Ve tú, y haz lo mismo

Oradora invitada: Adriana Montoya

Lucas 10:25ss
Ante los recientes acontecimientos ocurridos en el país, especialmente los sismos del 7 y 19 de septiembre de 2017, ha habido una conmovedora y sorprendente respuesta de una multitud de personas ante la emergencia presentada particularmente en la CDMX y de la que se ha dado cuenta a través de los diferentes medios de comunicación.

El impacto de vivir estos fenómenos de la naturaleza, a los que algunos prefieren no atribuir como naturales, sino producto del abuso que como seres humanos hacemos sobre el planeta, ha dado como resultado una sensibilidad hacia las necesidades de los afectados que se ha hecho manifiesta en ayuda diversa proveniente de todas partes, pero especialmente de los que se encuentran más cerca de las zonas afectadas.

Esto me lleva a pensar acerca de la solidaridad, ¿qué significa ser solidarios? ¿qué es lo que nos motiva a serlo? ¿cuál es la medida? Y, finalmente, ¿nuestra fe nos invita a ser solidarios? ¿lo somos?

El diccionario de la Real Academia Española define la solidaridad como “adhesión circunstancial a la causa o empresa de otros”. Su raíz latina viene del adjetivo “solidus, solida, solidum” que significa sólido, macizo, consistente, completo, entero. Hasta aquí parece que lo que habitualmente se entiende como ser solidario, no tiene mucha relación con sus raíces latinas. Y es que se asocia la solidaridad con la ayuda y la cercanía a quien está necesitado.

Desde el punto de vista sociológico, se considera que la solidaridad era más propicia antes de la industrialización debido a que las comunidades eran más pequeñas y conocían más íntimamente las necesidades de sus vecinos, no así en las grandes ciudades donde la creación de fábricas promovió la densidad demográfica y con ello, cierta ignorancia sobre las necesidades de los demás. Entonces, ¿porqué es que la apatía de los habitantes de las grandes urbes se transforma ante situaciones de grave emergencia como lo son los terremotos y las consecuencias devastadoras que todos conocemos?

Desde la perspectiva psicológica, se habla de que la solidaridad debe vincularse a un concepto neurobiológico y psicológico llamado empatía, es decir, colocarte en el lugar de otro, sentir y pensar como él. Y es que los estudios realizados en primates revelan que el lóbulo frontal es la parte encargada de reconocer las emociones y dentro de éste, existen unas áreas llamadas “neuronas espejo”, por tanto, si alguien está percibiendo una emoción en otro, de alguna forma se contagia de esa emoción. (1) Y esto podría ser una explicación de la forma en que la sociedad civil estuvo presta para ayudar y ponerse en los zapatos de otro.

Sin embargo, desde el punto de vista espiritual, también existe una razón y es que si bien, la palabra solidaridad no se encuentra como tal en la Biblia, si hay diversas invitaciones a que el creyente la practique como una expresión de amor hacia su prójimo y que se traduce en amor a Dios. Él nos ha hecho a su imagen y semejanza (Gen. 1:26), somos como Él, por tanto, ante la necesidad del prójimo, nosotros debemos reaccionar, casi naturalmente con amor hacia el necesitado, tal y como Jesús lo hizo y enseñó a los demás a practicarlo.

Por tanto, el tipo de solidaridad que ahora los creyentes debemos practicar debe de ir más allá de las circunstancias extraordinarias y propongo considerar, además estos tres aspectos:

  1. La solidaridad debe verse en un sentido horizontal y no vertical, es decir, acompañar al prójimo, al que está a mi lado, al que puedo ver con las mismas necesidades que yo como ser humano, y no verticalmente, donde mi solidaridad puede verse como caridad del que está arriba hacia los que están abajo. Esto implica que, para ser solidarios no se necesita esperar a tener más o menos que el otro, sino la disposición a cumplir con los preceptos bíblicos y reflejar el amor de Dios por la humanidad.
  2. La solidaridad es una oportunidad para que el proyecto de justicia, equidad y vida digna que Dios tiene para todos, se cumpla con mayor facilidad. Y para lograrlo, los gobiernos tienen un papel preponderante, por lo que también tenemos la responsabilidad de elegir y orar por quienes nos gobiernan.
  3. Es cierto que, ante los desastres naturales, se recibe ayuda de todas partes, pero la solidaridad es más que eso, es el día a día, es evitar la indiferencia ante las necesidades de las personas más cercanas a nosotros, sin ignorar la de los lugares lejanos, pues como creyentes tenemos la mejor de las armas, el poder de la oración que no conoce fronteras. Es mantener el compromiso de manifestar el amor en acción, de ser instrumentos de provisión en las manos de Dios. ¿Por cuánto tiempo? Jesús nos da la medida cuando les dice a sus discípulos: “Mi mandamiento es éste, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”

Me conmueve ver que la reacción de tantas personas ante la emergencia surge de diversos factores sociológicos y psicológicos, pero también de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, aunque muchos no lo saben. Pero los que somos creyentes, sabemos que es Dios quien nos invita a cumplir el gran mandamiento de amarlo con todo nuestro corazón, alma, fuerzas y mente, y hacer lo mismo con nuestro prójimo, ¿en qué medida? tanto como a nosotros mismos, en la esperanza de que algún día haya más equidad, justicia y vida digna para todos.

La solidaridad no puede manifestarse sólo ante aquello que nos conmueve porque está cercano a nosotros, como si estando lejos no nos afectara, es por ello por lo que la invitación es a que reflexionemos sobre las características de nuestra solidaridad y definamos la forma en la comenzaremos a solidarizarnos con el prójimo de una forma constante y comprometida. Tal y como lo hizo el hombre judío por el samaritano, en virtud de que es Jesús quien nos está diciendo: Ve y haz tú lo mismo.

(1) http://www.elmundo.es/salud/2015/12/22/5678524fe2704e72298b458c.html

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