Archivo de diciembre 2010

José, el Esposo Atípico

20 diciembre, 2010

José es el personaje de la historia de la Navidad que mejor me cae. Con frecuencia me siento solidario con él. Me parece que, en el fondo, José encarna uno de los aspectos más complejos, definitorios y aun difíciles del ser esposo: Asumir –hacer propias-, sin poder ni capacidad alguna para influir y lograr que cambien, las decisiones, las experiencias y/o las maneras de pensar de la esposa. En efecto, cuando José se entera, aparentemente de forma indirecta, que María está embarazada, se encuentra ante una situación en la que él no ha participado y de la que, sin embargo, debe responder de alguna forma.

Bien es cierto que María y José no vivían todavía juntos, como también es cierto que, por razones que no entendemos, Dios decidió tratar directamente con María sin tomar en cuenta el papel que José tenía como esposo de ella. En el entorno judío esta era una situación atípica. Las mujeres judías no gozaban de autonomía, ni cuando hijas, un cuando esposas. No podían establecer acuerdos sin la participación de su padre o de su esposo. En el caso de María, ya existía un contrato matrimonial con José, su relación se encontraba en la fase de la consagración matrimonial, la quedushín. En esta fase, que precedía a la de la consumación del matrimonio y el vivir juntos, la nissuín, María estaba tan obligada a la fidelidad y obediencia su marido José, como si ya viviera con él. Por ello es que resulta especialmente significativo que el ángel Gabriel se haya dirigido a María, y no a José o a los dos juntos, para comunicarle algo tan trascendente como el hecho de su embarazo por el poder y quehacer del Espíritu Santo.

Ante los acontecimientos que nos ocupan, José, como muchos esposos, se ve enfrentado a una situación que le rebasa y le coloca en la necesidad de hacer una decisión sumamente complicada. El evangelista Mateo nos dice que José era un hombre justo. En el contexto bíblico esto significa que José era un hombre que valoraba la Ley Mosaica y las tradiciones y costumbres de su pueblo. Por ello, ante el hecho de que su esposa resulta embarazada por alguien que no es él, enfrenta la necesidad de proceder en justicia; es decir, de hacer aquello que la Ley establecía para tales casos: denunciar a María y dar por finiquitado el compromiso matrimonial con ella.

Ahora bien, la justicia no resultó suficiente para José en la medida que proceder justamente, de acuerdo con lo que la Ley establecía, provocaba un conflicto con otro aspecto del carácter de José. No sólo era justo, sino que también era misericordioso. Como observante cuidadoso de la Ley, sabía que su repudio público de María no sólo significaría para ella vergüenza y marginación. También abría la puerta para que María fuera castigada conforme a lo que la Ley establecía como el castigo para una esposa adúltera: ser apedreada hasta que muriera.

Obviamente, José amaba a María. Más aún, la misericordia de José le impedía asumir la responsabilidad de la muerte de cualquiera, particularmente, de la muerte de la mujer que él amaba y legalmente ya era su esposa. ¿Qué hacer?, era el dilema de José. Cumplir con lo que se sabe, lo que se ha aprendido y lo que se cree; o correr el riesgo de transitar por caminos desconocidos en el cómo de las relaciones conyugales. No debe haber sido esta una situación fácil para José. Mateo dice que José no quería denunciar públicamente a María, [y] decidió separarse de ella en secreto. Una mejor traducción dice de José, pero a la vez no quería. José sabía lo que un esposo tenía que hacer ante el embarazo, la presunta infidelidad, de su mujer. Su forma de pensar, la manera en que había aprendido a ser esposo, por el ejemplo de su padre, su abuelo, los otros esposos con los que él convivía, le mostraban el camino a seguir. José, por lo tanto, sabía lo que debía hacer, pero a la vez no quería hacerlo.

Por ello estuvo dispuesto a violentar, él mismo, la Ley Mosaica. Llegó a la conclusión de que lo mejor que podía hacer era separarse de María en secreto. Pero, la Ley no contemplaba tal modalidad. De hacerlo, él mismo quedaría en entredicho porque si el hijo de María no era suyo, debía haberla denunciado públicamente; y si era de él, entonces no tenía razón para repudiarla.

Difícil situación la de José. ¿Qué hacer, cumplir de la forma debida o ir en contra de lo que él mismo era, creía y consideraba propio? ¿Qué hacer ante aquello en lo que el proceder de su mujer lo colocaba en una condición de ignorancia, confusión y conflicto interior? Esta es una pregunta válida no sólo para José, sino para muchos esposos de nuestros días. La cotidianidad de la vida conyugal lleva a los esposos a circunstancias inesperadas y desconocidas que actúan como parteaguas de lo que son, piensan, hacen y deciden. Muchas cosas de lo que sus mujeres piensan, hacen y deciden ponen a prueba lo que los maridos han aprendido que es lo correcto, lo propio, lo conveniente. Como José, no pocos concluyen que lo mejor es separarse en secreto de sus mujeres.

Este separarse en secreto, incluye la toma de distancia emocional, y aun espiritual, respecto de la esposa. Se termina por ver a la mujer como a alguien ajena al esposo, con la que, sin embargo, hay que seguir interactuando, relacionándose, de la mejor manera posible. Es decir, los maridos se separan de su mujer en lo secreto –muy dentro suyo-, aunque permanezcan en relación con ellas. Pero, como en el caso de José, llegar a tales conclusiones y/o tomar tales decisiones, lejos de traer paz al marido y de contribuir al bien de la relación matrimonial, sólo producen noches oscuras, como la de José.

Siempre me ha parecido muy interesante, bella y reveladora la expresión con la que el ángel anima a José: No tengas miedo de tomar a María por esposa (no temas recibir a María como tu mujer). El ángel mete el dedo en la llaga, pues hace evidente que la mayoría de los esposos experimentan miedo ante las expresiones de la libertad y autonomía de sus mujeres. Que la esposa no sea, piense y actúe como el marido piensa que debe hacerlo, genera miedo en el corazón del esposo. El miedo coarta la libertad y termina por destruir a quien lo experimenta y a quienes ama. Por ello es que el ángel invita a José a que no actúe como se acostumbra hacerlo; más bien, le propone, abre tus ojos y descubre que lo que pasa en María es quehacer del Espíritu Santo. José, ábrete y disponte a conocer y participar de los tiempos nuevos que el Espíritu Santo está trayendo a tu mujer, a ti mismo y a todo el mundo.

El nacimiento del niño Jesús también nos anuncia que el cómo de las relaciones matrimoniales es transformado a la luz de Cristo. Jesús libera a las mujeres y las trata de tú a tú, sin intermediarios, sin tutores. Reconoce en ellas la imagen y semejanza de Dios. Por ello, para hablar con María, Dios no tiene que pedirle permiso a José. Pero, Jesús también libera a los hombres de la pesada carga de ser los dueños, los responsables últimos de sus mujeres. El reconocerlas como iguales a ellos, el respetar sus espacios de decisión y autoridad, el participar de aquello en lo que ellas están envueltas, aun cuando parezca ponerlos en riesgo, no es razón para que teman. La razón es sencilla, en el fortalecimiento de la identidad, la individualidad, de su esposa, es el Espíritu Santo quien está actuando.

José me cae bien porque me identifico con él cuando me confundo, me estremezco, me enfado, ante el actuar independiente de mi esposa. Pero, José me cae mejor porque veo en él la clase de esposo que me propongo ser cada día. Justo, pero misericordioso; temeroso, pero confiado; cansado, pero paciente; ignorante, pero obediente a la palabra recibida de Dios para el bien de mi matrimonio. Y a esto animo a los esposos que me escuchan o leen. Oro por que la realidad de Cristo en los esposos cristianos nos permita ser participantes, junto con José, de las buenas nuevas de paz para los hombres que gozamos del favor de Dios.

Salve, Muy Favorecida

11 diciembre, 2010

Lucas 1.26-38

María es una persona desafortunadamente alejada de los cristianos. Debido al culto indebido que se le da entre las comunidades católicas, los cristianos-evangélicos han tomado distancia de ella, de su testimonio de vida y de su ejemplo para las generaciones contemporáneas de los creyentes en Cristo. Conviene, sin embargo, que rescatemos el aporte de esta mujer, para así estar en condiciones de imitar su ejemplo y servir a la causa del evangelio con la misma entrega y resolución que ella lo hizo.

Lo primero que conviene destacar es el hecho de que Dios está atento a la vida de cada uno de sus hijos, los conoce y los valora. No solo ello, también los incorpora, cuando así resulta necesario, a su quehacer extraordinario. Tal el caso de María, de quien, por cierto, no tenemos mucha información. Sin embargo, su carácter extraordinario queda revelado en el canto que entona cuando visita a su prima Elizabeth. El mismo hace evidente la inteligencia de María, desde luego, pero también el hecho de que se trataba de una mujer preparada, conocedora de las Escrituras y con un especial discernimiento de las mismas. Algunos estudiosos establecen paralelismos entre el canto de María y el de Ana, la madre de Samuel. Pero destacan que María lleva a un plano superior la comprensión de Ana sobre el poder de Dios. María entiende que lo que le está sucediendo y, sobre todo, que aquello en lo que ella está participando es mucho más que un mero milagro de concepción; se trata del inicio de una nueva era, la era mesiánica, en la que Dios llevará a feliz y total cumplimiento las promesas dadas a su pueblo, desde los Patriarcas hasta los Profetas. María discierne también que la llegada del Reino de Dios en el niño que lleva en su vientre, significa el establecimiento de un nuevo orden, tanto en el mundo físico, como en el mundo espiritual. Satanás será destruido, y los ricos irán con las manos vacías, mientras que los pobres serán llenos de bienes.

Una segunda cuestión es que el ángel Gabriel llama a María, muy favorecida; es decir, llena de gracia. De entrada, el ángel establece un principio fundamental: María puede participar del quehacer extraordinario de Dios por un acto de gracia. Es decir, el que Dios la haya escogido como madre de su Hijo, no presupone que en María hubiese méritos que justificaran tal distinción. Dios la escogió a ella, como podía haber escogido a cualquier otra mujer.

Y una tercera cuestión que conviene destacar es el hecho de que la elección y la tarea implícita en la misma, son, en los hechos, una intromisión divina. Es decir, Dios se entremete en la vida de María altera de manera total y definitivamente el todo de la misma. Entremeter, es, meterse donde no lo llaman, inmiscuirse en lo que no le toca. Ponerse en medio o entre otros. Con esto en mente, procuremos entender lo que María nos enseña y aquello que podemos imitar de esta mujer.

Lo primero que María hace evidente es que Dios sigue caminando en medio de los hombres, que Dios sigue haciendo cosas extraordinarias en medio de circunstancias ordinarias y aun desafortunadas. En el contexto de María, el poder de los romanos y la opresión de los judíos no significaban que Dios permaneciera ajeno, ni inamovible. Dios estaba obrando conforme a su propósito y plan divino. Y, por el contenido la vehemencia de su canto, podemos suponer que a María le urgía que Dios actuara; podemos deducir que a esta mujer aldeana, pobre, seguramente, destinada a casarse con un hombre mayor que ella, la injusticia reinante le incomodaba y la llevaba a mantener la esperanza de que, con la venida del Mesías, las cosas serían diferentes. Así, podemos ver que el quehacer de Dios se empata con la inquietud y el deseo de quienes tienen hambre y sed de justicia.

La segunda cosa que María hace evidente, es el cómo podemos descubrir a Dios cuando camina entre los hombres. Félix Tudor cuenta la historia de un investigador reconocido a quien su jefe le encarga que descubra el camino por el que va a venir Dios. En su búsqueda llega hasta un anciano, quien, por toda respuesta, le entrega unos zapatos comunes y corrientes, de un número más chico que el que el investigador calzaba. Le anima a que se los ponga y, entonces, cuenta el relato, algo misterioso sucede. El investigador lo explica así: Tenéis dos pistas fiables: Primera: debéis poneros los zapatos de Dios, calza el mismo número que tus hermanos más pobres y menos queridos. Segunda: las huellas de Dios son las huellas de la humanidad pobre y necesitada. Si seguís estas huellas descubriréis el camino por el que Dios viene a vuestra vida y experimentaréis la alegría de la salvación.

Lo que María nos muestra es que descubrimos la presencia y el quehacer de Dios cuando nos negamos a nosotros mismos y hacemos del otro la razón de ser de nuestra vida. Desde luego, María, mujer inteligente, no se lanza en tal propósito sin una razón sólida para hacerlo. Ante el relato del ángel, respecto de lo que Dios ha hecho a favor de la estéril Elizabeth, y dada la declaración que Gabriel hace en el sentido de que, para Dios, no hay nada imposible; es que María se asume como esclava del Señor.

María, la incómoda ante la situación que su pueblo vive, está dispuesta a participar como actora del quehacer redentor que se inicia en Jesús, su hijo nacido del milagro. Y, está dispuesta a pagar los precios que ello represente. Por eso no desmaya ni aunque se le advierta que lo que pasará con su hijo, será para ella como una espada que atraviese su propia alma.

Hay quienes hacen de la razón de su vida el preparar el vestido de novia. El centro de sus preocupaciones se agota en lo doméstico y en lo cotidiano. María nos muestra que hay un camino mejor, más fructífero y más satisfactorio, amén de más doloroso. Se trata de participar en lo que el Señor está haciendo a favor de quienes viven sin esperanza y sin Dios. María estuvo dispuesta a poner en riesgo todo lo que tenía, que por más poco que fuera, era su todo, para poder incorporarse al quehacer divino.

En este sentido es que María se convierte en un modelo para nosotros y su testimonio hace las veces de un reto, una provocación y un desafío, respecto de la vida que estamos haciendo. La fe que profesamos, lo que creemos de Dios, son suficiente razón para que vivamos de otra manera. Para que nos asumamos como agentes de cambio de la realidad de enfrentamos. Como María, somos colaboradores y corresponsables con Dios de la suerte que vive la humanidad. Somos llamados, no sólo a inconformarnos e incomodarnos con las circunstancias que enfrentamos; también somos llamados a transformarlas desde nuestro aquí y nuestro ahora.

Ante el hecho de que nada es imposible para Dios, no nos queda sino asumirnos sus esclavos para permitir y participar en lo que él quiere hacer en y al través de nosotros, así como para hacer lo que él quiere que hagamos. Quienes buscamos a Dios, quienes nos rebelamos ante el statu quo, e intercedemos para que él intervenga, con toda seguridad quedaremos preñados de su poder, de su Espíritu Santo. Y, entonces, podremos formamos parte del quehacer maravilloso y extraordinario de Dios.

Hay quienes todo lo que aspiran a llegar a ser en la vida, es la esposa de José. No hay nada de extraordinario en sus sueños, en sus metas. Quieren tener una vida cómoda, tranquila y buena. María fue la esposa de José y mucho más, fue la madre del Salvador del mundo. Esclava, sí, pero, también colaboradora de Dios en la tarea más trascendente de toda la Humanidad. Como ella, nosotros también podemos ser muy favorecidos por la gracia de nuestro Dios, si nos animamos a soñar y estamos listos para hacer lo que Dios encarga, aunque nos tome por sorpresa y nos confunda, como lo hizo Gabriel con María.

Lo que Creemos Acerca de la Virgen María

6 diciembre, 2010

Con frecuencia, y sobre todo alrededor del 12 de diciembre, a los cristianos-evangélicos se nos acusa de no creer en la Virgen o de no ser buenos mexicanos por no reconocer como su madre a  Guadalupe. El hecho es que tal acusación o reclamo es fruto de la ignorancia acerca de lo que los cristianos-evangélicos creemos en acuerdo con lo que la Biblia enseña respecto de la Virgen María.

Para empezar, y hay que insistir en ello, los cristianos-evangélicos creemos todo, y nada más, lo que la Biblia enseña acerca de María, la madre de nuestro Señor Jesucristo. En primer lugar, creemos que María era una mujer temerosa de Dios, piadosa y sumamente conocedora de las Sagradas Escrituras. La razón para creer tal cosa la encontramos en el llamado Cántico de María, mismo que aparece en el Evangelio según San Lucas, capítulo dos, versos 46 al 55. Este es un recuento certero de los hechos de Dios a favor de la liberación de su pueblo; pero, también es una admirable interpretación acerca del significado de la salvación que el Mesías habría de traer a quienes pusieran su fe y confianza en él.

La Biblia también enseña, y nosotros lo creemos, que el embarazo de María fue un hecho extraordinario que manifiesta el poder de Dios. La enseñanza bíblica nos dice que María era una mujer virgen, a la que cuando pregunta cómo es que podrá dar a luz a un hijo sin haber tenido relaciones con ningún hombre, el ángel Gabriel le explica que el Espíritu Santo vendría sobre ella, y el poder del Altísimo la cubriría con su sombra y entonces ella quedaría embarazada de aquél que sería llamado Hijo de Dios.

Pero, la Biblia también enseña que, una vez que el niño Jesús naciera, María y José practicaron el tipo de relación que es propia de todo matrimonio consagrado a Dios. En efecto, el evangelista Mateo, en el capítulo uno, verso 25 de su evangelio, explica que José y María no tuvieron relaciones conyugales hasta que dio a luz al niño Jesús.

Detrás de la hiperdulía (veneración o culto extraordinario), a María de Guadalupe, se encuentra todo un sistema de enseñanza respecto de la Virgen María, que ha sido cambiante a lo largo de la historia de la misma iglesia mayoritaria. Los principales dogmas marianos, es decir aquellas enseñanzas que deben ser aceptadas para poder ser salvos, aún cuando no se comprenda, son, además de todo, relativamente recientes. Estos dogmas son cuatro:

  • El Dogma de María, como Madre de Dios y de la Iglesia, acordado en el Concilio de Éfeso en 431.
  • El Dogma de la Perpetua Virginidad de María, aprobado en el IV Concilio de Letrán, en 1215.
  • El Dogma de la Inmaculada Concepción, decretado por el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854.
  • El Dogma de la Asunción de María al Cielo, decretado por Pío XII, en noviembre de 1950

Además de tales dogmas, la iglesia romana enseña que María es corredentora, junto con nuestro Señor y Salvador Jesucristo. No deja de ser complicado para el razonamiento humano que se enseñe que María se ha aparecido en tres distintos lugares y momentos: Tepeyac, Lourdes y Fátima y que, sin dejar de ser una sea venerada con distintos énfasis y merecimientos; más aún, hasta en competencia consigo misma.
Además de los problemas derivados de la inconstancia de la doctrina mariana, cabría preguntarse qué de aquellos que se murieron sin saber que María era perpetuamente virgen; o que María hubiera ascendido al cielo, está un hecho por demás relevante: ninguno de tales dogmas tiene sustento bíblico. Es más, los dogmas y la enseñanza de María como corredentora, no solo son diferentes a la enseñanza bíblica, sino que contradicen lo que la Palabra de Dios enseña respecto de la obra redentora de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Por ejemplo, la doctrina del pecado original no tiene fundamento bíblico. La Biblia nos enseña que María era virgen cuando el Espíritu Santo vino sobre ella y concibió a Jesús en su vientre. Pero, también enseña que María y José tuvieron relaciones sexuales después de que Jesús nació. Además, diferentes pasajes bíblicos se refieren a las hermanas y los hermanos de Jesús, hijos de María y de José. También la Biblia nos enseña que Dios es, sin principio ni fin. Destaca que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, siempre distinguiendo la doble naturaleza de Cristo. Y enseña que María es madre del niño Jesús, es decir, este en cuanto hombre y no en tanto Dios. No hay sustento bíblico para el mito de que María fuera arrebatada al cielo. María, al igual que los que “durmieron en el Señor”, resucitará cuando Jesús venga por segunda vez a la tierra. Finalmente, la Biblia enseña que solo Dios es nuestro redentor.

Toda propuesta idolátrica contiene en sí misma consecuencias, muchas veces irreversibles, en contra de quienes las practican y promueven. El fruto del error solo puede ser más error. Así como del grano de maíz que se siembra, brota una planta que contiene muchas mazorcas con muchos más granos; así, de la semilla de la idolatría brotan muchas semillas más de error y castigo. México padece tantos males: corrupción, violencia, machismo, pobreza, etc., entre otras cosas, por la ignorancia idolátrica en la que siglos y siglos de engaño se ha sumido a nuestro pueblo. Guadalupe, se asegura es el factor de identidad del pueblo mexicano. Antes guadalupanos que mexicanos, se presume. Y, sí, tal propuesta idolátrica ha provisto una identidad a muchos mexicanos, pero es esta una identidad deformada, contraria a aquella con la que fueron creados: la imagen y semejanza de Dios.

“Mi pueblo perece [dice el Señor] por falta de conocimiento”. ¿De qué clase de conocimiento? ¿Qué es lo que el pueblo que perece desconoce? Desconoce al Dios de Jesucristo. La mentira idolátrica en la que vive atrapado le impide reconocer al único y verdadero Dios, le impide relacionarse con el único que puede darle vida, porque él mismo es la vida: Jesucristo.

La Biblia enseña que “el cazador tiende la trampa y cae en ella”. Así sucede con las propuestas idolátricas. Aún aquellos que las promueven, sabiendo que son falsas, resultan esclavos de las mismas. Vaya si no la experiencia quien fuera Abad de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulemburg quien, en privado y en público expresaba su convicción de que nada era cierto de la enseñanza guadalupana. Pero, su convicción no resultó suficiente para liberarlo del poder de ese sistema de mentira que, además de enriquecerlo, lo mantuvo a su servicio por muchos años y lo expulsó cuando dejó de serle útil.

La idolatría de los gobernantes, nos enseña la Biblia, termina por dañar al pueblo. Este, sobre todo cuando es abusado en su ignorancia, sufre las consecuencias de la rebeldía de los poderosos ante las enseñanzas y mandamientos divinos. Muchos casos en la historia de Israel, el pueblo de Dios, nos muestran como la ira del Señor se volvió contra su pueblo cuando este, siguiendo a sus líderes rebeldes, se alejó de los mandamientos recibidos. Pobreza, opresión, destierro, destrucción de las familias, etc., fueron las consecuencias resultantes de la idolatría.

Hoy, nuestro país paga, indudablemente, la idolatría de sus gobernantes. Cuando, lejos de buscar a Dios, estos mismos gobernantes consultan a adivinos y hechiceros, los males del pueblo todo irán en aumento. México vive hoy las consecuencias del pecado de aquellos hombres y mujeres en eminencia que, lejos de servir a Dios, le desobedecen y retan con su idolatría.

Nosotros sí creemos en María: la madre de Jesús, nuestra hermana en la fe. María de Guadalupe no es ni reina, ni camino a Jesús. Jesucristo es el único camino, es la verdad y es la vida. Solo en él y al través suyo podemos conocer a Dios. Tarea de quienes profesan creer y honrar al único y verdadero Dios, es animar a quienes padecen bajo el peso de la idolatría a que se vuelvan al Dios de Jesucristo. Con firme caridad y con compasión perseverante debemos proclamar en todo tiempo y lugar que solo Jesucristo es Rey, que solo él ha pagado el precio de nuestra redención. Que su sacrificio es suficiente para que podamos acercarnos confiadamente al trono de Misericordia de nuestro Dios.

Cuando Pablo estuvo en Atenas, “su espíritu se enardecía viendo a la ciudad entregada a la idolatría”. Algunos de nosotros podemos identificarnos bien con el Apóstol. Pero, les animo a que veamos más allá, con los ojos de la fe. México tiene que cambiar; cada día más y más personas están saliendo de la oscuridad a la luz admirable de Cristo. Oremos, intercedamos por el bien de nuestra nación. La perseverancia en la intercesión y en el anuncio del evangelio son las armas con las que, en el nombre del Señor, habrá de ser vencida toda clase de idolatría.

Quiero terminar con una palabra de esperanza, haciendo mía la visión de Isaías: “Solamente el Señor mostrará su grandeza en aquel día, y acabará con todos los ídolos. Isa 2.17