Escojan la Vida
Deuteronomio 30.11-20; Jeremías 21.8,9
Víctor Frankl, destacado sicoterapeuta, sobreviviente a los campos de concentración nazis, asegura que la libertad de elegir es la última, la más perfecta, de las libertades humanas. Al hacer tal aseveración, Frankl sólo evidencia su profundo conocimiento de la Biblia pues esta da testimonio de que la libertad que Dios nos ha dado, desde el momento mismo de la Creación del hombre y de nuestro propio nacimiento se hace evidente, precisamente, en la capacidad que tenemos para elegir ya para bien, ya para mal.
La Biblia también nos enseña que a la libertad de elegir le sigue la responsabilidad personal respecto de las decisiones tomadas. Es decir, la capacidad para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente. Cuando el Deuteronomio nos anima a elegir el cumplir con los mandamientos del Señor nuestro Dios, anticipa que la consecuencia será una experiencia de vida plena, nuestro crecimiento integral en tanto personas y, asegura, la bendición de Dios durante nuestra estancia aquí en la tierra.
Pero, también nos advierte, que si nos rebelamos a lo establecido por Dios y desobedecemos lo que él ha determinado como lo bueno, como lo justo (adecuado) para nosotros, habremos de enfrentar otro tipo de consecuencias: enfrentaremos la destrucción, como la constante en nuestro quehacer vital y nuestra vida estará llena de insatisfacciones y quebrantos.
Fijémonos que en ambos casos, tanto al elegir la vida como al elegir la muerte, hemos realizado un ejercicio de libertad. Es decir, hemos asumido nuestro derecho y propiciado las consecuencias resultantes de nuestras decisiones. Entender esto resulta de vital importancia respecto de nuestra comprensión de Dios y de nuestra relación con él. Sobre todo, cuando se trata de enfrentar el sufrimiento en nuestra vida.
El sufrimiento nos confunde y nos lleva a poner en tela de duda lo que sabemos y aquello en lo que confiamos, Dios incluido. Con frecuencia, cuando enfrentamos situaciones de sufrimiento nos preguntamos el porqué Dios permite lo que estamos viviendo. Damos por sentado que Dios es el responsable de todo lo negativo, lo doloroso, lo trágico que enfrentamos y, generalmente, hacemos un acercamiento totalitario a la cuestión de nuestro sufrimiento.
Conviene, sin embargo, distinguir las causas de nuestro sufrimiento. Tomar consciencia de que, en algunos casos, el sufrimiento es consecuencia de nuestra condición de seres humanos. Que en otros, es consecuencia de la manera en la que otras personas ejercen su libertad de elegir y que, en otros casos más, el sufrimiento que enfrentamos es el fruto de aquello que nosotros mismos hemos elegido.
En este último caso, tomar consciencia de nuestra propia responsabilidad puede producir un par de beneficios de vital importancia. Primero, abre la oportunidad del arrepentimiento. Es decir, del no sólo lamentarnos por lo equivocado de nuestras decisiones y de la ofensa que las mismas representan para Dios, sino que, en segundo lugar, también nos da la oportunidad de empezar a hacer lo correcto.
Es importante el asumir nuestra responsabilidad y, en consecuencia, asumir que hemos ofendido a Dios al elegir lo que resultaba contrario a su voluntad para nosotros. Ello nos pone en el camino de la restitución. Primero, de nuestra comunión con Dios y, en segundo lugar, del sentido de nuestra vida. Las elecciones equivocadas alteran el sentido de la vida. De ahí la necesidad de recuperar, de restablecer, la razón de nuestra vida. Del proponernos que el propósito subyacente de nuestra vida es el honrar a Dios y contribuir a que él sea glorificado en el todo de nuestra existencia.
Recuperar la paz con Dios y retomar el propósito de vivir para su honra nos permite el empezar a hacer lo bueno en las circunstancias en que nos enfrentamos. Los hechos de vida son irreversibles, ya no pueden volver a un estado o condición anterior. Por lo que al proponernos hacer lo bueno, sólo podemos empezar desde donde estamos. Del lugar consecuente con las decisiones tomadas.
Jeremías hace referencia a esto de una manera abrumadoramente brutal y explícita. Cuando anima a los judíos a que abandonen Jerusalén, el lugar que se ha convertido en su zona de confort, para ir a manos de los caldeos, sus enemigos, les dice que así, al menos podrán salvar su vida. La Palabra, traduce tal expresión (v.9), de la siguiente manera: su vida será su botín. Es decir, no podrán tener todo lo que tuvieron y tendrán que aprender a vivir con lo que les queda, la vida.
Las consecuencias de las malas elecciones siempre son pérdida, de ahí la necesidad de realizar lo que algunos llaman un control de daños. Esto no es otra cosa sino el aprender a administrar sabiamente lo que nos queda. Es decir, el aprender a tomar las decisiones, a elegir, de acuerdo con lo que Dios ha establecido como lo bueno, como lo justo para nosotros.
Ante las consecuencias resultantes de nuestra malas elecciones, Dios puede hacer bien poco. Dado que nos respeta, no evita, no impide, no nos detiene. Sí nos exhorta y anima a elegir lo bueno, pero no nos obliga a que lo hagamos. Entonces, ¿qué es lo que Dios sí hace? Cuando nos arrepentimos y nos volvemos a él, Dios transforma nuestro sufrimiento en un proceso de purificación. Por amor a sí mismo, Dios nos prueba en el crisol de la desgracia (Isa 48.10). Así, al purificarnos aparta de nosotros lo que no es propio de nuestra naturaleza y resalta lo bueno, lo adecuado y las capacidades inherentes que nos permiten practicar el bien.
Nosotros somos quienes elegimos nuestro camino. Si, como plantea Frankl, no está en nuestras manos cambiar una situación que nos produce dolor, siempre podremos escoger la actitud con la que afrontamos ese sufrimiento. Es decir, si ya no podemos cambiar lo que hicimos, si ya no podemos evitar las consecuencias de nuestras malas decisiones, sí podemos elegir el cómo viviremos a partir de nuestro aquí y de nuestro ahora. Podemos elegir el volvernos a Dios y hacer nuestra vida, elegir lo que elegimos, siempre animados por nuestro propósito de honrarlo en todo. Porque, a fin de cuentas, si vivimos, para él vivimos y si morimos, para él morimos. Porque, sea que vivamos o que muramos, somos del Señor.
Todo puede serle arrebatado a un hombre, menos la última de las libertades humanas: el elegir su actitud en una serie dada de circunstancias, de elegir su propio camino.
Víctor Frankl
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7 febrero, 2012 a 15:24
Tengo al certeza que son palabras inspiradas por Dios para consolar, para redarguir, para instruir en la justicia de Divina, duelen, pero me hacen bien, pues es notorio como andando en el camino de Dios El endereza mis veredas.
Mi anhelo porque Dios continúe inspirandole.
Dios les bedice.
Hna. MREL