Hechos 1.8; Ro 15.13; 1Tes 1.5
Como sabemos el poder del Espíritu Santo, su dunamis, consiste en la capacidad [divina] de llevar cualquier cosa a cabo. Dios en nosotros, puede; y nosotros, llenos de su Espíritu Santo, también podemos. Esto, porque de acuerdo con la oración de nuestro Señor Jesucristo, registrada por Juan 17, de la misma manera en la que el Padre está en el Hijo, así también el Hijo está en los creyentes al través del Espíritu Santo. Así, el poder que opera en el creyente es el mismo poder de Dios que operaba en Jesús el Cristo.
Generalmente, cuando se trata de hablar del poder de Jesucristo, la primera cuestión que se destaca es la capacidad que él tuvo para sanar a los enfermos, resucitar a los muertos, alimentar a las multitudes y obrar muchos otros milagros. Ello anima a no pocos cristianos a desear llenos del poder del Espíritu Santo, para así tener la capacidad para realizar milagros o superar los grandes problemas de la vida.
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La historia de Josué es un buen ejemplo de cómo se alcanzan las victorias espirituales. Estas tienen que ver con las promesas que Dios ha hecho a los suyos. No con lo que uno desea, no con lo que uno cree necesitar, no con lo que a uno le gustaría lograr. No, las victorias espirituales son el cumplimiento del propósito divino en su pueblo. Es en el cumplimiento de tales promesas que el creyente encuentra su plena realización, el gozo de su vida y los recursos para que esta sea fructífera: para él, para los suyos y para quienes están a su alrededor.
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