La familia bajo fuego

Marcos 3.25 TLAI

IMG-20190309-WA0005Después de la mente, el terreno por excelencia de nuestras luchas espirituales es, precisamente, la familia. Ello, porque nada de lo que pasa a los miembros de la familia en lo individual les afecta única y exclusivamente a ellos, todo tiene un efecto multiplicador que termina afectando al todo de la familia. Se trate de cosas buenas o de cosas malas. Lo mismo sucede a la inversa, las dinámicas del sistema familiar terminan afectando a cada uno de sus miembros en lo particular, de diferente manera y en distintos grados. Lo que, genera a su vez, otra dinámica de afectación a los miembros y al todo de la relación familiar.

Siendo las cosas así, resulta interesante el hecho de que la Biblia poco nos dice, alerta o recomienda sobre la importancia y el cuidado de las relaciones familiares. De hecho, el número de veces que el Nuevo Testamento se refiere al ser familia y a la manera en que esta se relaciona es menor a diez. Diez son, apenas, las citas bíblicas que las Sociedades Bíblicas Unidas recomiendan para el estudio del tema. Quizá ello contribuya a darle una dimensión especial al hecho de que nuestro Señor Jesús se refiera a la familia como un modelo que permite una mejor comprensión de las cuestiones espirituales.

En su breve y compacta referencia, nuestro Señor destaca dos elementos fundamentales del ser de la familia. El primero, es que parece asumir que la familia es una estructura. Se refiere así a la familia como un conjunto de relaciones que mantienen entre sí las partes de un todo. De hecho, el término traducido al español como familia, oikia, también puede traducirse como casa, como vivienda. Creo que esto añade un factor importante: la familia es una realidad temporal y territorial. El segundo elemento lo encontramos en el énfasis que el Señor hace del conflicto interno como la razón de la posible destrucción de la estructura familiar. Creo que, sin desconocer que la familia está sujeta a presiones externas, el Señor destaca que el verdadero riesgo para las familias se encuentra dentro suyo.

Hemos elegido como el tema general de nuestras reflexiones la frase: La Familia Bajo Fuego. Con ello queremos destacar las circunstancias de crisis que la familia, como institución, y las familias, en lo particular, estamos enfrentando. Muchos son los que se ocupan de los retos que significan tanto el desgaste del modelo tradicional de familia -sea este el que sea-, como la aparición de modelos familiares alternativos. Dada mi convicción de que la familia, como todos los entes vivos, vive una constante evolución consideraría que su principal reto no está en aquello que pasa fuera de las unidades familiares, de los sistemas familiares particulares, sino de la capacidad que estos tienen para adaptarse a los cambios sociales. Capacidad que, en mi opinión, resulta del propósito compartido, entendido y asumido, de los miembros de tales núcleos familiares respecto de lo que asumen ser como familia.

Cada vez estoy más convencido de que el sentido de misión de la familia no viene ni en los genes ni en los afectos familiares. Es decir, que participar de un sistema familiar en particular no significa, necesariamente, el asumirse familia, el considerarse miembros los unos de los otros y asumir como propios los propósito, los compromisos y las obligaciones que ello implica. En otras, palabras, propongo que el hacinamiento de diversas personas bajo un mismo techo no las convierte, en automático, en familia. Independientemente de los lazos que les unan. Ser familia, por el contrario, requiere del que quienes pretenden serlo se reconozcan mutuamente como miembros los unos de los otros. Es decir, que sin perder ni renunciar a su individualidad, asuman que son más que meros yo en relación mutua y que acepten, promuevan y privilegien el ser nosotros.

La unidad familiar, con su consecuente fortaleza estructural, es una cuestión de propósito, antes que genética o afectiva, insisto. Cuando nuestro Señor Jesús se refiere a lo que puede destruir a la familia se ocupa de las peleas de los unos con los otros. Si la unidad dependiera de cuestiones genéticas o afectivas, esta no sería destruida por las peleas, se trataría de una unidad subyacente. Es decir, que permanecería sosteniendo la estructura familiar a pesar de todo: alegrías, tristezas, peleas, reconciliaciones, etc. Pero, Jesús advierte que una casa dividida contra sí misma… no puede permanecer. O, como lo indica la traducción NTV: Una familia dividida por peleas se desintegrará.

Resulta interesante que la palabra traducida como peleas, significa tanto dividida en partes, como, separada en facciones. La primera definición se refiere a la incapacidad de los miembros de la familia para desarrollar y fortalecer el llamado sentido de pertenencia. No se trata de la existencia de animadversión o de conflictos, sino del simplemente no asumirse, considerarse, parte de los demás. De pensar la vida familiar en términos de yo y ellos. Cada vez vemos más esto en las familias contemporáneas, desde las parejas, quienes, para decirlo en términos coloquiales, se asumen como socias y no como uno solo. Génesis 2.24 TLAI El segundo significado implica la existencia de conflictos no resueltos que han tenido la capacidad para separar a quienes fueron una unidad y para propiciar la aparición de facciones, es decir, de grupúsculos encontrados entre sí. Hay familias en las que se han formado bandos antagónicos que permanecen en modelos de relación tóxicos, mismos que aunque los mantienen juntos los separan más y más.

Hasta aquí esta que pretende ser la introducción al tema de La Familia Bajo Fuego. Hace unos días, al pasar frente a un edificio caído el 19 de septiembre de 2017, me pregunté ¿cuándo habrá empezado a caerse este edificio? Porque, seguramente su caída no empezó con el temblor, este sólo violentó el proceso de destrucción interna que el inmueble estaba sufriendo. Que las familias sigan pareciendo estar juntas, que sigan haciendo la vida normal, no es razón para asumir que están sanas y fuertes. Conviene, en oración y búsqueda de la dirección del Espíritu Santo, ocuparnos de evaluar nuestras estructuras familiares. Después de todo, puede ser que también nuestra familia esté bajo fuego.

 

 

 

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