Nada es seguro en esta vida

“Disfruta de la prosperidad mientras puedas, pero cuando lleguen los tiempos difíciles, reconoce que ambas cosas provienen de Dios. Recuerda que nada es seguro en esta vida.”

Eclesiastés 7:14 NTV

1578235539666Se acusa al cristianismo de ser una religión que promueve que las personas escapen de la realidad, que se evadan. Que se desentiendan de cualquier preocupación o inquietud creyendo que de manera sobrenatural Dios les dará todo lo que quieren o necesitan. Carlos Marx aseguraba que la religión no es otra cosa sino la droga con que se engaña al pueblo y se le manipula ofreciéndole una felicidad ilusoria. Por ello, concluía, se necesita la abolición de la religión entendida como felicidad ilusoria del pueblo para que pueda darse su felicidad real.

Pero ¿es esto cierto? ¿En verdad la Biblia engaña proponiendo sólo felicidad y los milagros como la alternativa para enfrentar la vida? Obviamente, quienes buscan o acusan tal cosa no conocen lo que la Biblia nos enseña acerca de la vida y del quehacer de Dios en la misma. Por lo pronto, la frase final de nuestro pasaje es concluyente y reveladora: Recuerda que nada es seguro en esta vida. O, como dice PDT: Disfruta los buenos tiempos; pero cuando la estés pasando mal recuerda que Dios nos da momentos buenos y malos, y que nadie sabe lo que vendrá en el futuro.

Si nada es seguro, si nadie sabe lo que vendrá, entonces conviene que vivamos el momento presente desde una perspectiva preventiva, esto en el sentido de preparar, aparejar y disponer con anticipación lo necesario para un fin. Pablo nos invita a prepararnos para que podamos resistir al enemigo en el tiempo del mal. Efesios 6.13 Ello nos muestra que debemos vivir el día presente de tal manera que podamos garantizar que tenemos los recursos indispensables para enfrentar el día malo y que después que este haya pasado, todavía podamos permanecer firmes. Porque esto es lo que la Biblia promete respecto del quehacer de Dios: que quienes le amamos y honramos podremos permanecer firmes cuando hayan pasado los días malos. Más aún, la Biblia nos promete que Dios hará que todas las cosas que vivimos cooperen para nuestro bien. Romanos 8.28

Propongo a ustedes que son tres los espacios que debemos fortalecer en los tiempos de prosperidad. El primero tiene que ver con el cómo de nuestra relación con Dios. Para poder creer en Dios debemos, primero, conocer a Dios. Saber cuál es su carácter, cuáles sus valores y, por lo tanto, cuál su propósito respecto de nosotros. Desconocer, por ignorancia o por orgullo, quién es Dios conduce a uno de los grandes conflictos de muchos es que pretenden relacionarse con Dios bajo un principio de iguales. Pero, Dios es el Señor. Nosotros vivimos para él y no él para nosotros. Además, Dios es omnisciente, lo sabe todo. Ve lo que nosotros no podemos ver y, por lo tanto, sabe lo que nosotros no sabemos. Así, lo que él permite o impide, lo que él da o niega, siempre está en la perspectiva de lo eterno.

A Dios no lo atrapa ni el momento ni el espacio en que vivimos. Él sabe y ve más allá de lo que estamos viviendo. Respecto de Dios, la Biblia nos enseña que Dios es amor. Y que como nos ama, él está en y con nosotros, independientemente de las circunstancias que vivimos.

El segundo espacio que fortalecer en nuestros tiempos de prosperidad somos nosotros mismos. Dicen que cuando alguien se está ahogando no es el momento para enseñarlo a nadar. De igual manera, el momento para fortalecer nuestro equilibrio interior, nuestro carácter, no es el momento de la prueba. Esta la enfrentaremos de acuerdo con el equilibrio, los recursos y las facultades que hayamos desarrollado en los tiempos de paz.

Somos espíritu, alma y cuerpo. Lo que somos como personas está determinado por el equilibrio alcanzado entre nuestro físico, nuestra mente y nuestra dimensión espiritual. Hay quienes buscan a Dios cuando llega el día malo. Así como hay quienes comen sanamente cuando la diabetes ha destruido su sistema renal y al día siguiente el médico los examinará. Como otros que se ponen a estudiar la noche anterior al día del examen.

Los días malos hacen evidente la cantidad y calidad de nuestros recursos, no los generan. Los días malos no producen recursos de ningún tipo. Por ello, quien menos ha crecido integralmente en la vida, quien menos se ha ocupado de madurar, tendrá menores posibilidades de permanecer firme cuando el día malo haya pasado. En cambio, quien se ocupa de ser un buen administrador de sí mismo y procura optimizar sus recursos físicos, mentales y espirituales en tiempos de paz, podrá, con la ayuda de Dios, enfrentar y superar los días malos de su vida.

El tercer espacio que somos llamados a cultivar, es decir a cuidar y fortalecer, es el espacio de las relaciones interpersonales. Los días malos tienen, siempre, efectos colaterales. Estos afectan, irremediablemente, a los círculos más cercanos, más íntimos de nuestras relaciones: la pareja, los hijos y hermanos, los padres, etc. Las tragedias de la vida ponen a prueba la capacidad de resistencia de los lazos que nos unen. Por ello, las tragedias ni unen, ni separan. Sólo ponen en evidencia la calidad de nuestras relaciones, hacen evidente qué tan unidos o qué tan separados nos encontramos.

Los días malos no son tiempos propicios para fortalecer nuestras relaciones. Los tiempos malos sólo hacen evidente que tan fuertes o débiles son nuestras relaciones nucleares, las más importantes. Por lo tanto, hay que vivir cada día bueno sabiendo que llegarán los días malos y que estos mostrarán la fortaleza o la debilidad de nuestras relaciones personales. Por ello hay que cuidarlas, hay que invertir en ellas, hay que fortalecerlas y hacerlas crecer. Es decir, procurar que abarquen todas las áreas de la vida: afectivas, emocionales, espirituales, etc.

Lo que tenemos hoy no lo tendremos siempre. Como dijo Bob Marley, Nada dura para siempre. El café se enfría, el cigarro se apaga, el tiempo pasa y las personas cambian. Todo lo bueno se acaba. Lo que sube, tarde o temprano tiene que bajar. Los seres amados se van, tenemos que saber cómo llegar a la estación para despedirlos. Pero, más aún, tenemos que ocuparnos de vivir el día de hoy de tal manera que cuando el tiempo de la partida llegue, este no produzca ni más dolor, ni más conflictos, que los que sean indispensables.

Como en estos casos, en el resto de nuestra vida necesitamos de la sabiduría que resulta del temor de Dios. Es sabio quien teme a Dios. Y la sabiduría nos enseña que debemos vivir el momento actual con gratitud, humildad y compromiso. También que debemos hacerlo confiadamente, asumiendo nuestra vulnerabilidad y el hecho de que en la vida todo se acaba, que nada dura para siempre, salvo nuestra relación con Dios.

Vivir así, hacer la vida así, nos permite vivirla plenamente –llena y enteramente-, para que cuando llegue el día malo este no pueda destruirnos, sino solo hacer evidentes las fortalezas de nuestra vida.

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