Tendrás ansia de tu marido
Génesis 3.16 BLPH
Nuestro pasaje revela la infinita sabiduría de Dios. De una manera breve y contundente explica la raíz de la violencia que millones de mujeres han sufrido a lo largo de siglos. En su breve declaración el Señor revela tres consideraciones fundamentales, la primera, que el primer espacio de la violencia en contra de la mujer es el hogar y el mayor causante de la misma, su esposo. La segunda consideración es la existencia de una disposición involuntaria en la mujer que facilita el dominio y la explotación a manos de su pareja. Tendrás ansia de tu marido y él te dominará, dice nuestro pasaje. O, como dice DHH: Tu deseo te llevará a tu marido, y él tendrá autoridad sobre ti. Una tercera consideración, fruto del contexto escritural es que tal deformación del propósito creacional inicial es consecuencia del pecado como forma de vida.
He empezado esta reflexión refiriéndome a la infinita sabiduría de Dios. Pero, también he de señalar que nuestro pasaje revela la experiencia acumulada por la humanidad desde el momento de la creación hasta el tiempo en que la Torá fue escrita. Como sucede en nuestros días hay algo, incomprensible y oscuro que favorece el surgimiento, el fortalecimiento y la prevalencia de tales modelos relaciones disfuncionales en la pareja. Ese algo que explica la normalización que muchas y muchos hacen del abuso contra las mujeres. Así como la justificación y aún la defensa, de unos y otras, de los distintos rostros de la violencia de género.
Contra lo que en no pocos púlpitos se predica, el que la mujer se someta al hombre no forma parte del modelo creacional inicial. La historia de la creación nos dice que Dios creó al ser humano, tal y como es Dios. Lo creó a su semejanza. Creó al hombre y a la mujer. Génesis 1.27 DHHDK, Es decir, lo creó bajo un principio de igualdad, dado que ambos son tal y como es Dios, su imagen y semejanza. Aún el segundo relato de la creación del ser humano, en Génesis 2.4-25, establece un principio de igualdad complementaria. Principio en el que es Adán quien necesita de Eva para estar completo. Por eso Dios decidió: Hacerle alguien que lo acompañe y lo ayude. Génesis 2.18 DHHDK De acuerdo con el relato bíblico, tal principio de igualdad complementaria se rompe con la aparición del pecado. De ahí que la declaración de Dios respecto del dominio del hombre sobre la mujer encuentra su razón de ser en el pecado que ha venido a alterar el orden divino y no en el modelo establecido por Dios para la relación de pareja.
Si tal relación de dominio-sumisión resulta del pecado, entonces quienes hemos sido hecho libres del poder del pecado no tenemos por qué normalizarla ni, mucho menos, promoverla. No resulta sencillo considerar la realidad del pecado en nosotros porque hemos aprendido a identificarlo con algunas aberraciones conductuales que causan escándalo y vergüenza. Pero, en principio, el pecado es jamartia, errar el blanco. Es equivocarse o hacer algo por las razones equivocadas. La Biblia enseña que el pecado es fruto de la dureza del corazón (de la falta de entendimiento), y produce el entenebrecimiento de la mente. También nos dice que peca quien se aleja de Dios o no entrega su vida a él. Peca, nos recuerda Santiago, quien se deja llevar por sus deseos desordenados.
Conviene tener presente lo enseñado por Pablo y por Santiago para comprender mejor la expresión: Tendrás ansia de tu marido, o: Tu deseo te llevará a tu marido. Tal expresión, en cualquiera de sus versiones, se refiere a una disposición consciente e inconsciente, fruto del engaño del pecado, que exacerba el poder de las emociones de la mujer y la hace vulnerable en su relación con los hombres. El término usado en Génesis 3.16 y que se traduce literalmente con deseo, también se refiere a anhelo, al ansia. Es decir, a un impulso inconsciente y poderoso que tiene la capacidad para nublar el entendimiento y animar a hacer aún aquello que puede provocarle daño a quien lo experimenta y cede ante el mismo. Es tal la irracionalidad y el poder de tal impulso que es equiparable al que impulsa a las bestias para devorar a sus presas.
La violencia de género es facilitada tanto por cuestiones sociales y culturales, como por cuestiones personales y espirituales[1]. Hay fuertes condicionamientos externos que conforman a quienes están bajo el poder del pecado, hombres y mujeres. Pero, propongo aquí, el poder de tales condicionamientos externos es redimensionado por los fuertes condicionamientos internos: psicológicos, emocionales, afectivos, espirituales, etc., fruto del pecado Unos y otros tejen fuertes lazos que sólo generan violencia y degradación. Lazos que sólo pueden ser rotos por el poder de la sangre de Cristo. Porque es la sangre de Cristo el precio pagado por nuestra liberación del poder del pecado. Por causa de Cristo ahora somos libres y podemos decidir lo que es propio de nuestra dignidad y no en función de nuestras emociones y de nuestros sentimientos.
En tratándose de las mujeres, la libertad en Cristo significa dos cosas. La primera, la capacidad para prever: ver con anticipación. Muchas mujeres sufren la violencia que les fue anunciada y que no pudieron ver. Desde la violencia en el noviazgo, hasta la elección de parejas nocivas con las que se auto sabotean. En el campo espiritual, están, por ejemplo, quienes acceden a sostener relaciones con no creyentes ignorando las evidencias de las que son testigos, respecto de lo que tales alianzas producen. Aquí cabría hacer un llamado a nuestras mujeres, solteras y casadas, para que recurran al discernimiento espiritual y eviten el caer en la trampa del diablo que les lleve a estar sujetas a hombre infieles e inmaduros.
La segunda cosa es la capacidad para ejercer su libertad de manera plena e integral. Creo que dos cosas que incapacitan a las mujeres para ejercer su condición de libres son el anhelo y el temor. El anhelo resulta de su renuencia a renunciar a esperar que su hombre cambie. Se obligan a creer que todo mejorará, que su amor será aprendido y correspondido, que ellas serán reivindicadas. Si el mero deseo engaña, el anhelo lo hace más. Y, a mayor anhelo no correspondido, mayor el temor. Primero, a perder lo poco que se tiene. Después a no poder hacer la vida en libertad. Caen en la trampa del engaño y propician más y más su propia destrucción, como dice Erich Fromm: Cuanto más el impulso vital se ve frustrado, tanto más fuerte resulta el que se dirige a la destrucción.
A las mujeres que se encuentran en esta condición les conviene recordar que, en Cristo, somos más que vencedores. Que su amor es suficiente para empoderarnos y así recuperar nuestra identidad. Que podemos ser libres del poder de nuestras emociones y que, en Cristo, tenemos los recursos para enfrentar el reto de nuestra dignidad. Además, que quienes se refugian en Cristo gozan de su protección y ayuda. Que pueden superar cualquier circunstancia y aun perdiendo lo que más anhelan, pueden permanecer firmes en la vida, recuperarse a sí mismas y enfrentar lo que tengan que enfrentar. Cristo en ellas y con ellas es el principio del camino que les lleva a recuperar la plenitud de su identidad: imagen y semejanza de Dios.
Mujeres, caminamos con ustedes.
[1] Del espíritu o relacionado con la parte inmaterial del ser humano a la que se atribuyen los sentimientos, la inteligencia y las inquietudes religiosas; se utiliza en contraposición a lo material.
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