1Corintios 11.23-30
Desde mi niñez, los Cultos de Comunión han revestido un carácter muy especial. El misterio de este sacramento no deja de sorprenderme e inquietarme. Estamos ante un hecho que acerca a Cristo a la Iglesia. No sólo porque nos recuerda su mute, resurrección y próximo regreso, sino porque hace evidente la calidad de la relación que nos une a él y los unos a los otros.
Ser iglesia no es poca cosa. Es mucho más que ser familia, mucho más que ser una asociación fraterna, es mucho más que ser amigos. La iglesia es el cuerpo de Cristo. En la iglesia Cristo se hace presente, se hace visible y tangible. En cierto grado y forma, en la iglesia podemos ver a Cristo y, por lo tanto, es en la iglesia donde Cristo se manifiesta y al través de ella realiza su tarea en medio de los hombres.
Relacionarnos con la iglesia es relacionarnos con Cristo. De ahí la importancia que tiene el llamado, la advertencia de Pablo de que quien come y bebe sin advertir de qué cuerpo se trata, come y bebe su propio castigo. BLPH La Cena del Señor es el símbolo por excelencia de nuestra relación con Cristo. Sólo pueden comer y beber de Cristo los que están en comunión con él. De ahí que Pablo haga extensivo el contenido de la Cena del Señor al cómo de la relación de los creyentes entre sí.
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