Mateo 5.13, 14; Colosenses 4.5, 6
Uno de los principales problemas del cristianismo actual es su vocación reduccionista. Me refiero a esa tendencia a reducir el llamado cristiano a meras y selectivas cuestiones morales e intimistas, el servicio a Dios al ámbito litúrgico, el poder divino al campo de la salud y la prosperidad económica, y la proclamación del evangelio a los domésticos de la fe, a los de casa. En consecuencia, la comunidad cristiana vive ignorando el propósito divino expresado en Jesucristo y por lo tanto se aísla, o pretende hacerlo, del propósito de su llamado y de las circunstancias del mismo. Le sucede lo que Jesús explicita cuando se refiere al absurdo de encender una lámpara y ocultarla dentro de una canasta. Mateo 13.15 NTV
Por el contrario, nuestro Señor Jesús insiste en una visión global e integral de la identidad y tarea de sus discípulos. Los define como sal de la tierra, considerando esta como la totalidad del espacio físico en que se desarrolla la actividad humana, al mismo tiempo que los define como luz del mundo. La palabra mundo es cosmos, indicando así no sólo la totalidad de lo que existe y es conocido, sino el orden, el arreglo, la cultura humana. Además, la palabra luz también puede traducirse como el poder para comprender y transmitir el conocimiento de las cosas espirituales y la verdad acerca del bien y el mal.
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