Por lo que sé, ser mujer es una experiencia inigualable. Conlleva los más grandes privilegios del ser humano, y los más crueles menosprecios. La mujer es al mismo tiempo eje que convoca: a la vida, a los hombres, a la familia; y es también la extraña, a la que, cuando conviene, se le margina, se le ignora, se le usa.
Desafortunadamente, este desigual trato a las mujeres se justifica con una particular interpretación del mensaje bíblico. La mujer, nos dicen, es segunda, va después del hombre, al ser formada del hombre es menos que el hombre. Además, la mujer tiene la culpa de que el pecado haya marcado a la humanidad, pues ella engañó a Adán. Finalmente, la mujer es un ser emocional, con poca capacidad para pensar racionalmente, por lo que es necesario que esté bajo el cuidado –y la consecuente subordinación-, del hombre. La mujer no puede ser persona, si no cuenta con la compañía y la cobertura masculina, dirían algunos.
Agradezco a Dios la oportunidad privilegiada que me da de estar con ustedes. También agradezco a los pastores Xenia y Jonás, el que estén dispuestos a correr el riesgo de invitarme a participar de este Congreso. Desde luego, agradezco a las pastoras Mariana y Alma la oportunidad de escucharlas y contribuir con ellas a la mutua edificación. Gracias a ustedes por su paciencia y su atención. Sobre todo, porque lejos de intentar su confort y comodidad, me propongo inquietarlas con un enfoque no tradicional acerca de lo que la Biblia nos enseña, sobre el ser mujer a partir de la gracia y el cómo de las relaciones matrimoniales y familiares de quienes están en Cristo.
Ana, la madre de Samuel, sufrió el trato y las presiones típicas de una sociedad machista. Sus relaciones familiares se caracterizaron por el menosprecio y la persecución “de la otra”, Penina. Su marido la amaba mucho, pero ni la conocía, ni la entendía. Vivía convencido de que todo lo que su mujer necesitaba era a él; estaba seguro de que él era, para Ana, mejor que diez hijos. Elcana, no solo era un hombre insensible, también era un esposo presuntuoso. Elí, su pastor y sacerdote, quien recibía de ella y de su esposo ricas ofrendas, apreciaba estas pero poca atención prestaba a Ana. Insensible, como buen hombre, le ve sufrir y no la entiende… concluye que está borracha.
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