Eso de Celebrar el 14 de Febrero
Eso de celebrar el 14 de febrero como el día del amor y la amistad tiene sus bemoles. Para algunos, no pasa de ser un mero artilugio comercial que sólo tiene como propósito el beneficiar a los comerciantes. Entre la comunidad cristiana, no falta quien asegura que, como tantas otras celebraciones, la de San Valentín tiene un origen pagano y alertan sobre los riesgos de participar en tal tipo de celebraciones. Lo cierto es que pocos pueden sustraerse del atractivo de ocuparse de manera extraordinaria de un asunto que interesa a todos, la cuestión del amor y, sobre todo, del amor de la pareja.
Aun entre quienes lo celebran, el Día del Amor y la Amistad resulta en un problema para la mayoría de las parejas, ya se trate de jóvenes, adultos o viejos. Para quienes viven relaciones amorosas satisfactorias y emocionantes, el problema es, de hecho un feliz problema que consiste en encontrar la manera de manifestarle al ser amado que se le ama como nadie más puede, o podrá hacerlo. Generalmente, quienes celebran a su ser amado terminan descubriendo que lo que hace trascendente tal celebración es la convicción de que su relación es única, trascendente y plenamente satisfactoria. Así, lo que hayan podido hacer fue suficiente, para ellos y para los que aman. Pues, al fin y al cabo, sólo abundaron en la expresión de sus sentimientos y del disfrute de su relación.
Para quienes, por el contrario, participan de relaciones afectivas poco satisfactorias y desgastantes, el problema consiste en cómo hacer para sobrevivir el 14 de febrero sin comprometerse más en una relación que no les anima, pero sin provocar, al mismo tiempo, mayores daños a la misma. Porque, ¿cómo celebrar con gozo una fecha que tan poco gozo anima? Y, es que, resulta muy difícil celebrar en febrero el amor que no se ha celebrado en enero. O, más aun, prometer un día catorce aquello que difícilmente se está dispuesto a cumplir el día quince y los que le siguen.
En fin, el pomposamente llamado Día del Amor y la Amistad, viene a poner sobre la mesa lo complejo de las relaciones afectivas. Sus costos, sus logros, sus tragedias, sus expectativas. Pero, sobre todo, la profunda necesidad que los seres humanos tenemos de amar y de ser amados. No sólo de amar a aquellos a quienes nos unen lazos de sangre y de ser amados por nuestra familia. Hay una necesidad intrínseca a nuestra condición de seres humanos: la de ser amados por quienes no están obligados por razones de parentesco a hacerlo. Es esta una necesidad que trasciende los estadios de nuestra vida, la experimentamos muy pronto en la adolescencia, y seguimos viviéndola en nuestra edad adulta. Ciertamente, en la vejez seguimos disfrutando el amar y el ser amados, y, cuando la persona a quien hemos amado y nos ha amado nos ha dejado solos, seguimos suspirando y anhelando, a veces contra toda esperanza, que ella pudiera estar de nueva cuenta con nosotros.
A veces hay quienes se sienten mal consigo mismos cuando se reconocen necesitados de tener a quién amar y por quién ser amados. Desgraciadamente, en no pocos casos, se trata de personas que hay sido abusadas, engañadas o, de plano, ignoradas por otros. Aun cuando se les ha obligado a la soledad y han llegado a aceptarla como la porción que les corresponde en la vida, muy dentro suyo siguen anhelando que las cosas cambien y así puedan tener la oportunidad de cambiar la suerte que la vida –y otros- les ha deparado.
Lo cierto es que no hay nada de malo en sentir tal necesidad. Ni siquiera aquellos que se hacen a sí mismos eunucos por causa del reino, o por causa de aquellos de sus familiares a quienes dedican sus vidas renunciando al amor, dejan de experimentar tal necesidad. Simple y dolorosamente ofrecen su necesidad como una ofrenda grata a Dios y a quien sirven. Pero no lo hacen sin dolor, ni sin renunciar del todo a soñar, desear y esperar que de alguna manera se cubra tal necesidad.
Recuerdo haber preguntado a un grupo de hombres adultos, cincuentones casi todos, cuál era su más grande temor. Me sorprendió su respuesta: que mi mujer se muera. Algunos, me pareció, expresaron su temor con sus ojos rasados de lágrimas. Porque todavía no se moría la mujer a la que amaban y quien les amaba y ya les hacía falta tan especial amor. Cuando los escuché y fui testigo de sus emociones supe que no estaba yo solo, y que al extrañar a mi mujer aun cuando está conmigo, sólo estoy disfrutando del privilegio del amor y del costos que el mismo implica.
Estoy hablando de esto porque me duele, preocupa y aun aterra el menor aprecio que muchos que han sido bendecidos con el amor y con la oportunidad de amar a su cónyuge, muestran en su día a día. Parecen ignorar la importancia de la oportunidad recibida. El privilegio que Dios les ha dado. El valor del don por el que tienen que rendir cuentas. A veces, cuando veo a hombres que maltratan a las mujeres que los aman; o a mujeres que menosprecian al hombre que las ama, me pregunto qué será de ellos y ellas cuando enfrenten la soledad, la ausencia y aun el abandono de aquellos a quienes Dios escogió para que les acompañaran por la vida.
Porque, sí, hay algo místico, misterioso, en la formación de las parejas. Estoy firmemente convencido de que, en principio, el amor que las une está animado por mismo Espíritu de Dios. Los judíos creen que en cada nuevo matrimonio, Dios se da a sí mismo la oportunidad de cumplir el propósito de amor, unidad y éxito que fracasara por la desobediencia de Adán y Eva. Dios anima el amor en las parejas porque él ha descubierto que no es bueno que el hombre –ni la mujer- estén solos. Así que, quienes han, hemos, tenido el privilegio de contar con la compañía del ser amado, somos llamados a valorar, cultivar y cuidar el don recibido.
Todos necesitamos compañía, en especial de la compañía de aquellos a quienes hemos elegido amar y nos han elegido como sus amantes y compañeros de camino. En la juventud y en la edad adulta necesitamos de tales compañeros. Cuando la vida empieza, cuando empezamos a ser nosotros mismos y a caminar el camino de nuestra adultez, el amor del ser amado nos anima, empodera y da el valor para enfrentar los retos a los que la vida nos enfrenta. No sabemos a dónde vamos ni qué hemos de encontrar, pero en nuestra ignorancia el amor de la esposa, o del esposo, se convierte en suficiente razón para seguir adelante y para saber que, con la ayuda de Dios, podremos lograr lo que nos proponemos y llegar hasta donde nuestros ojos han visto. No sabemos qué, pero estamos seguros de y con quién está a nuestro lado.
En la vejez, la vida prácticamente ya no tiene secretos para nosotros. Llegamos hasta donde podíamos llegar, alcanzamos lo que estuvo dentro de nuestras posibilidades, perdidos mucho de lo que tuvimos y que nos hace falta. Pero, en el recuento de la vida, con sus logros y sus fracasos, con sus haberes y sus adeudos, la presencia del ser amado es suficiente razón para asumir que, después de todo, valió la pena vivir la vida. Que el amor, la fidelidad y la paciencia que nuestra esposa, esposo, nos han dispensado, es testimonio de que también nosotros supimos amar y reconocer en nuestra pareja la gracia divina que nos ha privilegiado.
Y es que de eso se trata. De reconocer en la persona a la que amamos y que nos ama, una gracia especial, excepcional, con la que Dios nos ha privilegiado. Nací, crecí y me he hecho viejo a la sombra del amor que mis padres se profesan. Con su cerebro preso de la enfermedad del Alzheimer, mi Padre ha podido mantener libre del poder de la demencia, su amor por Gloria su mujer y su gloria. Y es este apenas uno de los muchos testimonios que la vida nos ofrece respecto del poder del amor por sobre nuestras miserias y limitaciones. Así que termino esta rara reflexión, animando a quienes hemos sido bendecidos con el amor y la oportunidad de amar a alguien; a quien todavía tienen a su lado a la persona a quien prometieron amar y a quien le pidieron les amara, a que honremos nuestra promesa, y a que, apreciando el valor y la importancia que tienen en nuestra vida, nos propongamos honrarlos y amarlos hasta lo último. Así, si alguna vez hemos de quedarnos solos, su amor seguirá anidado en nuestros corazones y, junto con el amor de Dios, seguirá animando nuestras vidas.
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14 febrero, 2011 a 20:50
MI QUERIDO PASTOR, ¿QUE PUEDO DECIRTE? ME CONMUEVE ESA MANERA QUE TIENES DE DECIR LAS COSAS, ESPERO QUE DÍA A DÍA NO OLVIDE LA GRAN OPORTUNIDAD QUE DIOS ME DIO AL PONER A MI LADO A UN HOMBRE COMO MILTON Y QUE COMO TU DICES, SEPA YO HONRAR EL AMOR QUE ME TIENE.
DIOS TE BENDIGA
14 febrero, 2011 a 20:52
hola nuevamente Pastor, el ultimo comentario lo escribí yo, Adriana, no me di cuenta que estaba en el correo de Milton, es que estoy usando su computadora, supongo que eso es, disculpa el error.