Para poder, necesitamos del poder del Espíritu Santo

Hechos 1.8

Hoy nos ocupamos de un tercer tema fundamental, un tercer paso, en nuestro caminar cristiano: la necesidad del poder del Espíritu Santo en nuestra vida. Para ser testigos de Cristo, es decir, para hacerlo presente y creíble, necesitamos ser revestidos del poder de Dios en nosotros. Te animo a que consideres este ejercicio de reflexión como un primer paso en tu propia búsqueda de una mejor comprensión del tema, pidiendo, no sólo entendimiento, sino la unción misma del Espíritu Santo en tu vida.

Además de la promesa del Espíritu Santo (Juan 17), Jesús habló del bautismo del Espíritu Santo. Este no tiene que ver con la regeneración del creyente, es decir con su salvación; se trata más bien de un revestimiento de poder. Cuando la persona recibe el bautismo del Espíritu Santo, recibe lo que se ha dado en considerar como la llenura del Espíritu Santo, el ser llena del poder de Dios en su vida.

Al estar lleno del Espíritu Santo, por medio del bautismo del mismo, el creyente cuenta con el poder del Espíritu para hacer cosas extraordinarias en el nombre de Jesucristo. Jesús dijo a sus discípulos: Pero recibiréis poder, cuando hay venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierraHechos 1.8

De manera implícita Jesús se refiere a la necesidad de un poder superior a las fuerzas propias del creyente, algo más que su convicción, su fe, su sinceridad e interés, en la tarea de dar testimonio de la realidad de Cristo. Esta tarea, que identificamos como la evangelización (Mateo 28.19ss), siempre implica una lucha espiritual en la que el dominio de Satanás sobre nosotros y sobre las personas a quienes compartimos el Evangelio es puesto en riesgo.

Satanás lucha y lo hace con todo su poder, para retener a las personas bajo su dominio. Por eso las confunde, exacerba sus debilidades, su incredulidad, sus amarguras, sus resentimientos, sus temores y sus odios. No es extraño, entonces, que resulte tan difícil el proceso de conversión, tanto para quien es portador de Cristo, como para quien está siendo llamado de las tinieblas a la luz. 1 Pedro 2.9

La tarea de la evangelización es mucho más que sólo hablar del Evangelio. Requiere, sí, de la proclamación de las buenas nuevas de Jesucristo, pero, también requiere que en los creyentes se haga presente Jesucristo. Es decir, que los creyentes seamos ejemplo incuestionable de lo que significa la presencia de Cristo en las personas. Vidas transformadas en comunión con Dios y al servicio del prójimo. Personas capaces de vivir la plenitud de la vida y de enfrentar y superar las dificultades de la misma, así como los ataques del diablo.

Como hemos dicho, reciben el poder del Espíritu Santo aquellos que, insatisfechos con lo que es su vida y su servicio a Dios, están sedientos de más. De más de Dios en ellos y de más de ellos para Dios. Tal deseo resulta del cultivo de la relación con Dios mediante la oración y el estudio de su Palabra. En nuestro aquí y ahora como individuos y como congregación se hace cada vez más evidente que no hemos podido. Se hace, entonces, cada vez más evidente que necesitamos del poder del Espíritu Santo. ¿Lo deseamos? ¿Nuestra alma tiene sed de Dios, como el ciervo que brama buscando las aguas que sacien su sed? Salmo 42

Para ser bautizados con el Espíritu Santo necesitamos, en primera instancia, del reconocer nuestra incapacidad para vivir plenamente en Cristo y del desear (Tener [el] interés o apetencia por conseguir la posesión o la realización de una cosa), sí, desear obtener el poder necesario para vivir una vida plena. Porque no basta con reconocer nuestras carencias y limitaciones.

El riesgo de que conlleva el sólo reconocer, aceptar, nuestras debilidades es que podemos aprender a vivir insatisfactoriamente y de hecho lo hacemos frecuentemente. Sólo nos vamos acomodando a las circunstancias, desarrollando una resiliencia tóxica que nos lleva a permanecer al lado del estanque de BethesdaJuan 5.1-15

Para vivir plenamente la vida cristiana y llevar el fruto que se nos pide, se requiere que tengamos y cultivemos el interés, el apetito, por conseguir el Espíritu Santo que tanta falta nos hace.

Dado que el interés por ser llenos del Espíritu Santo resulta del reconocimiento de nuestra incapacidad, sólo podemos empezar pidiendo tal llenura espiritual. Quien pide, reconoce su necesidad y se esfuerza por ser escuchado. Por ello, clama. Es decir, pide vehementemente y hace de su petición el más importante de sus intereses. Pide con la misma determinación mostrada por Jacob cuando le advirtió al ángel del Señor: ¡No te soltaré hasta que me bendigas! Génesis 32.26

Esta propuesta contradice el pensamiento tradicional en el que la llenura del Espíritu Santo resulta de la conducta perfecta del que lo busca. No, la llenura del Espíritu Santo no es un pago a quien vive santamente. Aunque en la búsqueda de tal llenura no podemos ignorar la importancia de una vida santa y consagrada a Dios.

Nuestra propuesta implica que quien busca vehementemente el bautismo del Espíritu Santo experimenta una transformación progresiva e integral en el todo de su vida. La búsqueda de Dios, mediante la oración ardiente, siempre provoca cambios en la persona. Cambios tanto de propósito, como de forma y, sobre todo, de capacidad. De poder para poder hacer la vida a la manera de Cristo.

Quien ora, va siendo llenado de Dios. Mientras mayor la comunión, mayor la presencia y el poder del Espíritu de Dios en el creyente. Así que la oración ardiente tiene como resultado la santificación en tanto consagración, como la santidad en tanto limpieza de vida y derrota del pecado.

La oración ardiente es mucho más que orar al ahi se va. Es la oración con propósito, perseverante y aún sacrificial. Vuelvo a la imagen de Jacob luchando contra Dios, su no te dejaré hasta que no me bendigas, expresaba la profundidad de su necesidad. Además, expresaba su determinación de ser bendecido sin importar el precio que ello representara. Cojo, siguió luchando contra Dios.

De ahí la importancia de que nos propongamos pedir el ser bautizados con el Espíritu Santo y que hagamos de tal petición una súplica vital. Es decir, una súplica en la que nos vaya la vida. Quizá, tengamos que empezar pidiendo que Dios provoque en nosotros una sed espiritual tal que altere el todo de nuestra vida.

Corramos el riesgo y pidamos a Dios que nos provoque a él, aún a costa de nuestra tranquilidad cotidiana. Porque sólo quien tiene una sed así del Señor puede estar dispuesto a pagar cualquier precio para ser saciado con su Espíritu Santo.

Como sabemos, muy pronto, quien se propone servir a Dios descubre que no puede hacerlo en sus propias fuerzas. Que, aún en la búsqueda de Dios, necesita de algo más. Y, este algo más es, precisamente, el poder del Espíritu Santo, el poder de Dios que permanece fortaleciendo y apoderando al creyente.

La ventaja que tenemos es que Dios ha prometido dar de su Espíritu Santo a quienes se lo pidan. Lucas 11.13 Esto significa que Dios está interesado y dispuesto a derramar de su poder en nosotros, para que así seamos testimonio de su realidad, pero también vasos comunicantes de su presencia, su amor y su poder en medio y a favor de los que lo necesitan.

Déjame hacer aquí una recapitulación de lo que he venido diciendo. Primero, necesitamos del poder de Dios en nosotros, para poder vivir la vida cristiana y cumplir con la tarea que se nos ha encomendado. Segundo, necesitamos cultivar el interés, el apetito, para ser llenos del Espíritu Santo. Esto implica una reestructuración del orden de nuestras vidas.

La experiencia de muchos de quienes han sido llenos del poder de Dios tiene en común que decidieron sacrificar lo necesario para buscar la presencia de Dios. Hubo quienes se apartaron para orar y ayunar por varios días, se encerraron en sus habitaciones o fueron a algún lugar de retiro para estar a solas con Dios. Si me dejas decirlo así: invirtieron su vida para ser llenos del Espíritu Santo.

Para algunos fue una experiencia de gozo, paz, exaltación. Para otros, una experiencia de quebrantamiento, de confrontación consigo mismos, de dolor y confesión. Pero unos y otros, al ser llenos del poder del Espíritu Santo, descubrieron que valía la pena el buscar su llenura. Por cierto, tenían necesidad de Dios, pero no dejaban de pedir que el Señor provocara una sed de su presencia todavía mayor. No pocos oraban diciendo: Dame sed de ti.

En tercer lugar, he dicho que Dios está interesado en que nosotros tengamos la llenura de su presencia y poder. Este hecho redimensiona nuestra búsqueda de la llenura del Espíritu Santo. Pedimos, sabiendo que vamos a recibir porque Dios ha prometido darnos su Espíritu. Saber del interés divino también nos permite comprender el proceso por el que pasamos y el tiempo que Dios se toma para cumplir su promesa. Es un proceso y un tiempo de purificación. Para derramar de su santo Espíritu en nosotros, Dios nos limpia, nos purifica, nos dirige por caminos nuevos que debemos recorrer para honrarlo y dar testimonio de nuestra necesidad de él.

Todos necesitamos del poder del Espíritu Santo. No importa lo que hayamos logrado en el camino del Señor ni el tiempo que hayamos caminado con Dios, necesitamos más y más de su Espíritu Santo. Yo necesito más del poder del Espíritu Santo. Por eso quiero pedirte que me apoyes con tu intercesión para que el Señor purifique mi corazón, fortalezca mi fe y me guíe en la búsqueda de su plenitud.

Por mi parte, oro por ustedes. Pido que quienes lo están buscando, que quienes inician el caminar de la fe, sean llenos del poder del Espíritu Santo. También oro por quienes ya conocen al Señor, que han caminado con él por más tiempo, que son testigos y depositarios del poder de Dios, sean purificados, fortalecidos y guiados en la búsqueda de la llenura del Señor en su vida. Lo hago porque sólo así podremos ser testigos de Cristo y llevar su mensaje de salvación a quienes lo necesitan.

Así que busquemos, pues, la llenura del Espíritu Santo en nuestras vidas. Sólo así podremos ser testigos efectivos de Cristo en un mundo que necesita de su amor, su poder y, sobre todo, de su justicia.

A esto los animo, a esto los convoco.

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