Jesús, ¿y qué?

Lucas 2.27-35

1574823946634Al viejito Simeón debe haberlo conocido mucha gente, unos admiraban su fe y otros, seguramente, pensaban que era un pobre tonto que tenía la cabeza llena de ilusiones huecas. Dios, el Mesías, la redención de Israel, ¿cómo creer en tales fantasías? Pero, Simeón creía y esperaba. La suya no era una fe sustentada solamente en la esperanza, era producto de su conocimiento, de su experiencia y, desde luego, de su profunda comunión con Dios.

Ni la existencia ni el quehacer de Dios dependen de lo que los hombres pensemos de él y de ello. Dios es y Dios actúa más allá de nuestra fe y de nuestras convicciones. Sin embargo, no siempre podemos ver ni entender lo que Dios hace y cuál es su propósito. Simeón pudo hacerlo porque él sabía lo que Dios estaba haciendo, gracias a su conocimiento de las Escrituras y gracias, también, a su comunión con el Señor. Sabía y esperaba, por eso veía de otro modo. Al pasar tanto tiempo en el templo pudo ver muchas de las cosas que Dios hacía. Vio entrar a personas anhelantes y las vio salir rebosantes de gozo. Oro por quienes llegaban en necesidad y se alegró cuando participó de las bendiciones recibidas.

Ello le capacitó, hemos dicho, para ver de otro modo. Por eso, cuando ve entrar a José y a María con Jesús en los brazos entiende que Jesús es mucho más de lo que parece. Es un niño, sí, pero también es una luz que alumbrará a todas las naciones, y será la honra de tu pueblo Israel. Pero, Simeón sabe, ve, algo más. Se da cuenta que Jesús es una señal de advertencia que provoca y provocará oposición. Es decir, Simeón sabe que lo que Dios hace provoca, siempre, reacciones diferentes, unas a favor otras en contra.

Nuestra vida está llena de hechos de Dios. Y cada uno de estos se convierte en un escáner que examina nuestra manera de pensar y provoca una respuesta. Con cada cosa que Dios hace se evidencia lo que en verdad piensa cada uno de nosotros. Hay quienes, al no poder negar la realidad de lo que están viendo, niegan que Dios sea el autor de tal cosa. Racionalizan, evaden, regatean. Allá ellos. Otros, ante lo que Dios hace le reconocen como Señor y procuran sintonizar su propia vida con la voluntad revelada de Dios.

La preocupación de Simeón me parece, son aquellos que sabiendo de, y esperando la llegada del Mesías no estarán dispuestos a aceptarlo una vez que ha llegado. Son aquellos que no están dispuestos a permitir que los hechos de Dios alteren su vida. Dicen creer, hasta oran pidiendo y dan gracias por lo que han recibido. Sin embargo, no ven, no quieren ver, lo que lo que Dios hace está indicando con lo que hace. No están dispuestos a que la luz que los hechos de Dios revelan los guíe en los propósitos y los caminos divinos.

Jesús nació, ¿y qué? Dios me sanó o sanó a uno de los míos, ¿y qué? Dios respondió a mi petición, Dios me libró de tal cosa, Dios… ¿y qué? Ante lo que Dios está haciendo en nuestra vida ¿qué se está haciendo evidente de nuestra manera de pensar? Lo que Dios hace, ¿lo obliga con nosotros o nos obliga con él? De nuestra respuesta depende la efectividad, el cumplimiento del propósito divino en nuestras vidas. Ello, porque todo lo que Dios hace es una señal que apunta hacia algo más, hacia algo más grande, importante y trascendente que el hecho mismo.

Me temo que la tragedia más grande es vivir sin que Jesús, nuestro Señor y Salvador, influya determinantemente lo que somos y la manera en que vivimos la vida. La buena noticia es que a Dios le importamos y que él hace lo que sea para nuestro bien y para permanecer en comunión con nosotros. Por ello es por lo que el mensaje reiterativo de la historia de la Navidad es: No temas. Lo que Dios hace es, siempre, señal que anuncia su presencia y que permaneciendo en ella es que nosotros podemos estar seguros. El nacimiento de Jesús es anuncio del amor divino, pero, también es convocatoria que Dios nos hace a volvernos a él. Cada hecho de Dios es un llamado para que cambiemos nuestra manera de pensar y así, gracias a Jesús en nosotros, podrá cambiar nuestra manera de vivir. Romanos 12.2

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