Entre el amor y el respeto

Efesios 5.21-33

Iniciamos un ciclo de meditaciones respecto de los claroscuros de la relación de pareja. Claroscuros son el conjunto de rasgos contradictorios de una persona o una situación. Se trata, entonces, de un acercarnos a cuestiones que en la relación de pareja contradicen, enfrentan a sus integrantes al tener puntos de vista diferentes respecto de cuestiones torales para ellos. Desde luego, nos ocuparemos del hecho de que las cosas son como son, no como deberían ser, y, en consecuencia, trataremos de descubrir los principios bíblicos que nos permitan lidiar con tales claroscuros.

Nuestro pasaje resulta de particular importancia porque establece los que podemos considerar como los fundamentos de una relación sana, complementaria y posibilitadora de la realización plena de los integrantes del matrimonio y de la relación matrimonial en sí misma. Lo primero que resulta de una lectura cuidadosa es que Pablo establece que no se pide a la pareja que hagan el mismo aporte a su relación. Lo clásico sería pensar que a ambos se les requiera lo mismo: Que se amen. Pero, Pablo enfatiza que tarea del hombre es amar a su esposa tal como Cristo amó a su iglesia. Efesios 5.25 Sin embargo, en tratándose de la mujer, el Apóstol no apela al amor sino al respeto. Efesios 5. 33

Amor y respeto son dos expresiones diferentes del vínculo -el lazo- que mantiene unida a la pareja, a la familia: el sometimiento mutuo. Debemos a la NTV la claridad de este asunto en la redacción de los versos 21 y 25 de nuestro pasaje: (21) Es más, sométanse unos a otros por reverencia a Cristo… (25) Para los maridos, eso significa: ame cada uno a su esposa tal como Cristo amó a la iglesia… Las palabras eso significa, nos permiten comprender mejor cómo es que se expresa la mutua sumisión en la pareja. No se trata de una sumisión unilateral, vertical, impositiva. Se trata, más bien, de una mutua sujeción que garantiza que cada quien cumpla con la tarea que le resulta propia como resultado de los acuerdos que la pareja toma en conformidad con su identidad y circunstancias.

Como hemos dicho, al hombre se le pide que ame a su esposa como Cristo amó a su iglesia. El término usado por el Apóstol –agapao– resulta interesante, puede ser traducido como dar la bienvenida, entretener, encontrarse, amarse entrañablemente. Como podemos ver, la responsabilidad y la posibilidad de esta clase de amor reside en el que ama, en este caso, en el esposo. A él es a quien le toca dar la bienvenida a su esposa. Más bien a la que resulta ser su esposa en las circunstancias vitales de la misma, recibiéndola con agrado y júbilo en cada situación de su experiencia como mujer.

Ello es posible porque quien ama así, descubre en cada circunstancia del ser amado la oportunidad para hacer menos molesta y más llevadera su vidaentretener-. Dado que quien ama está interesado -comprometido- en conservar la relación, está dispuesto a encontrarse, una y otra vez, con la novedad del ser amado, de la esposa. En consecuencia, se ama de manera entrañable, cada vez más íntima, pues así es como se cultiva la espiritualidad de la relación. Misma que trasciende a lo físico, lo circunstancial y lo funcional. Dado que amar entrañablemente resulta lo mismo que hacerse uno con el ser amado.

Pablo enfatiza la cuestión del sometimiento de la mujer respecto del hombre. Este es la cabeza de la esposa. Esta visión tradicionalmente machista revela el peso de la cultura en las personas. Sin embargo, dejemos por ahora la discusión del trasfondo y la actualidad de tal aseveración y consideremos lo siguiente.

Si la sumisión mutua es el lazo que mantiene unida a la pareja, luego entonces, el equilibrio se encuentra tanto en la proporcionalidad de la sumisión como en la libertad con la que la misma se ejerce. La mujer no puede obligar, imponer al hombre que la ame como Cristo ama a la iglesia. De la misma manera, el hombre no puede obligar a la mujer a que lo respete. El respeto es, también, miramiento. Este resulta en circunspección, misma que consiste en: Prudencia ante las circunstancias, para comportarse comedidamente. Es decir, el respeto de la mujer consiste en el ejercicio que la misma hace del buen juicio para responder apropiadamente a las circunstancias del marido. Es una autolimitación ejercida libremente en aras de la viabilidad de la relación.

Pablo se refiere a la relación matrimonial como un gran misterio que ilustra la manera en que Cristo y la iglesia son uno. Versículo 32 De esta expresión podemos rescatar el hecho de que la relación tan íntima entre Cristo y la iglesia, al igual que la relación entre el esposo y la esposa, no implican la pérdida de identidad de cada sujeto. Cristo sigue siendo Cristo y la iglesia sigue siendo la iglesia. Ello implica que la relación matrimonial requiere, y aun facilita, el que sus integrantes sigan siendo ellos mismos. La sumisión mutua no los desdibuja. El hombre sólo puede amar a su esposa como Cristo a la iglesia, en la medida que sigue siendo él, libre e independiente. La mujer sólo puede respetar a su esposo, si sigue siendo ella, otra, diferente, libre y dueña de su vida y sus recursos.

Una relación entre iguales que se someten mutuamente es caldo de cultivo para los claroscuros, para las contradicciones, para los desencuentros. Sin embargo, lejos de vivir evitando tales desencuentros y aún los conflictos resultantes de los mismos, somos llamados a acercarnos a los mismos como a espacios de oportunidad para el crecimiento individual y el de nuestra relación de pareja. Amar a la esposa al estilo de Cristo y respetar al marido en Cristo, son cuestiones que sólo pueden irse construyendo en la medida que el uno y la otra crecen en todo sustentados por la gracia. Así es como crecerán, ambos, a la medida de Cristo. Efesios 4.13

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