Hagan Como Yo les He Hecho a Ustedes

Juan 13.1-17

Alguna vez, el Señor Jesús comparó a los que estudian sabiamente las Escrituras con un padre de familia que “de lo que tiene guardado saca cosas nuevas y cosas viejas.”[i] Así, al acercarnos una vez más, y fuera del tradicional entorno de la Semana Santa, a este pasaje lo hacemos con el propósito de recordar lo ya sabido y aprender lo que el Señor ahora nos revela.

Empecemos por el final. Después de haber lavado los pies a sus discípulos el Señor procede a enseñarles el significado de tal acción. Lo hace ordenándoles que le imiten en su disposición de servir al prójimo, y termina su exhortación con una declaración críptica, misteriosa: la felicidad, la dicha de los discípulos depende de que ellos entiendan estas cosas y las pongan en práctica.

Obviamente, cuando el Señor se refiere a las cosas que hay que entender y poner en práctica, no se trata, en estricto sentido, del mero acto de lavarles los pies. Más bien, el Señor se refiere a un nuevo modelo de relación entre sus seguidores, mismo que les ha de distinguir respecto del cómo se relacionan entre sí los que no lo conocen, pero, sobre todo, que ha de evidenciar el espíritu que les mueve.

En su explicación, el Señor destaca tres cuestiones:

1. Yo el Maestro y Señor, les he lavado los pies.

2. También ustedes, deben lavarse los pies unos a los otros.

3. Ningún servidor es más que el que le envía, y ningún enviado es más que el que lo envía.

La cultura del reino de Dios establece un contraste respecto de lo que hace ser a las personas. La cultura del pecado establece que uno es en la medida que se tienen riquezas, poder y status. Así, todo lo que hacemos está orientado a poseer. Ello se explica porque hemos aprendido que nuestra confianza es fruto de lo que tenemos. Así, no solo queremos poseer, sino que necesitamos hacerlo.

Tal forma de pensar regula el cómo de nuestras relaciones con los demás. Determina nuestras expectativas y nuestras decepciones. Si no podemos tener riquezas, sentimos que no valemos. Si no podemos poseer (controlar) a otras personas, sentimos que somos menos que ellas; si no tenemos un nivel social adecuado, nuestra estima propia se reduce y asumimos el menos-precio como la realidad que nos oprime y frustra.

Ahora bien, Jesús se refiere a su condición de Maestro y Señor, al enfatizar que él les ha lavado los pies. Aquí estamos ante una cuestión de identidad. Primero, Jesús no deja de ser Maestro y Señor porque les ha lavado los pies. Sigue siéndolo, aún cuando la tarea que realiza no parece ser propia (en la cultura del pecado), de quien es asumido como un superior. En segundo lugar, Jesús destaca que su condición de Maestro y Señor es, precisamente, la razón de su servicio. En efecto, antes había definido su sentido de Misión cuando estableció que:

Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.[ii]

Si prestamos atención a esta frase, descubrimos que los actos de servicio adquieren, en el reino, una dimensión trascendente. Hacen evidente la entrega del creyente, es decir, demuestran a quién pertenece este.

Lavar los pies del hermano es una acción cargada de simbolismos importantes. Como el mismo Señor Jesús, quien lava los pies de su hermano:

1. Toma la iniciativa (se levantó de la mesa)

2. Renuncia a lo que le es propio (se quitó la capa)

3. Adquiere una responsabilidad que le limita (se ató una toalla a la cintura)

4. Asume el precio de su servicio (echó agua en una palangana y se puso a lavar los pies de sus discípulos.

5. Se ocupa de terminar adecuadamente la tarea (les secó los pies con la toalla que llevaba en la cintura)

Cabe destacar la manera en que Juan conjuga los verbos que denotan los actos de Cristo. En todos los casos, Cristo es el sujeto activo; es decir, es él quien hace por iniciativa propia.

San Pablo nos exhorta a que tengamos el mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús.[iii] Es decir, a que estemos dispuestos a entregarnos a nosotros mismo en el servicio a los demás. No se es cristiano a menos que se sea como Cristo. Y, no se puede ser como Cristo a menos que nos entreguemos a nosotros mismos al servicio de los demás.

La cultura del pecado nos lleva a poseer, hemos dicho. A ver por nosotros mismos. Entre nosotros sigue habiendo quienes ven por sí mismos. Son ellos, sus intereses personales y familiares, lo que explica el como de sus vidas. Por ello no sirven al prójimo, si acaso, le dan al prójimo. Es decir, no se entregan, retienen el control, establecen los qué, los cómo, los cuando, los quienes. Siendo así, ello explica que nuestra identidad como iglesia no refleja a Cristo. Podemos ver lo que somos y explicar así la calidad de nuestro servicio, pero no dejamos que Cristo se vea en nosotros.

No todo el que da, sirve. Solo lo hace quien se da a sí mismo. No de lo suyo, sino a sí mismo. Hoy nos lavamos los pies unos a los otros. Que este acto humilde sea el preludio de una cultura del reino entre nosotros. De una cultura de servicio, primero entre los domésticos de la fe, luego para el beneficio de los que no conocen a Cristo.

Así, al lavarnos los pies unos a los otros, somos más como Cristo. Esforcémonos por serlo cada día de nuestra vida.


[i] Mateo 13.51

[ii] Marcos 10.45

[iii] Filipenses 2.5ss

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