Ante el Impacto de la Muerte, Nos Ocupamos de la Vida
Entonces oí una voz del cielo, que me decía: «Escribe esto: ‘Dichosos de aquí en adelante los que mueren unidos al Señor. ““Sí–dice el Espíritu–, ellos descansarán de sus trabajos, pues sus obras los acompañan.» Apocalipsis 14.13
Cuando, el lunes pasado, Manuel me llamó para informarme sobre el estado de Fernando al llegar al Instituto Nacional de Cardiología, sólo dijo tres palabras: Está muerto, Papá. Más que sus palabras, la emoción que su voz reflejaba fue lo que hizo evidente el impacto de la muerte. Preguntas, dudas, compasión, reclamos, etc., son emociones que acompañan la siempre inesperada llegada de la muerte y por ello la hacen tan impactante.
Sin embargo, ante el impacto de la muerte, conviene que nos ocupemos de la vida. De entrada, porque verdad de Perogrullo resulta el hecho de que lo que define a la persona no es su muerte, sino el cómo de su vida. Cómo fue la persona, cómo se relacionó con los suyos y con los otros, cuál su aporte a lo largo de la vida es lo que la define y, por lo tanto, lo que determina el modo en que trasciende más allá del momento y del cómo de su vida. Siempre me ha gusta el sentido de la palabra trascender, exhalar olor tan vivo y subido, que penetra y se extiende a gran distancia. Y, sí, lo que nos queda de quienes han muerto no es el olor de su muerte, sino el aroma de su vida. Es su vida la que nos marca, la que nos condiciona, la que determina el modo en que seguirán estando presentes aun cuando padezcamos su ausencia física.
En cierta manera podemos decir que muerte es igual a tiempo de cosecha. Paul Scanlas dijo: Cuando llueve, lo que hay en la tierra crece. El evento sólo revela lo que eres. No culpes a la lluvia ni a la tormenta. Así, la muerte de nuestros amados sólo hace crecer en nosotros lo que de ellos llevamos. Su muerte es el catalizador que, de manera misteriosa, transfiere del ser del ausente, a nuestro propio ser la semilla en la que su propia vida se ha convertido.
Pero, lo que podemos decir de quienes ya no nos acompañan, tenemos que considerarlo acerca de nosotros mismos. No es nuestra muerte, sino de nuestra vida delo que conviene que nos ocupemos. Hay a quienes cómo van a morir, mejor es ocuparnos del cómo hemos de vivir la vida que tenemos por delante. La razón es sencilla, la muerte no se convierte en vida. Pero, es la forma en la que vivimos esta vida la que determina que tengamos vida después de la muerte. Nuestro Señor Jesús hizo la promesa que sustenta nuestro pasaje bíblico. Según San Juan 11.25 y 26, Jesús aseguró: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que todavía está vivo y cree en mí, no morirá jamás.
De lo anterior, podemos entender la expresión de Juan el Teólogo cuando asegura que son dichosos los que mueren unidos al Señor. Obviamente, mueren unidos al Señor los que, en vida, han estado unidos a él. El cómo de nuestra relación con Dios determina nuestra capacidad de trascendencia. Tanto en lo que se refiere al cómo enfrentamos los eventos torales de nuestra vida, como en lo que se refiere al aroma que dejamos en los nuestros, principalmente, cuando morimos.
Es cierto que nadie está obligado a tener fe. Como cierto es que la espiritualidad personal es responsabilidad de cada quien. Pero, permítanme citar como ejemplo que sustenta mi dicho la experiencia de Doña Irma, madre de Fernando. Unida a su hijo en su relación peculiar, cuasi simbiótica, pocos temores más siniestros enfrentaba que el de la posible muerte de Fernando. Y, cuando su temor se hizo realidad, el cómo de su relación con Dios es la causa y explicación de su capacidad para que tal evento no la destruyera. En medio de su dolor, la convicción del amor y la presencia de Dios en su vida. Al grado de sentirse abrazada por el Señor.
De Fernando aprendimos que el cultivo de la espiritualidad tiene que mucho más que con en qué iglesia te congregas. Tiene que ver con el amor por lo bueno, con la generosidad, con la disposición del servicio a los demás. Amar a Dios no nos exime de amar al prójimo. Confiar en Dios no nos libera de la responsabilidad de vivir de tal manera que él sea glorificado en y por el todo de nuestra vida.
Así que, en el ejercicio de nuestra libertad podemos optar por servir y confiar en Dios o por hacer la vida a nuestras expensas. Pero, permítanme proponer que quienes quieren permanecer firmes en el día de la prueba y quienes aspiran a dejar semilla buena en el corazón de los suyos, cuando la muerte impida su presencia física, que conviene, necesitamos, volvernos a Dios y vivir de tal manera que él sea honrado en y por nosotros.
Jesucristo dijo que separados de él nada podemos hacer. De su enseñanza se desprende también que quienes no permanecen unidos a él se mueren, y se mueren sin que puedan tener nueva vida. Es decir, no podrán trascender. Por ello, ante el recordatorio que Fernando nos hace de la inevitabilidad de nuestra propia muerte, les invito a que nos unamos más y más a Jesucristo. Cecilia, Daniela, Fernando y Mariana, así como Doña Irma y el resto de los deudos de Fernando, requieren del Señor para enfrentar este momento y aún así trascender favorablemente. Pero, también el resto de nosotros necesitamos volvernos a Dios y permanecer unidos a él. Así, cuando ya no estemos, nuestras acciones seguirán dando testimonio de lo bueno de nuestra vida, de aquello que valdrá la pena que sigan cultivando los que nos dieron el privilegio de compartir el día a día de nuestras vidas.
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