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Somos el Pueblo de la Palabra

31 julio, 2010

2Timoteo 4.1-5

En México, agosto es el mes de la Biblia. En pleno Siglo XXI tal celebración pareciera un despropósito, sobre todo ante la propuesta de que toda verdad es relativa. La Biblia, se nos dice, es una colección de historias inexactas, de preceptos pirateados a otros escritos religiosos, un compendio de principios moralistas irrelevantes, etc. Sin embargo, para nosotros los cristianos la Biblia es nuestra regla de fe y, en cuestiones espirituales, está libre de error. Ello significa que, en materia de fe (Dios, la salvación, la ética y la moral, etc.), juzgamos y calificamos todo a la luz de lo que la Palabra nos enseña. Por más interesante, atractiva y complaciente que resulte cualquier idea o enseñanza religiosas, nosotros vamos a la Biblia para comprobar la fidelidad de tales ideas o enseñanzas. Si estas no están de acuerdo con el pensamiento bíblico… las desechamos.

Vivimos en un mundo saturado de propuestas religiosas. Algunas de ellas parecen ser una novedad cuando realmente son las mismas enseñanzas erradas promovidas por el diablo desde siglos atrás. Todas ellas tienen como propósito el impedir que las personas sirvan al único y verdadero Dios. Algunas de estas corrientes religiosas son francas, abiertas, y declaran su propósito honestamente. Otras resultan más peligrosas en cuanto que toman elementos de la sana enseñanza y los mezclan con propuestas totalmente ajenas a la misma. Sin embargo, es esta mezcla la que las hace especialmente peligrosas y, paradójicamente, sumamente atractivas para las personas que viven en ignorancia de Dios y de su Palabra.

Como hemos dicho, el propósito original de las enseñanzas diabólicas es impedir que las personas conozcan y sirvan al único y verdadero Dios. Esto se logra en la medida que se alimenta el deseo de la gente de ser como Dios. Es decir, de decidir por sí misma qué es lo bueno y qué es lo malo. A esta gente Pablo la califica como “amadores de sí mismos”, y dice de ellos que aparentarán ser muy religiosos, pero con sus hechos negarán el verdadero poder de la religión. 2Ti 3.5 Más aún, de acuerdo con nuestro pasaje, estas personas llegarán al momento en que “no soportarán la sana enseñanza; más bien, según sus propios caprichos, se buscarán un montón de maestros que solo les enseñen lo que ellos quieran oír. Darán la espalda a la verdad y harán caso de toda clase de cuentos”. 2Ti 4.1-5

Toda clase de cuentos. Para que los cuentos sean creídos se requiere tanto de la habilidad del cuentista como de la disposición de quien los escucha. Esta disposición está determinada por los intereses del oyente. Es a esto a lo que Pablo llama “caprichos”, sus deseos. En un diciembre pasado, un periodista se refería a las multitudes que abarrotaron nuestra Ciudad, como “un pueblo de huérfanos que necesitan de una figura paternal fuerte”. Y en verdad, detrás de tanta emoción y alboroto se esconden necesidades profundas e insatisfechas que llevan a la gente a desear con pasión una salida de su condición actual. Sin embargo, se trata de que la salida de su condición actual sea una que les beneficie sin comprometerlos ni obligarlos a salir de la comodidad de sus pensamientos y tradiciones.

Por ello están dispuestos a creer en cuentos, historias falsas. Al profeta Isaías se el advierte que la gente que no está dispuesta a escuchar la sana enseñanza (por el compromiso y sufrimiento que esta incluye), pedirá: “No nos cuenten revelaciones verdaderas; háblennos palabras suaves; no nos quiten nuestras ilusiones.” Isa 30.10 La Biblia Latinoamérica traduce esto así: No nos comuniquen la verdad, sino que, más bien, cuéntenos cosas interesantes de mundos maravillosos.

Entre otros medios, el semanario Proceso ha publicado una serie de artículos que demuestran que la pintura de la Virgen de Guadalupe, fue pintada por manos humanas. Investigadores destacados, restauradores reconocidos e historiadores serios dan testimonio tanto del origen humano de la pintura referida, como de la no certeza histórica de la existencia de Juan Diego. Sin embargo, creer y aceptar estas verdades representa la necesidad de renunciar a las ilusiones con que muchos alimentan su existencia. Desde luego, resulta mucho más emocionante creer en cosas interesantes de mundos maravillosos, que creer en la Palabra que transforma nuestra vida. Pero, resulta, no sólo quienes profesan la fe católica asumen como reales tales cosas interesantes. No pocos cristianos evangélicos tienen sus propios mundos maravillosos. Y, desafortunadamente, cuando son confrontados por otros, o por la vida misma, acerca del sustento de sus creencias, entran en crisis y terminan, en no pocos casos, por escoger y privilegiar sus propias fantasías antes que la enseñanza bíblica. Así mantienen sus ilusiones. Son quienes dicen a los a los profetas: No nos cuenten revelaciones verdaderas; háblennos palabras suaves; no nos quiten nuestras ilusiones. Isa 30.10 Porque este es precisamente el atractivo de los cuentos, de las fábulas: no te obligan a transformar tu vida, pues todo lo que te ofrecen son meras ilusiones… te llevan a vivir una realidad virtual, misma que puedes ir cambiando y adaptando a tus deseos e intereses más inmediatos.

La fe cristiana es una fe racional, no reñida con la inteligencia de las personas. La fe cristiana tiene que ver con el pensamiento antes que con las emociones. Por eso se basa en la Escritura, que está inspirada por Dios y es útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud, para que el hombre de Dios esté capacitado y completamente preparado para hacer toda clase de bien. 2Ti 3.16

¿Cuál es nuestra tarea en las circunstancias que nos toca vivir? Obviamente tendremos que enfrentar mayor intolerancia, incomprensión y experimentaremos el celo de Dios en nuestros corazones ante la manifestación burda de la idolatría. Pero debemos ser cuidadosos para enfrentar todo esto en el espíritu de Cristo. Y Pablo dice a Timoteo: pero tú conserva siempre el buen juicio, soporta los sufrimientos, dedícate a anunciar el evangelio, cumple bien con tu trabajo. 2Ti 4.5

Y es que Pablo tenía un secreto, sabía que las tinieblas no avanzan. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron ante ella. Jn 1.5 No importa lo que veamos, lo que escuchemos ni lo que padezcamos, Jesucristo sigue siendo la luz del mundo, la luz de México. Pero si las tinieblas no avanzan, la luz sí puede retroceder. Y este es nuestro reto, fielmente sustentados en el espíritu de Cristo, debemos seguir iluminando con la luz que está en nosotros y no permitir que la luz de Cristo retroceda. No se trata de que nos entristezcamos al grado de la parálisis, ni de que nos enojemos con quienes viven en el engaño. Tampoco se trata de que nos desgastemos en discusiones estériles. Se trata de que, en medio de esta oscuridad, brillemos con la luz de Cristo.

Nuestros recursos son poderosos. Entre ellos, la palabra de Dios que es la espada que nos da el Espíritu Santo. Ef 6.17 Más poderosa aún que los machetes de San Salvador Atenco. Porque la palabra de Dios tiene vida y poder. Es más cortante que cualquier espada de dos filos, y penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta lo más íntimo de la persona; y somete a juicio los pensamientos y las intenciones del corazón. Nada de lo que Dios ha creado puede esconderse de él; todo está claramente expuesto ante aquel a quien tenemos que rendir cuentas. Heb 4.12-13

No debemos olvidarlo, somos el pueblo de la Palabra.

Que no se Rompa la Cadena

24 julio, 2010

Hechos 18.24-28

Manuel J. Gaxiola Ph Dr

Dr. Manuel J. Gaxiola

Desde que inicié mi carrera ministerial escuché de mi Padre, muchas veces, su llamado: “hijo, que no se rompa la cadena”. Se trataba, desde luego, de una invitación para que el don que yo había recibido mediante la imposición de manos de otros ministros, no se agotara en mí sino que fluyera también a otros. Dos cosas muy importantes resultan del llamado de mi Padre: la primera, me relevaba del tener que responder por lo que otros hicieran con el don recibido, cada eslabón es responsable de sí mismo. En este sentido, el llamado de mi Padre consistía en que no permitiera que mi eslabón se rompiera y así la cadena se interrumpiera. La segunda enseñanza consiste en el hecho de que somos, los discípulos de Cristo, parte de algo que es mucho más grande, trascendente e importante que nosotros, nuestro espacio y nuestro tiempo. Así, se trata de tomar conciencia de la trascendencia de nuestro aquí y ahora, pero, al mismo tiempo, vivir de tal manera que el propósito superior, el propósito divino, se cumpla al final de los tiempos.

Me he permitido esta digresión personal para animarles a ustedes a que nos descubramos en el personaje central del pasaje leído, Apolos. Aun cuando conocemos bajo el nombre de Hechos de los Apóstoles, la obra de Lucas; hay quienes nos proponen que debiera llamarse Hechos del Espíritu Santo. Fundamentan tal propuesta en el hecho de que el actor principal de la historia bíblica es, precisamente, el Espíritu Santo; el mismo que actúa en y al través de los Apóstoles y demás cristianos. No se trata, desde luego, que el Espíritu Santo tome el control de la voluntad de los hombres y las mujeres miembros de la Iglesia y protagonistas de su historia. Pero, sí de que al aceptar ser animados y dirigidos por el Espíritu que habita en ellos, los cristianos se convierten en colaboradores y hacedores del propósito divino en general y de los propósitos particulares para los cuales el Señor los ha llamado. Tal el caso de Apolos.

Resulta interesante la manera en que Lucas introduce a Apolos en su relato: natural de Alejandría, hombre elocuente, poderoso en las Escrituras… instruido en el camino del Señor… de espíritu fervoroso, hablaba y enseñaba diligentemente… aunque solo conocía el bautismo de Juan. Lucas establece un contraste que nos permite ver que, en el camino y la obra de Dios, nadie es suficiente en sí mismo. Nadie se agota en sí mismo, sino que forma parte de un todo, requiere de la coparticipación de otros y en la medida que aporta lo suyo, enriquecido por sus compañeros de camino, cumple una tarea superior y de mayor importancia.

A veces pareciera que con lo que somos, hemos alcanzado y hacemos, es suficiente. Conciente e inconcientemente vamos por la vida poniendo límites a nuestros horizontes de servicio a Dios. Nos parece que si nos realizamos, si somos mejores y tenemos más que otros, es suficiente. Sin embargo, Apolos nos revela que a menos que encajemos, nos sincronicemos, con el todo de Dios, lo que hayamos logrado no tendrá ni sentido ni relevancia. Dios nos ha llamado con un propósito específico y a lo largo de nuestra vida nos ha ido preparando para que podamos cumplir con tal llamamiento y la tarea, o las tareas, que ello implica. Como con Apolos, cuyo trasfondo social, así como su preparación y aún su carácter entusiasta, podrían ser indicadores del éxito total. Sin embargo, Lucas señala que en las cuestiones trascendentes, las importantes, apenas se había quedado en los fundamentos de la fe: solo conocía el bautismo de Juan.

El relato lucano nos revela que, como en el caso de Apolos, en nosotros ni lo que hemos logrado obvia la necesidad de aprehender lo que carecemos; ni lo que carecemos invalida la importancia de lo que ya tenemos. Se trata, de acuerdo con el pasaje que nos ocupa, de ir más allá. Y este ir más allá es posible gracias, y solo, en el entorno de la Iglesia, del Cuerpo de Cristo. Lucas relata que en la sinagoga de Éfeso, dato de por sí revelador, Priscila y Aquila escucharon a Apolos, quienes lo tomaron aparte y le expusieron con más exactitud el camino de Dios. El resultado fue que en la región de Acaya (que ahora forma parte de Grecia), Apolos fue de gran provecho y refutaba públicamente a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo.

De Lucas podríamos deducir que Apolos no fue llamado para ser hombre elocuente y para enseñar diligentemente. Fue llamado, y preparado, para anunciar el evangelio en Acaya y demostrar por las Escrituras que Jesús era el Cristo. Tarea para la que lo que había logrado por sí mismo no era suficiente y que sólo pudo cumplir con el aporte de Priscila y Aquila. Lo que tenemos aquí es que la vida en comunidad, el cultivo de la comunión, la cercanía de los creyentes, resulta indispensable para la capacitación, el crecimiento integral del creyente y la realización de la tarea que se le encarga.

En el cultivo de la comunión del Cuerpo de Cristo, cuando los creyentes no solo están juntos, sino en relación vital unos con otros se cumple lo que la Biblia asegura: Por su acción todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y ajustado por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro. Efesios 4.16 NVI Quizá en la experiencia con Priscila y Aquila es que Apolos encuentra razón para exhortarnos a que no dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca. Hebreos 10.25

El testimonio de la Iglesia Primitiva se convierte en un poderoso llamado para que nosotros permanezcamos en la relación que nos permita superar nuestras deficiencias en el ánimo de que podamos cumplir con la tarea que a cada uno se ha encomendado. Pero, también es un poderoso llamado para que permanezcamos en tal calidad de comunión que resulte natural y confiable el que podamos tomar aparte a nuestros hermanos para contribuir a su crecimiento y perfeccionamiento. Haciéndolo así podemos asegurarnos que la cadena no habrá de romperse en el eslabón que somos cada uno de nosotros.

El crecimiento integral de la vida cristiana pasa por la asistencia comprometida –regular, implicada y entusiasta-, a las actividades regulares de la Iglesia. Pasa, también, por el cultivo proactivo e intencionado de las disciplinas espirituales: la oración, la lectura y estudio de la Biblia, la adoración y la mayordomía fiel. Y nada de esto puede hacerse de manera plena en la individualidad. Requerimos siempre de los nosotros, así como nuestros hermanos requieren de nosotros. Lo que a ellos les falta lo tenemos nosotros, lo que nosotros carecemos ellos pueden proporcionárnoslo.

Sí, que no se rompa la cadena en nosotros. La fortaleza y la utilidad del eslabón que representamos dependen de nosotros, es nuestra responsabilidad. Lo mejor es que, con la ayuda de Dios, podemos asegurar la fortaleza y continuidad de la cadena porque, en Cristo, somos más que vencedores.

Con Llamamiento Santo

6 junio, 2010

¿Qué es la Vida Cristiana?

Pastor Adoniram Gaxiola

¿Qué es la vida cristiana? La vida cristiana es el aquí y ahora que se vive en la realidad del Reino de Dios. Vivir la vida cristiana es vivir igual, pero de manera diferente. Así lo estableció nuestro Señor Jesucristo cuando, en su oración sacerdotal dijo: No te pido que los saques del mundo, sino que los protejas del mal. (Jn 17.15 DHH) Tiene que ver más con el cómo que con el qué de la vida.

En efecto, tiene que ver con el cómo vivimos la vida en cada una de las llamadas esferas vitales: como esposos, como padres, como hijos, como trabajadores y estudiantes, como ciudadanos, etc. La vida cristiana se distingue no por lo que hacemos, sino por el cómo lo hacemos. La diferencia la establece, de entrada, la manera en que se cumple en nosotros una doble dinámica: la del llamamiento y la vocación.

La Biblia nos enseña que el cristiano, el discípulo de Cristo, ha sido llamado con llamamiento santo. La cualidad de santo tiene que ver con quién hace el llamamiento: Dios, mismo. Además, tiene que ver con el hecho de que en tal llamamiento hay un propósito y hay gracia. Tal propósito no es otra cosa sino el deseo de Dios, mismo que ha de cumplirse con nuestra colaboración. Desde luego, el creyente participa de tal deseo de Dios, cuando es animado por el mismo Espíritu del Señor. En la salvación hay una incorporación, no sólo a la Iglesia, sino, sobre todo, al sentir de Dios. A esto se refiere nuestro Señor cuando pide: como tú,  Padre,  en mí y yo en ti,  que también ellos sean uno en nosotros,  para que el mundo crea que tú me enviaste. (Jn 17.21)

Por otro lado, el Apóstol Pablo, en Efesios 4.1, hace una especial convocatoria: os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados. Añade al hecho del llamamiento santo, la cuestión de la vocación. En principio parecería que nos encontramos ante una redundancia. Llamamiento y vocación serían sinónimos; sin embargo, podemos distinguir un matiz en ambos. Primero, el llamamiento se origina en Dios, como hemos visto y es, por lo tanto, un estímulo externo que apela a la persona. La vocación sigue siendo un llamado, pero actúa desde el corazón del creyente, quien ante el impacto de la gracia recibida se asume y siente motivado a responder al llamado que Dios le hace. En el binomio llamamiento-vocación, hay una doble fuerza de atracción y empuje para cumplir con el propósito divino en y para nosotros.

Esta doble fuerza se manifiesta y pone a prueba el todo de nuestro quehacer cotidiano. De acuerdo con Romanos 8, la calidad de vida está determinada por el espíritu que anima a las personas. Estas pueden ser animadas por la carne, o ser animadas por el Espíritu. Ser animados por la carne no significa, necesariamente, tener la intención de hacer cosas malas. Tiene que ver, sobre todo, con el hecho de que la razón para la vida es la satisfacción prioritaria del interés personal, vivir para uno mismo. En tal caso, la persona, lo suyo, se convierte en origen y propósito de su quehacer todo. Este egoísmo, [el] inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás. Afecta el todo de nuestra vida, lo familiar, lo laboral, lo social, etc. Desde luego, también afecta el cómo de nuestra relación y servicio a Dios. La pauta es la misma, nosotros primero, los demás, después.

Ser animados por el Espíritu de Dios no significa desatendernos de nosotros mismos. Por el contrario, nos obliga a prestar a lo nuestro la atención debida. Dios quiere fortalecer la obra de nuestras manos, tiene para nosotros propósitos de bien, porque en la medida que haya un equilibrio en nosotros, en la medida que seamos fuertes y estemos firmes, podremos servir mejor al propósito divino. Por ello, con honrosas excepciones, tales como quienes somos llamados al ministerio pastoral, Dios no saca a las personas de su dinámica diaria. No provoca el rompimiento familiar, ni el abandono laboral o escolar, ni la marginación social de los suyos. Por el contrario, Dios quiere que cada quien siga viviendo su propia vida, que cumpla sus sueños y alcance sus metas. Sí, pero que lo haga de una manera diferente.

¿En qué consiste tal diferencia?, podemos preguntarnos. Primero, se trata de que en todo lo que hacemos tengamos conciencia de que somos llamados, escogidos y fieles. Es decir, se requiere de asumirnos a nosotros mismos como diferentes. No basta con que nuestro hacer sea diferente, es indispensable que seamos y nos ocupemos de ser diferentes. Pedro nos llama extranjeros y peregrinos. (1Pe 2.11) En razón de tal cualidad, debemos, dice, abstenernos de los deseos pecaminosos que combaten contra la vida. De tal suerte, el primer elemento que marca la diferencia es que nuestro quehacer vital es santo: tanto porque es limpio, puro, por cuanto está consagrado para glorificar a Dios. Tratamos al esposo de manera limpia, porque queremos glorificar a Dios en nuestra relación matrimonial. Trabajamos honesta y comprometidamente, sin corrupción alguna, porque queremos que Dios sea glorificado y conocido por nuestro trabajo.

El segundo elemento diferenciador consiste en asumir como propias las prioridades divinas. Todo lo que hacemos, todo, tiene como propósito reconciliar a los hombres con Dios. El Señor nos ha llamado a ello y su llamamiento es irrevocable. (Ro 11.29). De ahí que toca a nosotros mantenernos firmes en el cultivo de nuestra vocación, es decir del impulso interior que nos lleva a responder al llamamiento divino. Esto, que empieza por la conciencia de nuestro ser diferentes, se traduce en que debamos asumir cuestiones tales como el éxito en la vida, la felicidad, la trascendencia, etc., de manera diferente. Debemos hacerlo a la luz de la eternidad. De ahí la importancia que tiene la exhortación que hace nuestro Señor: No os hagáis tesoros en la tierra,  donde la polilla y el orín corrompen,  y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo,  donde ni la polilla ni el orín corrompen,  y donde ladrones no minan ni hurtan.  Porque donde esté vuestro tesoro,  allí estará también vuestro corazón. (Mt 6.19-21)

Con tristeza vemos como muchos, en el afán de ganar su propia vida, la van perdiendo. Teniendo más, cada día tienen menos. Haciendo más, cada día cosechan menos bueno. Conviene que animemos nuestra vocación, para así responder a nuestro llamado, tomando cotidianamente la advertencia-exhortación hecha por Jesucristo: Todo el que quiera salvar su vida,  la perderá;  y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará, porque  ¿de qué le aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? Mc 8.35-36)(