La Gracia de ser Mujer

CFN Mujeres en su GraciaAgradezco a Dios la oportunidad privilegiada que me da de estar con ustedes. También agradezco a los pastores Xenia y  Jonás, el que estén dispuestos a correr el riesgo de invitarme a participar de este Congreso. Desde luego, agradezco a las pastoras Mariana y Alma la oportunidad de escucharlas y contribuir con ellas a la mutua edificación. Gracias a ustedes por su paciencia y su atención. Sobre todo, porque lejos de intentar su confort y comodidad, me propongo inquietarlas con un enfoque no tradicional acerca de lo que la Biblia nos enseña, sobre el ser mujer a partir de la gracia y el cómo de las relaciones matrimoniales y familiares de quienes están en Cristo.

Hace algunos días, de madrugada, pensaba en la oportunidad de compartir con ustedes algunas propuestas sobre los temas asignados. De pronto vino una convicción poderosa de que debo empezar mi intervención pidiendo perdón a ustedes, y en ustedes a las mujeres en general. Hacerlo, primero, en mi condición de hombre, por todos los excesos que los hombres cometemos en contra de ustedes las mujeres. Creo que ninguno de mis congéneres tiene las manos limpias en este asunto. Pedir perdón, también, en mi condición de pastor, de ministro del evangelio. Ello porque, debo reconocer con vergüenza, de diferentes maneras y en diferentes grados, nosotros hemos contribuido a la permanencia y el fortalecimiento de un sistema que oprime a las mujeres. Justificando en interpretaciones parciales y manipuladas la Palabra para justificar los abusos que cotidianamente sufren las mujeres en general y las mujeres creyentes en particular.

El por qué pensaba en este Congreso en la madrugada se debe, entre otras razones, a que el tema que se asignó para esta primera reflexión me plantea un conflicto. En efecto, debemos hablar sobre La Gracia de ser Mujer, sí, pero el subtema o propósito indicado es: Enseñar a las mujeres cómo tratar a su marido. Mi conflicto resulta del hecho de que, en apariencia, la gracia de ser mujer sólo sería propia de quienes tienen marido. Y que, la gracia resultaría del saber tratar al esposo. El problema es que, en México, 3 de cada diez mamás son madres solteras, 10% de las mujeres son viudas y el 30% de las mujeres son solteras. Así que, si la gracia resulta o está relacionada con el trato al esposo, hay un alto número de mujeres que no podrán saber lo que es el regalo inmerecido de Dios. Y si gracia es don, regalo, dádiva inmerecida, luego entonces no hay lugar para tal vinculación. Primero, porque la gracia de Cristo es para todas las mujeres que han sido amadas y redimidas por el Señor independientemente, y, aún a pesar de su estado civil.

He intentado resolvar tal conflicto presentando a ustedes una primera propuesta sobre lo que significa ser mujer en y por Cristo y, otra segunda, que considera el cómo del trato al esposo de la mujer que está en Cristo. Les invito para que, si es de su interés, consulten las notas de esta meditación en www.vidaypalabra.com. Desde luego, agradeceré sus comentarios, preguntas y cuestionamientos.

Mujer, antes y después de Cristo

Hace algún tiempo, un hombre convencido de su ortodoxia bíblica me encaró recordándome que el papel de la mujer, según la Biblia, consiste en estar al servicio de su marido. Hablando del tema con esposas de algunos líderes evangélicos, una de ellas empezó asegurando que la mujer ha sido creada a imagen y semejanza de Dios y que por lo tanto las mujeres tienen todo el derecho a realizarse como tales, preparándose para cumplir con su propósito en la vida: ser la ayuda idónea de su marido estando, incondicionalmente, a su servicio. Un conocido pastor asegura que los males que las familias enfrentan; disfuncionalidad, pérdida de valores, embarazos precoces, drogas, etc., todos son resultado de que las mujeres, en general, han dejado de cumplir el precepto bíblico de permanecer sujetas a sus maridos.

Que hombres que han hecho de sus mujeres seres sin identidad, que pastores que desdeñan los más elementales principios de interpretación bíblica justifiquen la violencia intrafamiliar que muchas mujeres cristianas padecen… pasa, resulta comprensible. El que mujeres líderes aseguren que su papel y el de las otras es “realizarse sirviendo a sus maridos para que estos alcancen sus metas”, resulta, sí, comprensible, pero también harto doloroso. Evidencia que el engaño del pecado no solo ha alcanzado a los hombres sino que ha convertido a muchas mujeres en transmisoras del mismo. Desde luego, tal engaño resulta de la ignorancia de la Palabra de Dios y de la dureza de corazón que impide la comprensión de la misma.

Al leer la historia bíblica de la creación del ser humano encontramos algunas cuestiones que, generalmente, se pasan por alto. La primera de ellas es que existen dos relatos de la creación y quizá un microrelato. El primero que aparece en el texto bíblico no es el más antiguo. En efecto, el relato comprendido en Génesis 1.1 a Génesis 2.4, sigue al comprendido entre el capítulo 2.4-25 y que es reconocido por lo biblistas como el más antiguo de ambos. Otra cuestión que generalmente se deja de lado es que según el relato más antiguo, el orden seguido en la Creación es: primero es formado Adán, después Dios creó un jardín en la región de Edén, donde hizo crecer árboles y frutos para comer, así como el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y el mal. Después, al considerar que no era bueno que el hombre “esté solo”, Dios formó todos los animales y todas las aves. Sin embargo, como ninguno de tales seres resultara “la ayuda adecuada para él, Dios, de una costilla de Adán hizo una mujer, y se la presentó al hombre…”

El segundo relato de la creación, que aparece primero en el texto bíblico, sigue otro orden, basado en el principio de una semana de siete días. De acuerdo con este orden, el ser humano fue formado el sexto día. “Cuando Dios creó al hombre, lo  creó a su imagen, varón y mujer lo creó”. (1.27) Algunos estudiosos de la Biblia nos dicen que ambos relatos resultan complementarios entre sí. Que destacan tanto el hecho de que Dios es el creador de todo lo que existe, además de su propósito de vivir en comunión con el hombre y el resto de su creación, así como el principio de igualdad entre el hombre y la mujer, principio inherente a su condición de imagen de Dios, sin distingo de su sexo.

El relato más antiguo destaca que el hombre y la mujer se unen para ser una sola persona. DHH, apunta en la nota de estudio de 2.23: “… el relato de la formación de la mujer con una costilla sacada del hombre, quiere destacar la unidad de naturaleza, la íntima afinidad entre ambos sexos y, por tanto, la igualdad esencial de derechos”. Por otro lado, el relato contenido en el primer capítulo del Génesis establece también el principio de igualdad en cuanto a la naturaleza, la dignidad y los derechos y responsabilidades de ambos géneros, tal como podemos leer en los versos veintisiete al treinta. Llama la atención el que este relato termina con la afirmación siguiente: “Así fue, y Dios vio que todo lo que había estado muy bien”.

Dios hizo al hombre y a la mujer iguales en dignidad, privilegios y responsabilidades y “vio que todo había estado muy bien”. De hecho no solo Dios lo vio así. Adán, cuando vuelve del sueño y descubre a Eva frente a sí exclama: “Ahora sí [BJ]”, “¡Esta sí que es de mi propia carne y de mis propios huesos!” Y en el nombre que elige para Eva, destaca el principio de igual entre esta y él mismo: ella es ishshah (varona), como yo soy ish, (varón).

Lo que hasta aquí hemos dicho, y que no agota el tema, desde luego, nos permite entender tres cuestiones básicas: Primero, hombre y mujer son iguales en dignidad, derechos y obligaciones. Segundo, si identidad es individualidad, luego, aunque ambos fueron creados iguales y simultáneamente, al mismo tiempo, son personas distintas, autónomas entre sí, aunque en una relación especial, única. Génesis 1.27

La tercera cuestión básica, y que aquí solo apunto, es que el dominio obvio que los hombres ejercen sobre las mujeres, así como el sometimiento indigno de no pocas a su marido o pareja, es resultado del pecado y propio de quienes permanecen en él. Dios, según Génesis 3.16, le advierte a la mujer que ha decidido aumentar sus dolores de parto. Y luego advierte que a pesar de tales dolores, ella seguirá buscando a su marido pues “su deseo la llevará a su marido y él tendrá autoridad sobre ella”. Como podemos ver, la mujer creada en libertad y para ser libre, por el pecado viene a convertirse en esclava de su deseo, condición que la lleva a permanecer bajo la autoridad del hombre, ya se trate de un marido o de un sistema machista.

La mujer, al igual que el hombre, es corresponsable y está sujeta a las consecuencias del pecado. Es, desde luego, responsable de su propio pecado. Pero, también lo es de su participación en la cultura del pecado que engendra y fortalece, entre otras expresiones pecaminosas, al machismo. Es corresponsable de promover, activa y/o pasivamente, el pecado como norma de vida. En consecuencia, la mujer sufre las consecuencias de su pecado personal al tiempo que padece las consecuencias de la cultura del pecado.

La mujer es ella, hemos dicho. El relato bíblico nos muestra que la mujer tiene el derecho a decidir por sí misma, aún cuando sus decisiones sean equivocadas. Eva no es una extensión de Adán, es ella. Así fue creada. Sin embargo, el pecado nos hace perder, a hombres y mujeres, los privilegios inherentes a nuestro haber sido creados a imagen y semejanza de Dios. En el caso de la mujer, la Biblia nos dice que, por el pecado, queda sujeta a dos condiciones particulares:

  • La relación con sus hijos será una relación de dolor.
  • La relación con su marido (y con los hombres en general), será una relación disfuncional, de sometimiento.

Es el pecado, personal y social, el que determina la formación de estructuras en las que la mujer, como el hombre por su lado, quedan sujetos a maldición: a fuerzas que no pueden controlar ni evitar por sí mismas. Los sistemas familiares y las estructuras sociales que subordinan y causan sufrimiento innecesario a la mujer no son, de ninguna manera, el propósito de Dios. Dios no creó a la mujer en sujeción deshonrosa, atada al dolor. La creó a su imagen y semejanza.

El trato de la mujer en Cristo a su marido

Ahora bien, la Biblia nos enseña que en Cristo, Dios ha vuelto las cosas a su condición original. 1 Corintios 12.13; Gálatas 3.28. Por la regeneración de la sangre de Cristo, las personas recuperamos nuestra identidad y condición original. Somos justificados y, por lo tanto, somos reconciliados con Dios, con nosotros mismos y con nuestro prójimo. Al ser salvos somos llamados a libertad. Por ello resulta incomprensible que las mujeres y los hombres que han sido redimidos, sigan repitiendo los patrones propios de la esclavitud del pecado. La carta a los Gálatas (5.1), nos permite entender que es posible que quienes son libres, sigan viviendo como si aún fueran esclavos. Vivir así es una insensatez, es decir, algo sin sentido. Gálatas 3.1, 13-14

Como hijas de Dios, las mujeres tienen el deber y el derecho de asumir la realidad y la responsabilidad de su liberación plena en Cristo. Le deben a Dios, se deben a sí mismas y deben a quienes estamos a su alrededor, el asumir el compromiso de vivir la libertad integral que Cristo les ha dado la justificarlas. En razón de su redención, las mujeres son libres de los condicionamientos que explican sus temores, sus dependencias, sus condicionamientos. Por la misma razón, las mujeres han recibido lo que necesitan para vivir tal realidad: razones para una nueva manera de pensar, amor a sí mismas y a los demás, poder y autoridad para ejercer su libertad, así como dominio propio (la capacidad para administrar sus emociones, sentimientos y condicionamientos culturales). 2 Timoteo 1.7 Igualmente, siendo hombres y compañeros compañeros en el camino de la vida, también debemos y podemos hacer lo que es propio para que, tanto ellas como nosotros, vivamos la realidad de la nueva creación.

Desde luego, no agotamos el tema sobre lo que la gracia hace en la vida de las mujeres, y los hombres, redimidos por Cristo. Ojalá tengamos la oportunidad de abundar en ello. Ocupémonos por ahora de apuntar algunas propuestas sobre el cómo del trato de las esposas cristianas a sus maridos.

Primero, debemos recuperar el principio bíblico de la individualidad. Contra lo que algunos, románticamente, proponen en el matrimonio bíblico no existen medias naranjas. Quien es la mitad de algo es un fenómeno, una deformación de su identidad. Cuando, de acuerdo con el relato sacerdotal, Dios establece que el hombre, y en consecuencia la mujer, dejarán padre y madre para ser una nueva persona, no se indica que esta nueva persona será la suma de dos mitades. No, se trata de la unión mística de dos personas integrales que dan lugar a una nueva entidad, el matrimonio, la pareja.

El matrimonio sano requiere de que ambos cónyuges sigan siendo plenamente ellos mismos. Sólo así lo que Dios ha hecho en ellos y lo que de Dios habita en cada uno podrá manifestarse plenamente. Ello porque la plenitud de Cristo en la persona es la contribución que cada uno hace a su cónyuge. Desde luego, esto explica el por qué no es posible lograr la comunión plena entre un creyente y un no creyente. Sus naturalezas son diferentes y, por lo tanto, lo que son concilia entre sí. Difícil, si no imposible, el lograr una nueva persona cuando quienes lo pretenden no están completos individualmente.

Dado que estamos ocupándonos del papel de la mujer, debemos apuntar que su primer aporte consiste en su respeto a la individualidad de su esposo, a su ser otro, su otredad. El que es y no el que debiera ser ni el que la esposa quiere que sea. Se trata de reconocer el derecho del marido a ser quien ha elegido ser y a reconocer, también, que el mismo tiene la responsabilidad y la capacidad para enfrentar las consecuencia de las decisiones tomadas.

Obviamente, ello implica y requiere que la mujer tenga consciencia de su propia individualidad. Que sepa quién es y cuál es su propósito, su proyecto de vida. Saberlo le permitirá discernir qué es propio de ella y qué puede, debe y conviene que acepte del esposo y de la relación misma. En consecuencia, se respetará a sí misma y podrá respetar a su esposo.

El segundo principio a considerar es el del sometimiento mutuo. Como hemos visto, el sometimiento unilateral es propio de una condición de pecado y no corresponde al propósito de igualdad que es propio de la condición de “iguales y semejantes a Dios”, de los seres humanos. Cuando San Pablo se ocupa del tema, indica, en efecto, que la mujer debe someterse a su marido. Sin embargo, tal indicación sólo desarrolla el principio base que aparece en Efesios 5.21: “Someteos unos a otros en el temor de Dios”. Este principio establece dos cuestiones, la primera es que el sometimiento es mutuo, la esposa se somete al marido y este se somete a la esposa. Los versos siguientes también establecen que hay un sometimiento de los padres a los hijos, de estos a sus padres y, en el modelo contemporaneo a Pablo, de los miembros de la familia con sus esclavos. La relación familiar en Cristo requiere del sometimiento mutuo de todos su integrantes.

Este sometimiento bíblico requiere de un principio de igualdad. No de igualdad de roles, género o condición social, sino de naturaleza. TLAI traduce así el verso 21: “Ustedes, los que honran a Cristo, deben sujetarse los unos a los otros”. La expresión”los que honran a Cristo”, resulta limitativa respecto del quienes y a quienes se someten. Deja de lado, desde luego, la eventualidad de que se sometan a quien no honra a Cristo. Recuerdo el caso de una mujer, esposa de pastor, que ante la infidelidad de su esposo recibió la indicación de los líderes denominacionales de que, por amor a Cristo, debía sumeterse a su marido, callar ante su infidelidad y esperar que este se arrepintiera. Tal recomendación plantea una cuestión de fondo, misma que enfrentan cotidianamente quienes están casadas con quien no están sujetos a Cristo. La cuestión es: Si el sometimiento a mi marido implica que deje de honrar a Cristo, ¿a quién debo someterme?

No podemos ignorar que cuando Pablo explica cómo se lleva a la práctica el sometimiento mutuo en el matrimonio, indica que al hombre le toca amar a la mujer a la manera de Cristo y la Iglesia, es decir, entregándose a sí mismo por ella. (Paradidomi, ponerse en sus manos.) Mientras que la sujeción de la mujer consiste en que la misma respete a su marido. Efesios 5.25,28,33

Finalmente, propongo a ustedes que el tercer principio es el de la caridad. La mujer es llamada a ser caritativa con su marido, benévola: “Que tiene buena voluntad o afecto hacia alguien sobre el que tiene poder o autoridad; en especial, que se muestra indulgente o tolerante”. Según el relato del Génesis, el hombre no es plenamente él sin la ayuda de la mujer. El texto bíblico destaca que es el hombre quien necesita a la mujer y no esta quien necesita al hombre. El hombre necesita de la ayuda idónea que la mujer es, no la que esta le da.

La expresión ayuda idónea viene del hebreo ezer kenegdó. La palabra ezer significa ayuda y dado que la misma se utiliza generalmente respecto de Dios, cabe preguntarnos si la mujer que está en Cristo no se convierte en instrumento privilegiado para ayudar al hombre en Cristo a ser plenamente él y en él. Propongo esto porque el término kenegdó, traducido generalmente como ayuda, también significa enfrentada a él o en su contra. Según algunos estudiosos de la Torá esto significa que cuando ambos cónyuges están en sintonía espiritual, cuando ambos honran a Dios, se complementan y desarrollan una relación franca, cara a cara. Pero, cuando el marido se desvía de su propósito la mujer se convierte en su contraria, se enfrenta a él provocándolo a que sea quien es en como imagen y semejanza de Dios.

La mujer que se conserva sujeta a Cristo y a su marido respetando a este, aún cuando no esté sujeto a Cristo, se convierte en un modelo alternativo de vida que puede provocar el interés y la disposición del inconverso a volverse al Señor. 1 Pedro 3.1 Obviamente, proceder así requiere y evidencia la caridad de la esposa, el amor ágape con el que ama a su esposo, así como Dios la ha amado a ella. La mujer que respeta a su marido -que respeta los espacios del marido y lo confronta con su testimonio-, está siendo caritativa a la manera de Cristo.

Hasta aquí mi propuesta. Reitero mi convicción de que la Biblia nos enseña que la mujer es, como el hombre, imagen y semejanza de Dios. Igual en dignidad, igual en autoridad, igual en autonomía y libertad. Reitero que la obra de Cristo ha venido a regenerar la plenitud de la identidad de la mujer con todos sus atributos, capacidades y derechos. Asimismo, Reitero que la relación matrimonial en Cristo presupone el reconocimiento de la igualdad en derechos y responsabilidades del hombre y la mujer. Que la sumisión mutua es condición básica para el buen funcionamiento de la pareja y de la familia. Además, de que es la mujer la que complementa al hombre y no al contrario. Por ello, termino convocando a las mujeres aquí presentes a que asuman su identidad en Cristo, a que abunden en el disfrute de la gracia y a que recuerden que quien les hace ser no son los hombres, sino su Señor y Salvador, Jesucristo.

 

 

 

 

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One Comment en “La Gracia de ser Mujer”

  1. ofelia.fig@gmail.com Says:

    Muchas gracias, como siempre es un deleite y de mucha edificación su propuestas, agradezco a Dios, que se revele en su palabra y que usted sea el medio para que esto ocurra.

    Enviado desde mi iPad


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