Lucas 22.29; 2 Corintios 3.6; Jeremías 31.31-14
La vida cristiana se vive paso a paso. Y, en cada nueva etapa es preciso, necesario, recordar que estamos unidos a Dios por un pacto, un nuevo pacto que se sustenta en la sangre preciosa de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Es mi oración que Dios nos ilumine para comprender a profundidad lo que significa que nuestra salvación y todos los beneficios inherentes a la misma tienen su sustento en la sangre derramada y el cuerpo quebrantado de quien quiso morir en lugar nuestro.
Los cristianos no sólo somos beneficiarios del nuevo pacto, también somos ministros del mismo. Así lo asegura el Apóstol Pablo cuando nos recuerda que Dios nos ha hecho ministros competentes de un nuevo pacto. Como traduce DHH, él nos ha capacitado para ser servidores de una nueva alianza… basada en la acción del Espíritu. Tal declaración paulina reitera nuestro llamamiento al servicio a Dios y al prójimo, así como establece el hecho de que, por la acción del Espíritu Santo, somos capaces para ser servidores. En la Biblia, pacto es mucho más que un compromiso mutuo, es, sobre todo, una promesa divina que se cumple en Jesucristo. Tiene un origen, el amor de Dios y una consecuencia, nuestra nueva vida en Cristo. Es decir, el nuevo pacto nos hace diferentes en naturaleza a lo que éramos antes de Cristo. Consecuentemente, nuestra nueva naturaleza nos obliga a vivir de tal manera que Dios sea glorificado en el todo de nuestra vida.
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