Homosexualidad, convicción y amor ágape

1 Corintios 2.14

Serie de meditaciones pastoralesAnte la propuesta contemporánea de naturalizar, considerar como natural, la homosexualidad, tenemos que hacer dos consideraciones fundamentales desde la perspectiva bíblica. Conviene acercarnos al tema asumiendo que la posición bíblica es parcial. Además, que las enseñanzas bíblicas no resultan lógicas ni, por lo tanto, asumibles por aquellos que no profesan la fe bíblica. Es más, tampoco pueden ser impuestas a los no creyentes. Como en todas las cosas referentes a la espiritualidad cristiana, en este tema se confirma lo que la Biblia establece en 1 Corintios 2.14: pero los que no son espirituales no pueden recibir esas verdades de parte del Espíritu de Dios. Todo les suena ridículo y no pueden entenderlo, porque solo los que son espirituales pueden entender lo que el Espíritu quiere decir. Con esto en mente vayamos a las consideraciones propuestas:

La primera: la Biblia considera la práctica homosexual como pecaminosa. Las propuestas que pretenden desvirtuar o suavizar este hecho, tales como el considerar que el pecado de los sodomitas consistió en una mera violación tumultuaria (Génesis 19). O la interpretación de 1 Corintios 6.9, en el sentido de que lo que se condena es la pederastia, el hecho es que una interpretación de los pasajes bíblicos al respecto, siguiendo los principios exegéticos y hermenéuticos, reafirma la pecaminosidad de la práctica homosexual.

Una de las razones para tal posición es que la desde la perspectiva bíblica se considera la práctica homosexual como una elección que desconoce el orden divino (Romanos 1.26, 27). Cierto que hay quienes proponen que hay quienes nacen homosexuales dado que esta resulta de una predisposición genética. Sin embargo, hasta el momento no hay estudios que comprueben dicha propuesta. Algunos estudios proponen que existe una predisposición genética a la homosexualidad, aunque aceptan que la misma es menor al uno por ciento. Es decir, menos determinante que la predisposición genética al alcoholismo. Por el contrario, la mayoría de los estudios coinciden la existencia de factores disfuncionales familiares como una de las causas que pueden explicar la elección sexual de homosexuales y lesbianas.

La segunda consideración es que si bien la Biblia considera la práctica homosexual pecado, esta no es el pecado. Una revisión cuidadosa de las listas de pecados que aparecen en el Nuevo Testamento revela que la homosexualidad aparece en el mismo nivel que cuestiones tales como la idolatría, las perversiones sexuales, los mentirosos… y los que no cumplen sus promesas. 1 Timoteo 1.9, 10 Desde luego, esta consideración no hace menos pecaminosa la práctica homosexual, pero sí destaca la importancia de otros pecados a los que prestamos menos atención y damos menos importancia.

Diversos investigadores coinciden que el énfasis que en los últimos años se ha dado a temas tales como el aborto y la homosexualidad como amenazas a la sociedad, responden al utilitarismo político que, principalmente en los Estados Unidos, se ha hecho de las comunidades religiosas. Reagan y los Bush hicieron de estos temas el gancho para atraer políticamente a los votantes más conservadores ideológicamente: los grupos religiosos fundamentalistas. Dada la dinámica relacional entre estos grupos y los sectores religiosos fundamentalistas en América Latina, sobre todo los vinculados a las jerarquías católicas, así como la vinculación entre los sectores de la derecha política, no resulta extraño que en nuestros países se repitan tales patrones de manipulación político-religiosos.

Recientemente se han aprobado leyes, en nuestro País y en otros, que legalizan los matrimonios entre personas del mismo sexo. En el proceso electoral reciente hubo quienes hicieron de tal decisión jurídica un elemento de promoción y/o descalificación partidistas. Confirmando así el sentido utilitarista que se hace de estos temas.

Conviene recordar que lo que la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha regulado es un contrato civil que da orden a los asuntos de quienes han decidido formar, legalmente, una familia. Que no se trata de un aval moral pues este no está entre las atribuciones del Estado. Por otro lado, debemos tomar en cuenta que lo que las iglesias hacemos es consagrar a Dios la unión legal de las personas. Y que, dada nuestra convicción bíblica, sólo podemos consagrar aquello que es conforme a la voluntad divina dado que corresponde al orden establecido por él. Creemos que todo aquello que no corresponde a tal orden no puede ser consagrado pues resulta extraño al carácter de Dios, resulta viciado de origen. Pero, otra vez, esta convicción sólo tiene validez para aquellos que confesamos el señorío de Cristo en nuestras vidas.

No resulta extraño que el acercamiento al tema de la homosexualidad y del matrimonio entre personas del mismo sexo se haga con una poderosa carga emocional, tan llena de prejuicios que impida una consideración serena, propositiva y, sobre todo, sustentada y promotora del espíritu cristiano: el del amor ágape.

Ante la complejidad que todo esto plantea, conviene retomar la preocupación del Dr. Juan Stam, reconocido estudioso de la Biblia, y preguntarnos: ¿Cuál debe ser nuestro rol profético para guiar al pueblo de Dios y transformarlo bajo el mover del Espíritu de Dios?

Considero que, en primer lugar, debemos asumir que las personas que practican la homosexualidad son, ante todo, imagen y semejanza de Dios. Es decir, tan dignas de nuestro respeto y aprecio como cualquier otra persona. Este reconocimiento incluye el hecho de que Dios las ha creado con la libertad para elegir la forma de vida que desean. Como propone Philip Kenneson, Dios, el Todopoderoso, se ha hecho vulnerable al estar dispuesto a reconocer el derecho del ser humano a elegir, aunque su elección vaya en sentido contrario a la voluntad divina y aún le lastime. Desde luego, como en todas aquellas elecciones que todos hacemos y que resultan contrarias a la voluntad divina, no debemos olvidar que nuestro derecho a elegir no nos libera de las consecuencias que nuestra elección provoca.

Mi segunda propuesta consiste en que nuestra tarea pastoral exige del acompañamiento amoroso de las personas que habiendo elegido practicar la homosexualidad siguen teniendo la necesidad de Dios y lo buscan. Además del respeto como quienes han sido creadas a imagen y semejanza de Dios, debemos estar dispuestos a recibirlas en nuestras comunidades y caminar junto con ellas su proceso de búsqueda y aún de conversión. Al igual que lo hacemos nosotros respecto de nuestras propias concupiscencias, debemos invitarles a que por causa del Reino vivan honrando a Dios aún a pesar de sus atracciones y deseos. Estoy convencido que se puede ser homosexual y cristiano cuando la persona se abstiene de la práctica de la homosexualidad como una ofrenda a Dios a quien reconoce como su Señor y Padre. Mateo 19.12

La tercera propuesta es un llamado a nuestra humildad. Generalmente nos acercamos al tema como si nuestra sexualidad fuese intachable, como si entre nosotros los santos no resultaran conocidas las prácticas de la fornicación, el adulterio y otras muchas inmoralidades sexuales, tan condenables, si es el caso, como la práctica de la homosexualidad. Acusamos a los matrimonios entre personas del mismo sexo como si nuestros matrimonios cristianos y heterosexuales fueran perfectos. Olvidamos el creciente abuso sexual entre los miembros de nuestras familias, la violencia intrafamiliar que distingue a muchos de nosotros, etc. Se nos olvida que, siguiendo a Jesucristo, no estamos en condiciones de lanzar la primera piedra. Siendo las cosas así, debemos aceptar que como Iglesia no hemos sido el mejor ejemplo a seguir, que nuestro modelo de santidad debe ser regenerado para, entonces, ser luz y sal y no mero enjuiciadores de aquellos que, al igual que nosotros, necesitan de la gracia divina.

Finalmente, conviene aquí citar nuevamente a Juan Stam: Por todo eso quiero proponer una moratoria, digamos de unos cinco años, en que dejemos en paz a los homosexuales y que nos dediquemos a otros temas más importantes y más evangélicos. ¡Una moratoria de diatribas homofóbicas, nada de ataques e insultos, nada de marchas populacheras! Propongo que durante este período de moratoria nos dediquemos a analizar con calma este tema, dispuestos con humildad a juzgar nuestros propios pecados, pues el juicio debe comenzar en la casa de Dios. Nos haría mucho bien recordar que los mismos pasajes denuncian la avaricia (¡los avaros no entrarán al reino de Dios, pero sí en las iglesias!); el Nuevo Testamento dice mucho más contra la avaricia y la codicia que contra la homosexualidad.

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