Hace pocos días, un hombre convencido de su ortodoxia bíblica me encaró recordándome que el papel de la mujer, según la Biblia, consiste en estar al servicio de su marido. Hablando del tema con esposas de algunos líderes evangélicos, una de ellas empezó asegurando que la mujer ha sido creada a imagen y semejanza de Dios y que por lo tanto las mujeres tienen todo el derecho a realizarse como tales, preparándose para cumplir con su propósito en la vida: ser la ayuda idónea de su marido estando, incondicionalmente, a su servicio. Un conocido pastor asegura que los males que las familias enfrentan; disfuncionalidad, pérdida de valores, embarazos precoces, drogas, etc., todos son resultado de que las mujeres, en general, han dejado de cumplir el precepto bíblico de permanecer sujetas a sus maridos.
Que hombres que han hecho de sus mujeres seres sin identidad, que pastores que desdeñan los más elementales principios de interpretación bíblica justifiquen la violencia intrafamiliar que muchas mujeres cristianas padecen… pasa, resulta comprensible. El que mujeres líderes aseguren que su papel y el de las otras es “realizarse sirviendo a sus maridos para que estos alcancen sus metas”, resulta, sí, comprensible, pero también harto doloroso. Evidencia que el engaño del pecado no solo ha alcanzado a los hombres sino que ha convertido a muchas mujeres en transmisoras del mismo. Desde luego, tal engaño resulta de la ignorancia de la Palabra de Dios y de la dureza de corazón que impide la comprensión de la misma.
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