Proverbios 23.22
Escuchaba a un predicador que aseguraba que la falta de respeto que los padres experimentan respecto de sus hijos se debe a que los padres no han sabido ganarse el respeto deseado. Aseguraba este predicador que los padres no tienen derecho a ser respetados a menos que cumplan acertadamente su tarea paterna. Escuchar tal propuesta me provoco un conflicto. Para empezar, pensé que de ser cierta la propuesta de marras, ningún padre podrá ser respetado ya que ningún padre cumple acertadamente con su tarea paterna. Dirían los que saben que en el ejercicio de la paternidad, como en todo, existe siempre un margen de error. La segunda cuestión que consideré tiene que ver con la responsabilidad de los hijos, como seres creados a imagen y semejanza de Dios, para ser y hacer de acuerdo con su identidad. Es decir, para superar las deficiencias del padre, considerar los aciertos que este haya tenido y asumir como propia la responsabilidad de respetarlo.
De cualquier forma, creo que el predicador tuvo el acierto de ocuparse del tema de la paternidad destacando un hecho fundamental: la forma en la que los padres vivimos nuestra paternidad está determinada, cuando menos condicionada, por la manera en la que hemos vivido nuestra condición de hijos. Ante el modelo de paternidad bajo el cual nos formamos, son dos las respuestas más comunes. La primera, consiste en convertirse en mero continuador del modelo parental conocido. Somos como nuestro padre fue. La segunda representa la antítesis al modelo parental conocido, somos y hacemos con nuestros hijos exactamente lo contrario que nuestro padre fue e hizo. Somos lo contrario de lo que nuestro padre fue. La debilidad común de tan comunes modelos es una sola: renunciamos a ser el padre que cada uno de nuestros hijos necesitan.
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