Uno de los énfasis del ministerio de CASA DE PAN es el reconocimiento de la plena dignidad de la mujer, creada en igualdad con el hombre, a imagen y semejanza de Dios. Consecuentemente, uno de los temas recurrentes de nuestra enseñanza es la denuncia de la opresión de la mujer, como una práctica que Dios aborrece. Sin embargo, ahora debemos recordar que el hecho de que a las mujeres se les discrimina, explota y se abusa de ellas, no deja de lado otro hecho igualmente importante: las mujeres necias destruyen su casa con sus propias manos. Proverbios 14.1
Sí, hay mujeres necias y estas destruyen sus hogares. La figura utilizada por el proverbista es de por sí interesante, dice que las mujeres necias destruyen sus casas “con sus propias manos”. Esta figura implica tanto una determinación –conciente/inconciente-, como un proceso. Hay mujeres que destruyen sus hogares de una vez por todas: son infieles, abandonan el hogar, etc. Pero, no pasa así con las mujeres necias, estas van quitando ladrillo a ladrillo, enfocando sus esfuerzos de destrucción con serenidad, paciencia y determinación. Aunque son movidas por sentimientos profundamente arraigados de insatisfacción, frustración y enojo, mantienen la cabeza fría y se ocupan pacientemente en su tarea destructiva.
Aún cuando el término necio se refiere a quien es ignorante, en el contexto bíblico adquiere una dimensión más profunda. Necio, necia, es quien rechaza la sabiduría; quien, convencida de su propio saber, no está dispuesta a considerar otras razones. En el NT, el término “necio” se refiere a quien hace caso omiso de la voluntad de Dios. Es decir, ser necio no significa necesariamente, ser ignorante, no saber. Necio es quien se niega a reconocer lo verdadero, lo bueno, lo conveniente. Así, el sustento de la necedad es la soberbia, el ser sabio en su propia opinión.
Tres son las características que distinguen a los necios, hombres y mujeres:
1. Han dejado de crecer espiritual, intelectual y emocionalmente. No están interesados en aprender nuevas cosas, con lo que saben o creen saber les basta.
2. Son superficiales y sus conversaciones lo evidencian. Hablan mucho y dicen poco. Se ocupan de cosas sin importancia y las convierten en lo importante de sus vidas: modas, deportes, chismes, etc.
3. Se vuelven obsesivos, casi monotemáticos. Solo hablan de unos cuantos temas. Por lo general, se ocupan de cuestiones que resaltan sus aciertos y destacan los errores de los demás.
Las mujeres necias se distinguen además porque minimizan sus propias faltas y las consecuencias de las mismas. Prov 14.9 También por ser contenciosas. Prov 20.3 Es decir, porque son dadas a mantenerse trabadas en algún tipo de conflicto. Todos conocemos a mujeres que sin importar la razón de la desavenencia o discusión, terminan reclamando lo mismo de siempre: dinero, errores del marido, carencias, etc. Son licenciosas; se dan permiso de decir y hacer, o dejar de hacer, lo que conviene a sus intereses personales, son desconsideradas. También se distinguen porque desprecian la sabiduría y la disciplina. Prov. 1.7
Hemos dicho que la mujer necia destruye su casa “ladrillo a ladrillo”. Este es un proceso que generalmente incluye los siguientes elementos:
Menosprecio del esposo. Cuando las relaciones de pareja dejan de ser satisfactorias se hacen evidentes las distintas razones de frustración, tanto del hombre como de la mujer. En no pocos casos, se tiende a hacer al otro responsable de las frustraciones propias. En el caso de las mujeres necias podemos advertir un proceso que es causa y efecto de tales frustraciones. Primero, la mujer se decepciona del marido, con razón o sin ella; después, lo adjetiva, o sea lo identifica con las conductas que le critica. V.gr. “eres un irresponsable”. En tercer lugar, conciente e inconcientemente busca vengarse de él. Como se asume engañada, decepcionada, considera que tiene el derecho a cobrarse por los daños recibidos. Así, se vuelve cada vez más intolerante y perseguidora. Cada vez más dada al juicio fácil y parcializado.
Cambio unilateral y parcializado de roles. Cada pareja decide, conciente e inconcientemente, cuáles son los roles o funciones que toca desempeñar a cada quién. Aún las parejas disfuncionales acuerdan lo que toca hacer a cada quién. Sin embargo, la necedad lleva a cambiar unilateral y parcialmente tales roles. Unilateral, porque no se trata ya de acuerdos. Por ejemplo, hay mujeres que quitan ladrillos dejando de ocuparse de tareas tales como la preparación de los alimentos, el cuidado de la ropa, el pago de los servicios de la casa, etc. Dejan de hacerlo no obstante que existía el acuerdo, explícito e implícito, de que a ellas tocaba cumplir con tales cuestiones. Es un cambio parcial porque, en no pocos casos, el cambio de roles tiene un destinatario: el marido. Así, la mujer sigue atendiendo como siempre a los hijos, pero cambia la calidad de su atención al esposo.
Un espacio de la relación de pareja en el que esto se hace más evidente es el que tiene que ver con la sexualidad. Recuerdo a un hombre quien, en un taller para parejas, exclamó de repente: “ya ni siquiera quiere tener relaciones conmigo”. Hay una rara mezcla de espiritualidad y menopausia, pues no pocas mujeres necias justifican su cambio de actitud en cuestiones sexuales, asegurando que siendo espirituales, no necesitan de las cosas de la carne. Lo interesante es que este tipo de descubrimiento se da, generalmente, cuando llegan a la menopausia.
Desapego emocional y afectivo. El diccionario define el desapego como [la] falta de afición o interés, alejamiento, desvío. Así, cuando hablamos de desapego emocional y afectivo nos referimos a esa toma de distancia que toman las mujeres necias respecto de sus esposos. Cuando dejan de sentir con ellos y dejan de sentirse inclinadas a favor del marido. Suele suceder que, cegadas por su frustración, dolor o cansancio, olvidan la importancia de seguir siendo una con su marido. Y, por cierto, llegan a menospreciar y hasta a burlarse de quienes, como José Abellán escribía a su esposa: ”Como todo ser humano, yo necesito sentirme querido y en el ambiente actual que se vive en nuestra casa, no me siento ni querido ni respetado ni valorado. Necesito que me necesiten; y no sólo para soltar dinero…”
Recordando lo que eran y lograron estando solteras, no pocas mujeres necias hacen gala de que ellas no necesitan a nadie, que son suficientes para sí mismas y que, por lo tanto, pueden permanecer solas… aunque sigan durmiendo en la misma cama con su marido.
Proverbios 14.1, habla de casas que se construyen o destruyen. Reconoce a la mujer una capacidad que en toda la Biblia no se reconoce a los hombres: la mujer puede construir su casa, o destruirla. Por ello es que yo animaría a las mujeres que han optado por el camino de la necedad a que vuelvan sobre sus pasos. A que escojan ser mujeres sabias, pues optar por la sabiduría les permitirá construir y aún reconstruir sus casas.
Hay casas que pueden ser remodeladas y otras que necesitan ser derrumbadas para construir una mejor sobre el mismo terreno. Las mujeres que han sido lastimadas por sus maridos deben saber que hay lugar para la esperanza. Que el bien vence al mal. Así, si ellas se vuelven al Señor, él reconstruirá sus propios muros derribados por la negligencia de sus maridos. Y siendo ellas regeneradas, podrán ejercer el poder que Dios les otorga y reconoce y contribuir a la construcción y reconstrucción de sus hogares.
En última instancia, las mujeres sabias no permiten ser destruidas por el mismo mal que está destruyendo sus casas. A los errores de sus maridos, contraponen el ejercicio del perdón. Ante la escasa sabiduría de sus hombres, ellas claman a Dios quien les enseñará cosas grandes y dificultosas que, por ahora desconocen. Ante el desánimo que les embarga, ellas enfrentan la confianza que se alimenta de la comunión con su Señor. Y ante la atracción de la necedad, ellas recurren al ejercicio del perdón como el instrumento que las libera del poder de sus emociones, y del de las heridas que sus maridos les han causado.
Sí, hay mujeres necias y estas destruyen sus hogares, hemos dicho. Pero, ni todas las mujeres son necias; ni las mujeres necias tienen que seguir siéndolo. Nuestras familias necesitan de la sabiduría de sus mujeres. Nuestras iglesias necesitan de la sabiduría de las mujeres. Nuestra sociedad toda necesita de la sabiduría de las mujeres. Entonces, mujeres que leen esto, ¿no creen que sea tiempo de que privilegiemos la sabiduría y confiemos en la gracia divina?
Vale la pena que, como tarea, mujeres y hombres recordemos que a la mujer sabia: “Sus hijos la llaman bienaventurada, y su marido también la alaba”. Prov 31.28
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