecto o un odio. En griego, el término usado por Lucas es cairo, que, entre otras acepciones tiene la de regocijo extremoso. Se trata, en ambos casos, de multitudes guiadas, animadas, por la emoción.
La clave de nuestra comunión con Dios es el amor y la confianza que del mismo resulta. Nos sabemos amados, Cristo es nuestro principal argumento, y, por lo tanto, podemos estar seguros de su interés, comprensión y su ayuda en nuestro favor. Nunca será suficiente el recordar que la esencia de nuestra comunión con Dios es su amor y no nuestros méritos. Que la intimidad de nuestra relación con él es fruto de su amor y se fortalece con nuestra confianza en él. Dios nos ama y su amor es nuestro principal recurso para enfrentar todos los retos de la vida.
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