Marcos 16
Creo que más de alguna vez los cristianos llegamos al momento en el que pensamos que, si hubiéramos conocido personalmente a Jesús, la historia de nuestra fidelidad sería diferente. Hubiéramos sido más santos, más perseverantes, más fieles, etc. Sin embargo, la historia de aquellos que anduvieron con el Señor no parece dar sustento a nuestras especulaciones. La historia de quienes olieron el aliento del Señor -que así de cerca de él estuvieron- resulta muy parecida a la nuestra: incrédulos, traidores, desconfiados, inconstantes en su caminar cristiano, etc.
Si he de hacerla de Abogado del Diablo de los compañeros de Jesús, sólo apuntaría en su defensa –cuando menos en un intento de explicación de sus altibajos-, que el caminar al lado de Jesús expone a las personas a una constante de tensión, les obliga a responder a cosas no conocidas e incomprensibles, a estar a la altura de circunstancias que, nunca en la vida, se le ocurriría a nadie que tendría que enfrentar. Como eso de que, al que vieron morir en la cruz y ya había sido sepultado, vivía y los mandaba llamar para encontrarse con ellos.
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