Jesús recorría las ciudades y los pueblos de la región enseñando en las sinagogas, predicando las buenas nuevas del reino y sanando la enfermedad y el dolor. Sentía compasión por las multitudes que como ovejas desamparadas, dispersas y sin pastor, acudían a Él en busca de ayuda. -¡Es tan grande la mies y hay tan pocos obreros! –Dijo una vez a los discípulos-. Oren que el Señor de la mies consiga más obreros para los campos. Mateo 9.35-38
El tercer pensamiento gobernante de CASA DE PAN tiene que ver con el hecho de que somos llamados a servir a Dios, sirviendo a nuestros semejantes. Partimos del presupuesto de que somos meros administradores de los recursos que hemos recibido. Que si bien podemos beneficiarnos de los mismos, estos no nos pertenecen y que se nos han dado con el propósito de que bendigamos a muchos otros. Esta semana hablaba con alguno de ustedes respecto de su falta de compromiso y disposición a realizar la obra de Dios. Mientras hablábamos sucedió algo interesante: al mismo tiempo que experimentaba un fluir de enojo dentro de mí, vino una especie de iluminación que me hizo preguntar “¿qué le motiva para cumplir su tarea? La verdad es que era una de esas preguntas sesgadas, con chanfle: porque no sólo se trataba de entender las motivaciones del otro sino las mías propias.
¿Qué nos motiva en el servicio del Señor? ¿Cuál es la motivación que lleva a los discípulos a realizar su tarea con pasión y compromiso?
En búsqueda de la respuesta a tales interrogantes, tuve que ir a la historia de la salvación. Encontré que el motivador de la misma es el amor. Dios amó “de tal manera al mundo” que decidió hacer lo necesario para la salvación de la humanidad: “ha dado a su único Hijo para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”. Juan 3.16
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