¿Al servicio de su marido?
Hace pocos días, un hombre convencido de su ortodoxia bíblica me encaró recordándome que el papel de la mujer, según la Biblia, consiste en estar al servicio de su marido. Hablando del tema con esposas de algunos líderes evangélicos, una de ellas empezó asegurando que la mujer ha sido creada a imagen y semejanza de Dios y que por lo tanto las mujeres tienen todo el derecho a realizarse como tales, preparándose para cumplir con su propósito en la vida: ser la ayuda idónea de su marido estando, incondicionalmente, a su servicio. Un conocido pastor asegura que los males que las familias enfrentan; disfuncionalidad, pérdida de valores, embarazos precoces, drogas, etc., todos son resultado de que las mujeres, en general, han dejado de cumplir el precepto bíblico de permanecer sujetas a sus maridos.
Que hombres que han hecho de sus mujeres seres sin identidad, que pastores que desdeñan los más elementales principios de interpretación bíblica justifiquen la violencia intrafamiliar que muchas mujeres cristianas padecen… pasa, resulta comprensible. El que mujeres líderes aseguren que su papel y el de las otras es “realizarse sirviendo a sus maridos para que estos alcancen sus metas”, resulta, sí, comprensible, pero también harto doloroso. Evidencia que el engaño del pecado no solo ha alcanzado a los hombres sino que ha convertido a muchas mujeres en transmisoras del mismo. Desde luego, tal engaño resulta de la ignorancia de la Palabra de Dios y de la dureza de corazón que impide la comprensión de la misma.
Al leer la historia bíblica de la creación del ser humano encontramos algunas cuestiones que, generalmente, se pasan por alto. La primera de ellas es que existen dos relatos de la creación. El primero que aparece en el texto bíblico no es, sin embargo, el más antiguo. En efecto, el relato comprendido en Génesis 1.1 a Génesis 2.4, sigue al comprendido entre el capítulo dos versos 4ª al 25 y que es reconocido por lo biblistas como el más antiguo de ambos. Otra cuestión que generalmente se deja de lado es que según el relato más antiguo, el orden seguido en la Creación es: primero es formado Adán, después creó un jardín en la región de Edén, donde hizo crecer árboles y frutos para comer, así como el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y el mal. Después, al considerar que no era bueno que el hombre “esté solo”, Dios formó todos los animales y todas las aves. Sin embargo, como ninguno de tales seres resultara “la ayuda adecuada para él, Dios, de una costilla de Adán hizo una mujer, y se la presentó al hombre…”
El segundo relato de la creación, que aparece primero en el texto bíblico, sigue otro orden, basado en el principio de una semana de siete días. De acuerdo con este orden, el ser humano fue formado el sexto día, de manera simultánea. “Cuando Dios creó al hombre, lo creó a su imagen, varón y mujer lo creo”. (1.27)
Estudiosos de la Biblia nos dicen que ambos relatos resultan complementarios entre sí. Que destacan tanto el hecho de que Dios es el creador de todo lo que existe, además de su propósito de vivir en comunión con el hombre y el resto de su creación, así como el principio de igualdad entre el hombre y la mujer, principio inherente a su condición de imagen de Dios, sin distingo de su sexo.
En efecto, el relato más antiguo dice que el hombre y la mujer se unen para ser una sola persona. DHH, apunta en la nota de estudio de 1.23: “… el relato de la formación de la mujer con una costilla sacada del hombre, quiere destacar la unidad de naturaleza, la íntima afinidad entre ambos sexos y, por tanto, la igualdad esencial de derechos”. Por otro lado, el relato contenido en el primer capítulo del Génesis establece también el principio de igualdad en cuanto a la naturaleza, la dignidad y los derechos y responsabilidades de ambos géneros, tal como podemos leer en los versos veintisiete al treinta. Llama la atención el que este relato termina con la afirmación siguiente: “Así fue, y Dios vio que todo lo que había estado muy bien”.
Dios hizo al hombre y a la mujer iguales en dignidad, privilegios y responsabilidades y “vio que todo había estado muy bien”. De hecho no solo Dios lo vio así. Adán, cuando vuelve del sueño y descubre a Eva frente a sí exclama: “Ahora sí [BJ]”, “¡Esta sí que es de mi propia carne y de mis propios huesos!” Y en el nombre que elige para Eva, destaca el principio de igual entre esta y él mismo: ella es ishshah (varona), como yo son ish, (varón).
Lo que hasta aquí hemos dicho, y que no agota el tema, desde luego, nos permite entender tres cuestiones básicas: Primero, hombre y mujer son iguales en dignidad, derechos y obligaciones. Segundo, si identidad es individualidad, luego, aunque ambos fueron creados iguales y simultáneamente, según 1.27, son personas distintas, autónomas entre sí, aunque en una relación especial, única. Por ello, la unión de ambos en el matrimonio no diluye a ninguno, sino que tal unión da paso a una “nueva persona”, sin que ello implique, insisto, el que se anule la individualidad del uno o de la otra. De hecho, el reto y meta del matrimonio es llegar a ser una “nueva persona” sin que el hombre y la mujer dejen de ser quienes son.
La tercera cuestión básica, y que aquí solo apunto pues será objeto de nuestra reflexión del lunes próximo, es que el dominio obvio que los hombres ejercen sobre las mujeres, así como el sometimiento indigno de no pocas a su marido, es resultado del pecado y propio de quienes permanecen en él. Dios, según Gn 3.16, le advierte a la mujer que ha decidido aumentar sus dolores de parto. Y luego advierte que a pesar de tales dolores, ella seguirá buscando a su marido pues “su deseo la llevará a su marido y él tendrá autoridad sobre ella”. Como podemos ver, la mujer creada en libertad y para ser libre, por el pecado viene a convertirse en esclava de su deseo, condición que la lleva a permanecer bajo la autoridad del esposo.
Termino recordando lo que hemos dicho una y otra vez, Dios creó al hombre y a la mujer en igualdad de dignidad, derechos y obligaciones; los creó como seres individuales y autónomos respecto del otro. Al hombre, hombre, a la mujer, mujer. Y ambos portadores de la imagen y semejanza de Dios.
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