Dios amó tanto

Juan 3.14-21 NTV

No resulta difícil encontrarnos dudando del amor de Dios. A veces lo hacemos cuando la vida se nos atora, cuando enfrentamos situaciones inesperadas, difíciles y dolorosas. También dudamos de que Dios nos ame animados por nuestra culpa, cuando hemos hecho o dejado de hacer algo que, nos parece, impide, de plano, el que Dios pueda amarnos.

De entre las innumerables evidencias de que Dios nos ama, ninguna hay que resulte más fuerte, convincente y extraordinaria que la cruz del Monte Calvario. Al entregar a su Hijo como el pago por nuestro pecado. Al ofrendarse a sí mismo la sangre de su amado Hijo, para evitar que nosotros derramemos la nuestra como pago de nuestro pecado, Dios ha mostrado lo extraordinario, incomprensible y poderoso de su amor por nosotros los seres creados por él.

La cruz evidencia también la fidelidad de Dios a su propósito de vivir en comunión con aquellos a quienes él ha traído a la vida. La historia de la creación del ser humano hace evidente que el propósito del Señor al crear al ser humano a su imagen y semejanza, no era otro sino el de tener con quien relacionarse en armonía y con quien compartir el privilegio de ser colaborar en el cuidado y el empoderamiento de todo lo creado.

Por amor al ser humano, mujer y varón, Dios se hizo a sí mismo vulnerable al crearlo en libertad. En efecto, nos ha creado como seres autónomos, con la facultad, la capacidad, de poder obrar según nuestro criterio, con independencia de la opinión o el deseo de él mismo. El Todopoderoso estuvo dispuesto a correr el riesgo de que nuestra elección nos separase de él, contra su deseo de vivir en íntima comunión con él.

Y todo ello, como muestra de su amor, de su respeto a nuestra identidad y autonomía.

Pero, si en la creación Dios mostró su amor por nosotros, es en la redención cuando este amor resulta aún más incomprensible y valioso. Dios, en su soberanía, ha establecido que el salario del pecado es la muerte. Romanos 6.23 DHH Muerto espiritualmente, el ser humano nada puede hacer para recuperar la comunión con Dios ni gozar de la plenitud de vida para la cual ha sido creado.

Ni el rechazo a su amor ni la incapacidad del hombre para recuperar la comunión con él, han podido hacer a Dios desistir de su propósito de vivir en comunión íntima con aquellos a quienes les ha dado vida. Ante nuestra incapacidad manifiesta para volvernos a él, Dios se ha acercado a nosotros en Jesucristo.

Alguien ha dicho que, ante nuestra incapacidad para ser como él, Dios decidió hacerse como nosotros en Jesucristo. Lo hizo porque así es como él pudo cumplir con lo que él mismo estableció desde el principio, que no hay perdón de pecados si no hay derramamiento de sangre. Hebreos 9.22 DHH94I

Aún si pagáramos nuestro pecado con nuestra propia vida, estaríamos muertos tanto física como espiritualmente, nos resultaría imposible el recuperar nuestra comunión con Dios. Si tal cosa sucediera, Dios no podría lograr su propósito de comunión con aquellos a quienes ama tanto, nosotros.

Así que, como Dios amó tanto al mundo, entregó a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. En Jesucristo, Dios ha hecho por nosotros lo que nosotros nunca podríamos hacer por nosotros mismos: alcanzar la vida eterna. Es decir, el vivir en comunión plena con él en esta vida y en la vida venidera.

La sangre que Jesús derramó en la cruz del Calvario es el precio con el que Dios se ha pagado a sí mismo el precio de nuestra redención.

En Jesús, Dios no nada más nos ha ayudado, no sólo nos ha animado. En Jesús, Dios ha hecho lo que nosotros no podemos hacer por más capaces, bien intencionados, sinceros y poderosos que pudiésemos ser. Jesús, con su sacrificio, es la puerta que nos lleva al Padre.

Jesús es la razón que tenemos para poder acercarnos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. [Donde] recibiremos su misericordia y encontraremos la gracia que nos ayudará cuando más la necesitemos. Hebreos 4.13 NTV

Y, como dice ese conocido canto cristiano, lo único que explica, lo único que hace comprensible tal quehacer divino es su amor. Dice el compositor: [Por] sobre todo, pensaste en mí por amor.

Resulta comprensible que ante las oraciones no contestadas según lo esperamos, o ante el remordimiento causado por nuestras rebeliones, dudemos del amor de Dios. Sin embargo, Dios se ocupa primordialmente de lo trascendente. Para Dios lo fundamental es el que estemos vivamos para estar en comunión con él.

Ezequiel nos recuerda el interés y el llamado divino al rebelde Israel:

Arrepiéntete y apártate de tus pecados. ¡No permitas que tus pecados te destruyan! Deja atrás tu rebelión y procura encontrar un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué habrías de morir, oh pueblo de Israel? No quiero que mueras, dice el Señor Soberano. ¡Cambia de rumbo y vive! Ezequiel 18.32 NTV

Dios, el ofendido por nuestro pecado, es quien, por amor, ha preparado el camino para que podamos volvernos a él. Y todo por amor.

Quizá tú que me escuchas no has tenido la oportunidad de conocer del amor de Dios en Jesucristo y, por lo tanto, no has sido reconciliado con él. Permaneces en una condición de enemistad con Dios. Aún así, Dios te ama. Y, Jesús en la cruz es el llamado que Dios te hace para que conozcas cuán grande y oportuno es su amor por ti.

Jesús, dice la Biblia, vino a destruir las obras del diablo. Juan 3.8 NTV Es decir, para librarte del pecado que te domina y hacer de ti una nueva creatura. Para darte una vida nueva, en comunión con él y capacitado por su gracia para vivir tu vida presente, y la futura, de manera plena y trascendente.

En Jesús, Dios te llama para que estés en paz con él. Toca a ti, y te invito a que lo hagas, aceptar su llamado y venir a su encuentro. A dejar de vivir en muerte y a vivir la vida plena. A recuperar la imagen y semejanza del Dios que te ha creado y te ama tan especialmente.

En su Palabra, Dios nos llama a bajar a las aguas del bautismo para que, por la invocación de su nombre, muramos al pecado y nazcamos de nuevo en Jesucristo para vida eterna.

Recuerda, no hay pecado que tenga mayor poder que el poder redentor de la sangre de Jesucristo derramada por ti en la cruz del Calvario.

Quizá entre quienes ven y escuchan esta reflexión también están quienes, por la razón que sea, se han alejado de Dios. Por rebeldía o por vergüenza. Hoy quiero decirles que Dios no ha dejado de amarlos ni ha renunciado a su propósito de vivir en comunión con ustedes. Dios sigue llamándolos para que se vuelvan a él y Jesús sigue siendo el camino para que lo hagan.

A quienes hemos sido alcanzados por la gracia redentora y estamos en comunión con Dios, al haber hemos recibido el perdón de nuestros, Juan nos exhorta a que no pequemos. Pero, si alguno peca, dice, tenemos un abogado que defiende nuestro caso ante el Padre. Es Jesucristo, el que es verdaderamente justo. 1 Juan 2.1 NTV Otra vez, el amor de Dios por nosotros es tan grande que él no permite que ni siquiera nuestro pecado tenga el poder de acabar con la comunión entre el Señor y nosotros.

A los que pecamos aún después de haber sido salvos, Dios nos ama y Dios nos llama. Nos llama al arrepentimiento y a la conversión. Es decir, a reconocer nuestra falta y a volvernos a él. Y su gracia resulta suficiente, su gracia es lo que necesitamos para así hacerlo, para arrepentirnos y volvernos a Dios.

Dios nos ama tanto que dio a su Hijo para que tú y yo seamos salvos. Si no has venido a él, si no has aceptado a Jesucristo como tu Señor y Salvador, es tiempo de que lo hagas. El apóstol Pablo asegura a los corintios, y con ello a nosotros, a ti en particular:

Pues Dios dice: «En el momento preciso, te oí. En el día de salvación te ayudé». Efectivamente, el «momento preciso» es ahora. Hoy es el día de salvación. 2 Corintios 6.2

Te invito a que medites sobre esta cuestión tan trascendente. No sólo tiene que ver con tu aquí y ahora sino con tu eternidad. Quien en vida elige seguir a Cristo y se vuelve a él, puede estar seguro de que vivirá eternamente en comunión con Dios. Quien rechaza el amor de Dios en Cristo sólo tiene como futuro la enemistad eterna con aquel que lo ama tanto que entregó a su propio Hijo como precio de expiación.

A quienes ya estamos en Cristo les animo a que hagamos nuestra tarea prioritaria el compartir el amor de Dios a quienes tanto lo necesitan. A que no descansemos en el anuncio del Evangelio, animando a quienes no han escuchado ni recibido el mensaje de salvación a que se vuelvan a Cristo. Y a quienes se han alejado del Camino del Señor, los animemos a que hagan lo mismo.

Desde luego, les convoco a que hagamos nuestro el reto de hacer creíble a Cristo siendo nosotros portadores del mismo amor con que hemos sido amados.

Honremos, y confiemos en, el amor de Dios. A esto los animo, a esto los convoco.

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