La Misión no puede esperar

Lucas 10.1-24

A veces los relatos de los evangelistas, los biógrafos de Jesús, ponen sobre la mesa una cierta arbitrariedad en los actos del Señor. En nuestro pasaje, sin más, Lucas simplemente cuenta que [un día] el Señor escogió a otros setenta y dos discípulos y los envío de dos en dos por los pueblos y las aldeas.

Ya no se trataba sólo de personas que voluntaria y selectivamente estaban al lado del Señor, de quienes le seguían y le escuchaban. No, su acercarse al Señor les costó que este dispusiera de su tiempo, de sus recursos, de ellos mismos.

Ya no son ellos los que eligen el cómo de su relación con Jesús, sino es él quien decide la vida que ellos han de vivir. Literalmente, acercarse a Jesús les cuesta la vida. Su seguimiento pone en un segundo plano su comodidad y seguridad personales, sus relaciones familiares y aún su estabilidad laboral y económica.

¿Por qué actúa Jesús así? ¿Qué explica que el Jesús respetuoso, comprensivo, tolerante, esté dispuesto a poner en crisis a aquellos que por amor lo siguen?

Lucas nos da la respuesta: Hay una Misión que debe ser cumplida y Jesús es y vive la misión apasionadamente.

Cuando Lucas menciona el número de discípulos nos da una pista sobre cuál es la Misión a la que Jesús llama a sus discípulos. Para el evangelista y sus contemporáneos, 72 era el número de naciones en el mundo. Génesis 10 Así que, cuando Jesús escoge 72 discípulos es para que estos vayan a todas las naciones anunciando su Evangelio. Para que, según Mateo, vayan por todo el mundo haciendo discípulos de Jesús.

Jesús nunca olvida que él es la expresión del amor de Dios por el mundo y que ha venido para rescatar a las naciones para Dios (Salmo 2.8; Mateo 28.199ss). De ahí su referencia a las naciones descendientes de los hijos de Noé.

Además, Lucas evidencia que en Jesús había una plena conciencia de la necesidad urgente de las personas que le rodean y de los recursos limitados con que se cuenta para cumplir tan excelsa Misión. Jesús dice: son muchos los que necesitan entrar en el reino de Dios, pero son muy pocos los que hay para anunciar las buenas noticias.

Nuestro Señor sabe que la cosecha que no es recogida a tiempo se pierde. Paradójicamente el tiempo de la cosecha, esperado ansiosa y esperanzadoramente, es tiempo de riesgo. A Jesús le preocupa y por ello advierte a sus discípulos que existe la posibilidad de que todo el trabajo realizado por Dios, por Jesús mismo en favor de la regeneración de los seres humanos, resulte vano, inútil.

El Evangelista también nos hace notar un sentido de urgencia en Jesús. Eugene H. Peterson, en su traducción The Message nos ayuda a comprender la prisa de Jesús al traducir el versículo tres y siguientes así:

Váyanse ahoraNo lleven dinero ni alforja, ni más zapatos que los que traen puestos (es decir, no esperen a hacer el equipaje, vayan ligeros) … No pierdan tiempo en el camino con saludos prolongadosNo anden de casa en casa

Tales expresiones evidencian que, para Jesús, la Misión no puede esperar.

Mateo nos relata otro momento en el que Jesús decide nuevamente por sus discípulos y les encomienda su tarea. Una vez más, Jesús violenta la vida de seguidores y los lanza a una tarea que, en principio, parecería no serles propia. En efecto, el Señor les recuerda a sus discípulos: Dios me ha dado todo el poder para gobernar en todo el universo. Por lo tanto:

Ustedes vayan y hagan más discípulos míos en todos los países de la tierra. Bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Enséñenles a obedecer todo lo que yo les he enseñado. Yo estaré siempre con ustedes, hasta el fin del mundo.

La promesa al final de las palabras de Jesús indica el tiempo que dura la tarea, el tiempo de la Misión: Hasta el fin del mundo. Hasta que se acabe el mundo. ¿Cuánto dura esta tarea? Pues, hasta que él venga.

Así, Mateo no está hablando sólo de once discípulos, habla de todos nosotros, los que hemos creído en Jesús y le hemos seguido. Hemos sido llamados para ser enviados. Somos tanto objeto como sujetos del amor de Dios. En nosotros se cumple el amor redentor de Dios: salva y rehace nuestra vida.

Pero también, y como consecuencia, en nuestra comunión con él, Dios nos encarga la que debe ser nuestra principal Misión en la vida. Porque somos beneficiarios de su salvación, nosotros somos sujetos, es decir, agentes participantes, de la proclamación y del compartir tal amor.

Cada uno de nosotros ha ido creando sus propios sueños, anhelando ser hacer tal o cual cosa en la vida. A conseguirlo dedicamos nuestro esfuerzo, recursos y capacidades. Nuestras metas se convierten en la razón de nuestras vidas. Les dan sentido y establecen los puntos de evaluación para saber si hemos triunfado o no en la vida.

Antes he dicho que, al venir a Dios en Jesucristo, Dios nos encarga la que debe ser nuestra principal Misión en la vida. Esto plantea un problema de inicio. La primera pregunta que muchos se hacen es ¿se cree Dios para decidir lo más importante para mí, aquello a lo que he de dedicar mi vida? La respuesta es sencilla, aunque no menos compleja. Dios altera nuestra vida, hasta la pone de cabeza, porque él es el Señor, nuestro Señor?

La segunda pregunta tiene que ver con el cómo cumplir con la tarea que se nos encomienda. ¿Debemos dejar de hacer lo que estamos haciendo? ¿Debemos renunciar a nuestra vocación, a nuestro quehacer para cumplir con la Misión a la que somos llamados.

Estas preguntas requieren unas pocas más consideraciones. La primera es que quien al venir a Cristo no se ha propuesto ser su discípulo, el que le sigue en el camino, corre el riesgo de haber planeado su vida sin tomar en cuenta la voluntad de Dios para la misma. Así, mientras más avanza en la construcción de su vida, más se aleja de la voluntad y del llamado recibido en Cristo Jesús.

Obviamente, el costo de asumir su discipulado obediente, será cada vez mayor y cada vez más le constará obedecer a Dios y cumplir con la tarea encomendada.

Pero, quien se ha decidido seguir a Cristo, por la dirección del Espíritu Santo ha podido encaminar tanto su actitud como sus acciones para agradar a Dios y para cumplir con la tarea recibida. Con toda seguridad esta persona ha tomado sus decisiones vitales: matrimonio, familia, profesión, oficio, lugar de residencia, administración de sus recursos, etc., procurando honrar a Dios y disponiendo sus recursos para cumplir con la tarea recibida.

Quienes así proceden en la vida encuentran no sólo que permanecen en comunión con el Señor, sino que la forma en que hacen su vida: sus relaciones familiares, sus trabajos u ocupaciones, la administración de sus recursos, etc., son espacios de oportunidad para cumplir con la tarea de ir por todo el mundo y hacer discípulos.

El médico no sólo cura el cuerpo de su paciente, también lo conduce a Cristo. El maestro no sólo acrecienta el conocimiento de sus alumnos, también les presenta a Cristo. La madre de familia no sólo se ocupa de alimentar, cuidar y capacitar a sus hijos, también les comparte las buenas nuevas de Jesucristo y los anima a servirle.

El comerciante, provee lo que sus clientes necesitan además de compartirles el mensaje de salvación. La estilista, peina, adorna y embellece. Al mismo tiempo que comparte la esperanza bienaventurada de Jesucristo su Señor y Salvador.

He conocido a personas que han decidido ser comerciantes de a pie. Van casa por casa ofreciendo su mercancía, a veces hilos, botones y otros artículos de mercería. Así es como establecen el contacto con aquellos a los que Dios ha preparado para que sean cosechados para su Reino.

Para quien se ha propuesto servir a Dios en obediencia y cumplir con la Misión encomendada, todos los espacios de la vida son oportunidades vivas para hacerlo. Dada su comunión con el Señor nada le resulta demasiado esfuerzo o sacrificio cuando se trata de compartir el mensaje de salvación a quienes están en su oikos, en su zona de influencia.

En tales circunstancias, nosotros como aquellos primeros setenta, tenemos la responsabilidad de cumplir con nuestra tarea de acuerdo con estas condiciones:

  1. En obediencia absoluta. Quien tiene toda la autoridad en el cielo y en la tierra, nos ha ordenado cumplir con esta tarea.
  2. Oportunamente. Quien está en camino no tiene la seguridad de volver a encontrar a las personas con quienes se encuentra, de ahí la necesidad de aprovechar el kairos representado por la oportunidad del encuentro.
  3. Concentradamente. No pierdan tiempo en saludos prolongados. No se anden cambiando de casa. Quédense en un solo lugar y beban y coman lo que les den. Es decir, concéntrense en la tarea, no se dejen distraer por las cosas secundarias.
  4. En sacrificio. Jesús no solo se entromete en nuestras vidas. Las altera. Sin dinero ni bolsa, sin más ropa que la que se tiene puesta, sin tiempo para regresar a despedirse, como corderos en medio de lobos.
  5. Con autoridadExousia. Con el derecho a elegir. Cada momento y cada situación se convierten en hitos, en oportunidades de conversión. Al elegir obedecer el llamado recibido, también recibimos la autoridad -el poder y el derecho- para cumplir con la misma. Podemos hablar con autoridad a las personas y aún reprender a los espíritus diabólicos que se oponen a nuestra tarea.

Jesús asegura a sus discípulos: Yo les he dado poder para que ni las serpientes ni los escorpiones les hagan daño, y para que derroten a Satanás, su enemigo

La Misión sólo puede ser cumplida con autoridad; pero esta siempre es resultado de la conversión constante. Si has perdido influencia y poder, quizá se deba a que has dejado de convertirte, de seguir a Jesús a donde él quiere que vayas.

Hoy, como nunca antes, podemos estar convencidos de que la cosecha está lista y es mucha. Hay un despertar espiritual en una humanidad hambrienta y desesperada. Estamos rodeados de personas que sufren las consecuencias del pecado propio y del de otros. Día a día nacen miles de personas que no parecen tener más destino que la destrucción. Somos nosotros quienes podemos hacer la diferencia en estas personas, llevándolas a Jesucristo. No hay tiempo que perder, porque las gentes se están perdiendo.

Por la gracia recibida nosotros hemos sido llamados, capacitados y hemos recibido el poder para cumplir con la Misión de anunciar el evangelio de Jesucristo y recoger así la cosecha en la que Dios ha invertido tanto y desde antes de la fundación del mundo.

Por eso te animo a que te preguntes seriamente si tus elecciones de vida te acercan al cumplimiento de la Misión que Dios te ha encargado o te alejan, estorban o de plano te impiden hacer lo que Dios te ha llamado a hacer. A quienes, estando en Cristo, están tomando decisiones vitales tales como con quién se casarán, a qué dedicarán su vida, su profesión y trabajo, a dónde irán a vivir, etc. También les animo a preguntarse si la razón que guía sus decisiones es Jesús o ustedes mismos.

Porque unos y otros debemos tener siempre presente que seguimos a Jesús por el camino de la vida y que tenemos una Misión que llevar a cabo.

A esto los animo, a esto los convoco.

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