A todo puedo hacerle frente

Filipenses 4.11-13

1578235539666Umbral del dolor, es la expresión que se refiere a la intensidad mínima de un estímulo, misma que una persona requiere para sentir dolor. Las circunstancias, el tipo de estímulo y, sobre todo, el carácter de las personas explica el que algunas resistan más que otras la intensidad de estímulos similares. El hecho es que todos los seres humanos experimentan dolor: físico y emocional. Uno de los estímulos que mayor dolor emocional, espiritual, producen es el fracaso. Este puede ser definido como: Malogro, resultado adverso de una empresa o negocio. [Y como] Suceso lastimoso, inopinado y funesto.

En nuestra cultura, que ha resaltado como un indicador del éxito personal la acumulación de bienes: sean estos físicos, intelectuales, económicos, relacionales y materiales; la carencia o pérdida de cualquiera de estos es sinónimo de fracaso. Por lo tanto, quienes fracasan, o creen hacerlo, al no alcanzar o retener tales bienes o logros, generalmente entran en una condición de vulnerabilidad. Su ansiedad no solo es resultado de lo que perdieron o podrían perder, sino de la pérdida de su propia estima pues, como sabemos, nuestra cultura de pecado asocia lo que se es a lo que se tiene.

Esto explica los profundos sentimientos y pensamientos de tristeza, confusión y miedo que no pocos están, estamos, experimentando ante la pandemia que enfrentamos. Sabemos, o percibimos, que las cosas van a ser diferentes de como han sido hasta ahora. Relaciones, trabajo, economía, estabilidad personal y familiar, etc. Todo esto se muestra más y más vulnerable. Y, resulta, hay una sensación de fracaso como una responsabilidad personal. Es decir, resulta muy sencillo asumir que al no alcanzar o poder sostener nuestras metas y recursos, se ha mostrado que somos vulnerables y, de diversos modos, culpables al no poder retener los logros obtenidos.

Vulnerable es el que puede ser herido. La historia de la humanidad registra una verdad que no conviene ignorar: aunque todos podemos ser heridos, no todos somos heridos de la misma forma ni en el mismo grado; y no todos somos heridos por las mismas cosas.  Quizá en esto está la explicación del por qué resulta tan sencillo sentirnos mal, fracasados, cuando las cosas cambian. Vemos que otros, aunque no sean muchos, están mejor que nosotros. A ellos no los despidieron, tuvieron lo necesario para enfrentar tantos días sin trabajar, su familia se ve feliz y todos se ayudan unos a otros, a ellos no se les enfermó ni murió ningún familiar, ellos siguen teniendo lo que tenían y quizá más que al empezar la pandemia. Sus logros dimensionan a menos nuestra vida y hacen más evidentes nuestras pérdidas.

Pablo, ha hecho en el capítulo tres de Filipenses, un inventario de lo que alcanzó en la vida y de lo que ha perdido por causa de Cristo. En términos modernos, Pablo era un rico venido a menos, un desempleado, un paria social rechazado por los suyos. Al momento de escribir el pasaje que nos ocupa, está preso, depende económicamente de sus hermanos y amigos y, desde luego, su carrera profesional ha desaparecido. Sabe, y lo saben quienes están a su alrededor, que es un hombre muerto. Aunque respira, come y habla, no tiene destino más seguro que el ser condenado a muerte.

En tal condición Pablo asegura: he aprendido a contentarme con lo que tengo. Filipenses 4.11 RVR Loser, perdedor, sería el epíteto con que lo calificaríamos. Y habría muchas razones para tal juicio, con todo lo que enfrentaba, parecería que Pablo fuera un perdedor. De él podría decirse que no solo había perdido todo lo que tenía, sino que, peor aún, se había vuelto un conformista, que no sólo no le preocupaba, sino que asumía que lo poco que tenía le era suficiente. Pero ¿es cierto este juicio?, no hay tal.

Lo que Pablo asegura es que ha aprendido a ser suficiente en sí mismo. Filipenses 4.11 TLA Tal expresión contiene dos declaraciones contundentes e importantes:

Pablo ha aprendido. Ha llegado a saber mediante la observación y mediante la práctica. Es decir, ha desarrollado su capacidad de evaluación de sí mismo en comparación con lo que ve en otros modelos (Cristo mismo, en el caso de Pablo y de los creyentes); así como lo que ha ido practicando de manera diferente, y a veces en contra, de lo aprendido. El Apóstol asume que, al ser una nueva criatura, debe desaprender a vivir como lo hacía antes de Cristo y vivir a la manera de Cristo. Para esto, observa y practica lo que ve en otros cristianos más maduros en la fe que él. Al aprender, Pablo ha desaprendido a pensar, juzgar y valorar como lo hacía en tanto no había madurado.

Pablo es suficiente en sí mismo. Se asume apto e idóneo, además de que encuentra en sí mismo lo bastante para lo que se necesita. Parece superficial decirlo, pero, Pablo confirma que es más importante quién se es en Cristo y el hacer la tarea que se le ha encomendado, que sus circunstancias. Sabe que lo que le es propio es él quien tiene, y puede, vivirlo. En resumen, lo que Pablo ha aprendido es a no depender de los demás, ni de lo que tiene para asumir que lo que es, como persona, y lo que tiene a su disposición es suficiente para resolver la circunstancia que enfrenta, cualquiera que esta sea.

¿De dónde tal pretensión? Quizá primero, de su propia experiencia. Ha superado lo que parecía poder detenerlo y hasta destruirlo. Es un hecho que, vistas en perspectiva, las luchas del pasado resultan menos importantes, definitorias y poderosas que lo que nos pareció cuando las estábamos enfrentando.

Pero, no especulemos, fijémonos que Pablo declara de manera contundente: todo lo puedo en Cristo que me fortalece, o, como dice DHH, a todo puedo hacerle frente, gracias a Cristo que me fortalece.

Todo: cualquier cosa, en cualquier lugar, en cualquier tiempo. El término que usa Pablo se refiere, simplemente, a la totalidad de la vida. No hay nada que quede fuera de esta expresión, ni relaciones, ni conflictos, ni bendiciones… nada queda fuera del área de influencia de Cristo.

Cristo que me fortalece, que me hace fuerte, asegura Pablo. Una mejor traducción: Cristo me da las fuerzas (fortaleza y consistencia), para enfrentar todas las cosas.

Nuestro umbral del dolor personal, nuestra capacidad de resistencia al dolor y al fracaso se da en proporción directa con nuestra comunión con Cristo. Este abundar en Cristo produce una renovación espiritual en nuestra manera de juzgar las cosas, como lo asegura Pablo en Efesios 4.23 RVR: En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre,  que está viciado conforme a los deseos engañosos,  y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre. Vivir en tal comunión nos permite dimensionar las cosas adecuadamente y tomar conciencia de nuestra valía personal, así como de los recursos propios y los de quienes nos aman; mismos que están a nuestra disposición y nos ayudan a enfrentar la situación de que se trate.

Termino invitando a ustedes a que, como Pablo, de manera decidida y confiada, nosotros tomemos la decisión de permanecer en Cristo. Es decir, a hacer propia nuestra nueva identidad y la tarea que hemos recibido. A abundar en el cultivo de nuestra relación personal con el Señor. La oración, la lectura de su Palabra, la comunión con los hermanos en la fe, la práctica de la santidad, todo ello nos hace permanecer en Cristo y fortalecer nuestra comunión con él. Comprobemos que, al hacerlo, podremos hacer frente a todo y se cumplirá la promesa que nos declara más que vencedores en todas las cosasRomanos 8.37

 

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