El ser humano ha sido creado, diseñado, para vivir en comunión con Dios. La Biblia dice que Dios puso de su propio aliento en el cuerpo del hombre. Por lo tanto, hay una estrecha relación entre Dios y el ser humano. Este, para estar completo, necesita de Dios y, me pregunto si acaso no pudiéramos decir lo mismo acerca del Señor, que él también nos necesita para estar completo.
El Salmista expresa la necesidad que el hombre tiene de Dios, diciendo: “mi corazón ha dicho de ti: buscad mi rostro”. Al mismo tiempo, la Biblia dice que Dios nos atrae hacia sí mismo: “con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor”. Oseas 11.4 Estos pasajes, y sus muchos paralelos, hacen evidente que la comunión con Dios, el cultivo de la espiritualidad, responde tanto al llamado que Dios mismo hace al ser humano; como del impulso interior que lleva a la persona a ansiar la comunión del Señor.
Es esto lo que da sentido al término religión que usamos para referirnos a las cosas y las prácticas espirituales. Uno de sus significados más básicos es religar; es decir, “ceñir más estrechamente” la relación entre Dios y el hombre. Lo que el pecado rompió, Cristo lo ha vuelto a unir. Ahora, dice el Apóstol, “tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Romanos 5.1 Este trato familiar debe ser cuidado y cultivado por el cristiano. Esto significa que debemos esforzarnos en vivir de tal manera que la paz de Cristo permanezca en y entre nosotros. De los primeros cristianos se dice que perseveraban en la comunión, es decir, que se mantenían firmes en ella. Hechos 2.42
De los escritos bíblicos se desprende que perseverar en la comunión incluye dos áreas integrales y mutuamente condicionantes: primero, la que tiene que ver con la individualidad de la persona, con su propia alma y su relación personal e íntima con Dios. La segunda es el área comunitaria, primero en la dimensión la que se refiere al cuerpo de Cristo, la iglesia; perseverar en la comunión con Dios también implica permanecer y crecer en la comunión con los hermanos. No hay tal cosa, como pretenden algunos, que se pueda amar y servir a Dios fuera de la iglesia. Además, esta dimensión comunitaria de la comunión con Dios incluye, también, el vivir de tal manera que nuestro testimonio beneficie y anime a seguir a Cristo a quienes no lo conocen. Col 4.5ss
La comunión personal con Dios empieza siendo un privilegio y una responsabilidad individual y propia de cada quién. Empieza, también, siendo un acto electivo. Cada quien elige, en principio, la profundidad de su relación con Cristo. Él ha tomado la iniciativa y ha venido a nuestro encuentro. Pero, nunca irá más allá de donde nosotros le permitamos ir. “Yo estoy a la puerta y llamo; [dice el Señor] si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos”. Apocalipsis 3.20
Superada la cuestión de si Dios quiere o no estar en comunión con nosotros, queda ahora la relativa a cómo podemos permanecer en comunión personal con él y cómo podemos hacer más profunda nuestra relación personal. La Biblia nos enseña que el recurso con que contamos es, sencillamente, el cultivo de las llamadas disciplinas espirituales:
La práctica cotidiana de la oración y el ayuno. La oración es un diálogo de fe. Cuando oramos nos abrimos a la inmensidad de Dios, lo ponemos a prueba. Él nos escucha y nos habla. Nos descubre su carácter y su propósito personal para nosotros. Además, la oración es la llave al poder divino; hemos sido autorizados para orar pidiendo y se nos ha prometido que lo que pidamos en su nombre lo recibiremos. Lo que Dios hace en respuesta a nuestras oraciones es un plus que nos permite abundar en la comunión con él. Lucas 22.40; 1 Tesalonicenses 5.17; Santiago 5.16
La lectura y el estudio de la Biblia. La Biblia ha sido escrita para nuestra edificación. Es decir, nos guía, fortalece y restaura mostrándonos el carácter de Dios y quienes somos nosotros en Cristo. Cuando nos muestra quienes somos, también nos revela qué es lo que Dios espera de nosotros y cómo, al obedecer sus mandamientos, podemos encontrar la plenitud de la vida. Además, la Palabra de Dios en nuestros labios es poderosa para responder a quienes nos confrontan o piden consejo; así como para reprender al diablo y a sus emisarios.
Una buena cosa es aprender a orar con la Biblia. Es decir, memorizar aquellos pasajes bíblicos que conllevan alabanza, súplica y/o intercesión; repetirlos frecuentemente y aprender a aplicarlos en cada circunstancia que nos toque vivir. Salmo 119.105; Isaías 55.11Juan 5.39; 2 Timoteo 3.16; Hebreos 4.12
La práctica de la santidad. Dios es santo y no puede estar en comunión con quienes no practican la santidad. Esta, según la Biblia, es al mismo tiempo consagración y limpieza. Santo es quien vive para Dios y se aparta del pecado, de hacer lo malo. Vivir sabiendo que somos de Dios, nos permite entender todo lo que nos sucede desde la perspectiva espiritual. Comprender que detrás de todo hay un propósito superior y más grande. Además, nos lleva a vivir teniendo cuidad de que nuestros pensamientos, actitudes, palabras y acciones glorifiquen a Dios y no lo ofendan.
Consideremos atentamente el que nadie que ha buscado a Dios ha resultado defraudado. Al contrario, mientras más abundamos en la comunión con el Señor más vivimos en plenitud, con fortaleza y siendo de bendición para quienes están a nuestro lado. Por lo tanto, vale la pena hacer caso a nuestro corazón y buscar interesada y comprometidamente el rostro de nuestro Dios.
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