Lucas 2.27-35
Al viejito Simeón debe haberlo conocido mucha gente, unos admiraban su fe y otros, seguramente, pensaban que era un pobre tonto que tenía la cabeza llena de ilusiones huecas. Dios, el Mesías, la redención de Israel, ¿cómo creer en tales fantasías? Pero, Simeón creía y esperaba. La suya no era una fe sustentada solamente en la esperanza, era producto de su conocimiento, de su experiencia y, desde luego, de su profunda comunión con Dios.
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