Para alabanza de su gloria

Efesios 1.11-12; 3.10-11, 21

… A todos los que llevan mi nombre, a los que yo creé y formé, a los que hice para gloria mía. Isaías 43.7

En el ser de la persona se encuentra el quehacer de la misma. Quién eres determina cuál es tu tarea. Sabemos que somos creados por Dios a imagen y semejanza suya. Los creyentes, además de que somos hechura de Dios, somos creados en Cristo Jesús para buenas obras. Ef 2.10. Fijémonos que a la definición de nuestra identidad, sigue la declaración de nuestro propósito: para buenas obras.

Si los creyentes somos el Cuerpo de Cristo y miembros cada uno en lo particular (1 Co 12.27); luego entonces, nuestro tema tiene que ver tanto con nuestra identidad como con nuestra tarea. ¿Para qué somos Iglesia?, cabe preguntarnos. ¿Qué es lo que se espera que hagamos?, sería otra manera de formular la misma pregunta.

A lo largo de la historia de la Iglesia, la respuesta ha dependido del centro de interés de los creyentes. Quién es el centro de interés determina la tarea. Son tres las principales alternativas: las personas, las instituciones, Cristo. Consideremos cada una de ellas:

  • Las personas. La tarea de la Iglesia está encaminada a lograr, mantener y acrecentar el confort de las personas. La Iglesia existe para satisfacer las necesidades de las personas: las fisiológicas, las del yo y las de trascendencia.
  • Las instituciones. Las instituciones religiosas se convierten en beneficiarias y sustentadoras del status quo. Se desarrollan intereses de poder, de influencia y de control que convierten a los individuos y a Dios, en meros instrumentos para la satisfacción de las necesidades de los grupos de poder.
  • Cuando Cristo es el centro de interés de los creyentes, la tarea consiste en la búsqueda del Reino de Dios y su justicia en el todo cotidiano de la vida. Mt 6.33. Vale destacar la traducción de DHH: “Pongan toda su atención en el reino de los cielos y en hacer lo que es justo ante Dios, y recibirán también todas estas cosas.”

A la luz de lo aquí dicho: ¿Cuál es la tarea de esta expresión particular de la Iglesia que es Casa de Pan? Aquí debemos añadir, para poder dar respuesta a nuestra pregunta, que las alternativas antes enumeradas conviven en conflicto al interior del cuerpo de Cristo. Lo mismo sucede al interior de nuestra Iglesia. Hay conflicto por cuanto el confort de unos no significa, necesariamente -ni, tampoco puede siempre esperar, el confort de los demás. A Dios gracias, todavía no encaramos significativamente, tensiones institucionales. Así que, en nuestro caso el conflicto se da entre la satisfacción de nuestras necesidades personales y el establecimiento del reino de Dios en y al través de nosotros.

Y no es que la satisfacción de nuestras necesidades (fisiológicas, del yo y de trascendencia), sean ilícitas o ajenas al Reino. Podemos estar seguros que el Reino en nosotros, también satisface nuestras necesidades verdaderas. De acuerdo con Pablo a los Efesios, el propósito divino para nosotros-Iglesia, es que:

  • Seamos para alabanza de su gloria. Ef 1.12
  • Realicemos buenas obras, las cuales Dios ya preparó para que anduviésemos en ellas. Ef 2.10
  • Demos a conocer la multiforme sabiduría de Dios a los principados y potestades en los lugares celestiales. Ef 3.10

Ahora bien, de acuerdo con el contexto neotestamentario, este propósito se cumple tanto por la proclamación del evangelio, como por el vivir santo y fiel del pueblo de Dios.

Somos una comunidad de Reino, comunidad-reino, que vive una calidad de vida diferente.

En nosotros se hace visible el Reino de Dios. Ello exige una calidad de vida que no se espera de los no creyentes; no sería justo porque no está en sus posibilidades. Antes de Cristo, dice Pablo, las cosas invisibles de Dios, su eterno poder y deidad, se hacían claramente visibles “por medio de las cosas hechas”. Ro 1.20. Ahora, en Cristo, la Iglesia es llamada: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. Mt 5.16.

¿Vivimos de tal manera que el mundo glorifica a Dios por lo que ve en nosotros? Nuestra persona, nuestra familia, nuestro trabajo, nuestro hablar, etc., todo ello, ¿provoca que la gente a nuestro alrededor alabe a Dios?

El “su conducta debe ser como una luz que ilumine y muestre como se obedece a Dios. Hagan buenas acciones. Así las verán los demás y alabarán a Dios”, debe llevarnos al cuestionamiento de la calidad de nuestra vida, de nuestras relaciones, del todo-cotidiano de nuestra vida. No es suficiente lo que sabemos, lo que entendemos, ni siquiera lo que oramos. Somos llamados a hacer la vida de tal manera que Dios sea glorificado por ello.

Ello implica que la razón para lo que hacemos no somos nosotros, sino Dios. De ahí el triple llamado a la negación, a la obediencia y al amor, como los motivadores de nuestro quehacer. No tenemos tiempo para detenernos a descansar, ni para dudar. Descansamos en él y se caminamos aun dudando. Como Moisés, que se mantuvo como viendo al Invisible. Este es el reto que encaramos: vivir nuestro hoy, nuestro aquí y ahora, desde la realidad de la nueva vida.

Somos una comunidad que crece mediante la proclamación del evangelio.

Somos llamados a ganar a otros para Cristo. El rescate de los que viven “sin esperanza y sin Dios en el mundo”. Ef 2.12; es parte esencial de nuestro presentar a Dios nuestros “cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.” Ro 12.1. No podemos pretender que ofrecemos culto a Dios, a menos que cumplamos con la obra de Cristo de buscar y salvar lo que se había perdido. Lc 19.10.

Este salvar, significa literalmente “rescatar del peligro y la destrucción”. Así que la proclamación implica tanto la acción proactiva de la búsqueda, como la entrega de uno mismo en la tarea del rescatar del peligro y la destrucción a quienes viven sin esperanza y sin Dios. Creo que puedo asegurar que Dios se obsesionó por la salvación del mundo. Jn 3.16. Así que, como sus hijos y como miembros del cuerpo de Cristo, no deberíamos ser más que fanáticos: divinamente impulsados, en el cumplimiento del propósito divino: “por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.” Col 1.20.

¿Estamos obsesionados por la salvación de alguien en particular? ¿Estamos siendo divinamente impulsados para alcanzar a una persona en especial? ¿Qué es lo que estamos dispuestos a perder con tal de que alguien se salve? Dios entregó a su Hijo (Jn 3.16); Pablo gastó lo suyo y se gastó a sí mismo para que otros fueran salvos: Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas, aunque amándoos más, sea amado menos…” 1 Co 12.15.

Hay quienes siguen viviendo para sí y por ello no se ocupan de la salvación de otros. Olvidan que no importa que tanto bien hagamos a otra persona, si no la llevamos a los pies de Cristo, nada esencial ha sucedido en su vida.

A veces, la razón que tenemos para no actuar divinamente impulsados, es el costo que la tarea requiere. Las más de las veces, sin embargo, es la indiferencia, el desinterés que nos provoca la condición espiritual de las personas. De esto debemos arrepentirnos y volvernos en afanosos proclamadores del evangelio de Jesucristo, como él único medio por el cual la persona puede ser reconciliada con Dios y regenerada a imagen y semejanza de Dios.

Termino reiterando que nuestra tarea es glorificar a Cristo en nuestras vidas. Vivir de tal modo que el mundo sepa quién es él; así como anunciar su evangelio para que sean encontrados y salvados quienes hoy viven sin esperanza y sin Dios. ¿Haremos nuestra esta tarea? Les animo a que la hagamos y que vivamos de tal manera que Dios sea glorificado en y por nosotros.

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