Quita lo Primero, para Establecer lo Último
Hebreos 10.8,9
En la vida hay cosas que no pueden hacerse bien si no terminamos otras antes. Cuando lo que se ha hecho muestra su error e irrelevancia, su falta de sentido y de resultados positivos, es tiempo de dejarlo, abandonarlo para siempre. Lo nuevo requiere, siempre, del término de lo viejo.
Nuestro pasaje se refiere al fin de la era de los sacrificios de animales, en los que la sangre derramada no era suficiente para lograr la santificación de los hombres. No se trataba del modo en que se realizaban tales sacrificios, ni de quienes participaban de ellos, ni del número de los mismos. Simplemente, la sangre de los animales no tenía ningún poder para transformar la vida de los creyentes judíos. Cuando Jesús viene, él es el camino al Padre. Es el único que puede cumplir con la voluntad divina, por lo que «quita lo primero (los sacrificios de animales), para establecer esto último (la ofrenda del cuerpo de Cristo)». La obra redentora de Cristo no puede convivir, ni surtir efecto, mientras la persona busca obtener la salvación por medio de sus obras. Un modelo excluye e inutiliza al otro. 1 Corintios 10.21
En este modelo del quehacer divino es que encontramos un principio para nuestra vida. Recordemos que los principios son verdades transcendentes a cualquier tiempo o situación, sin importar que las personas estén de acuerdo o no con ellos. No puedes vivir la vida nueva, abundante, mientras sigas manteniendo lazos, compromisos con tu antiguo modelo de vida.
Al igual que en el caso de los sacrificios rituales de Israel, no importa qué tan valioso o costoso resulta lo que hemos hecho; así como tampoco importa qué tanto tiempo le hemos dedicado. Lo que no sirve, no sirve; así como lo que no conviene, no conviene.
La vida no cambia a menos que cambien los cimientos de la misma. Lo que no es correcto no se perfecciona en la repetición o abundancia de lo mismo. Tampoco cambia por el valor del esfuerzo realizado o por la sinceridad con la que se practica. Mucho menos cambia por la mera intención de que cambie o la «fe» con que se haga. En la vida hay situaciones, hechos, que no cambian. Lo que puede cambiar es nuestro modelo de vida.
Hay algunos pasos o condiciones que debemos cumplir. (El orden no establece la importancia)
Mantener presente nuestra identidad en Cristo. Saber quienes somos y pagar el precio de serlo en cualquier circunstancia. Pablo hace un llamado a que vivamos (andemos) «como es digno de la vocación con que fuisteis llamados.» Efesios 4.1. Vocación = klesis, invitación al hombre para que acepte los beneficios de la salvación. Dignidad, autoridad y poder.
Se exige de nosotros una respuesta digna y acorde al quehacer misericordioso de Dios. Lo que él es y hace para nosotros debe ser honrado por nosotros viviendo de manera acorde con su gracia.
Comprometerse en un modelo de vida que agrade a Dios. Cuando nosotros somos la razón de nuestra vida, vivimos confundidos. “Todos buscamos la comodidad”, me aseguraba don Manuel Macías. “Todos buscamos ser felices”. Este es el mandato que organiza nuestras vidas, pero es un mandato equivocado. La razón de nuestra vida es que Dios sea glorificado en nosotros aún a costa de nuestra felicidad. «Sin fe es imposible agradar a Dios.» Hebreos 4.6. La autocomplacencia, la auto conmiseración, que no es otra cosa sino sentir lástima por uno mismo, ofenden a Dios por cuanto son negación de la fe.
La fe es conocimiento –la convicción de lo que Dios ha hecho-, que provoca la acción consecuente. Quien tiene fe -pistis-, toma las decisiones correspondientes y paga los precios incluidos porque desea agradar a Dios. Así Moisés, así Noé, así Jesús, así nosotros cuando respondemos al llamado de Dios en nuestra vida.
Conocer el carácter de Dios. Dios es amor, Dios ha establecido un pacto con nosotros y Dios se interesa en nosotros. Dios es hombrecéntrico. Por eso, dice Hebreos, «es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.» Misthapodotes, uno que paga salario. Ofendemos y negamos a Dios cuando, por nuestra auto conmiseración, pereza o cobardía, declaramos que nuestra condición -indigna de nuestra vocación-, es «voluntad de Dios». Cuando lo que vivimos es resultado de la falta de fe, es pecado llamarlo «voluntad de Dios».
Hay cosas que podemos y debemos terminar para vivir en la novedad de vida que Dios nos ha dado en Cristo Jesús. Hay que quitar lo primero (lo que fue antes), de nuestra vida para que se pueda manifestar nuestra gloriosa realidad presente. Tales cosas tienen que ver con nosotros mismos, con el modelo de nuestras relaciones y actividades. Tienen que ver con Casa de Pan, nuestra iglesia, por cuanto mucho de lo que hacemos en la intimidad, en el hogar, en el trabajo o escuela, con los amigos, etc., estorba –o de plano impide-, que estemos en condiciones de hacer nuestra tarea. Para nosotros en Casa de Pan, atender la exhortación: “dejemos a un lado todo lo que nos estorba y el pecado que nos enreda, y corramos con fortaleza la carrera que tenemos por delante”, es una cuestión de vida o muerte.
Muchas veces es nuestra indecisión, nuestro temor y nuestra cobardía lo que impide que se cumpla en nosotros el propósito divino. Dios le asegura a su pueblo: «Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza. Yo, el Señor, lo afirmo.» Jeremías 29.11. Dejemos, pues, que los planes que Dios tiene para nosotros se hagan una realidad en el todo de nuestra vida.
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