Testimonio en un ambiente de idolatría

Para los cristianos la Biblia es nuestra regla de fe. Ello significa que, en materia de fe (Dios, la salvación, la ética y la moral, etc.), juzgamos y calificamos todo a la luz de lo que la Palabra nos enseña. Por más interesante, atractiva y complaciente que resulte cualquier idea o enseñanza religiosas, nosotros vamos a la Biblia para comprobar la fidelidad de tales ideas o enseñanzas. Si estas no están de acuerdo con el pensamiento bíblico… las desechamos.

Vivimos en un mundo saturado de propuestas religiosas. Algunas de ellas parecen ser una novedad cuando realmente son las mismas enseñanzas erradas promovidas por el diablo desde siglos atrás. Todas ellas tienen como propósito el impedir que las personas sirvan al único y verdadero Dios. Algunas de estas corrientes religiosas son francas, abiertas, y declaran su propósito honestamente. Otras resultan más peligrosas en cuanto que toman elementos de la sana enseñanza y los mezclan con propuestas totalmente ajenas a la misma. Sin embargo, es esta mezcla la que las hace especialmente peligrosas y, paradójicamente, sumamente atractivas para las personas que viven en ignorancia de Dios y de su Palabra.

Como hemos dicho, el propósito original de las enseñanzas diabólicas es impedir que las personas conozcan y sirvan al único y verdadero Dios. Esto se logra en la medida que se alimenta el deseo de la gente de “ser como Dios”. Es decir, de decidir por sí misma qué es lo bueno y qué es lo malo. A esta gente Pablo la califica como “amadores de sí mismos”, y dice de ellos que “aparentarán ser muy religiosos, pero con sus hechos negarán el verdadero poder de la religión” (2T 3.5). Más aún, de acuerdo con nuestro pasaje, estas personas llegarán al momento en que “no soportarán la sana enseñanza; más bien, según sus propios caprichos, se buscarán un montón de maestros que solo les enseñen lo que ellos quieran oír. Darán la espalda a la verdad y harán caso de toda clase de cuentos”. (2 Timoteo 4.1-5)

“Toda clase de cuentos”. Para que los cuentos sean creídos se requiere tanto de la habilidad del cuentista como de la disposición de quien los escucha. Esta disposición está determinada por los intereses del oyente. Es a esto a lo que Pablo llama “caprichos”, sus deseos. Un periodista se ha referido a las multitudes que año con año abarrotan nuestra Ciudad en diciembre, como “un pueblo de huérfanos que necesitan de una figura paternal fuerte”. Y en verdad, detrás de tanta emoción y alboroto se esconden necesidades profundas e insatisfechas que llevan a la gente a desear con pasión una salida de su condición actual. Sin embargo, se trata de que la salida de su condición actual sea una que les beneficie sin comprometerlos ni obligarlos a salir de la comodidad de sus pensamientos y tradiciones.

Por ello están dispuestos a creer en cuentos, historias falsas. Al profeta Isaías se le advierte que la gente que no está dispuesta a escuchar la sana enseñanza (por el compromiso y sufrimiento que esta incluye), pedirá: “No nos cuenten revelaciones verdaderas; háblennos palabras suaves; no nos quiten nuestras ilusiones” (Isaías 30.10). La Biblia Latinoamérica traduce esto así: “No nos comuniquen la verdad, sino que, más bien, cuéntenos cosas interesantes de mundos maravillosos”.

Entre otros medios, el semanario Proceso ha publicado una serie de artículos que demuestran que la pintura de la Virgen de Guadalupe fue pintada por “manos humanas”. Investigadores destacados, restauradores reconocidos e historiadores serios dan testimonio tanto del origen humano de la pintura referida, como de la no certeza histórica de la existencia de Juan Diego. Sin embargo, creer estas verdades representa la necesidad de renunciar a las ilusiones con que muchos alimentan su existencia. Desde luego, resulta mucho más emocionante creer en “cosas interesantes de mundos maravillosos”, que creer en la Palabra que transforma nuestra vida. Porque este es precisamente el atractivo de los cuentos, de las fábulas: No te obliga a transformar tu vida, pues todo lo que te ofrece son meras ilusiones.

La fe cristiana es una fe racional, no reñida con la inteligencia de las personas. La fe cristiana tiene que ver con el pensamiento antes que con las emociones. Por eso se basa en la Escritura, que “está inspirada por Dios y es útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud, para que el hombre de Dios esté capacitado y completamente preparado para hacer toda clase de bien” (2 Timoteo 3.16).

¿Cuál es nuestra tarea en estas circunstancias? Obviamente tendremos que enfrentar mayor intolerancia, incomprensión y experimentaremos el celo de Dios en nuestros corazones ante la manifestación burda de la idolatría. Pero debemos ser cuidadosos para enfrentar todo esto en el espíritu de Cristo. Y Pablo dice a Timoteo: “Pero tú conserva siempre el buen juicio, soporta los sufrimientos, dedícate a anunciar el evangelio, cumple bien con tu trabajo” (2 Timoteo 4.5).

Y es que Pablo tenía un secreto, sabía que las tinieblas no avanzan. -“La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron ante ella” (Juan 1.5)-. No importa lo que veamos, lo que escuchemos ni lo que padezcamos, Jesucristo sigue siendo la luz del mundo, la luz de México. Pero si las tinieblas no avanzan, la luz sí puede retroceder.

Y este es nuestro reto, fielmente sustentados en el espíritu de Cristo, debemos seguir iluminando con la luz que está en nosotros y no permitir que la luz de Cristo retroceda. No se trata de que nos entristezcamos al grado de la parálisis, ni de que nos enojemos con quienes viven en el engaño. Tampoco se trata de que nos desgastemos en discusiones estériles. Se trata de que, en medio de esta oscuridad, brillemos con la luz de Cristo.

Nuestros recursos son poderosos. Entre ellas, “la palabra de Dios que es la espada que nos da el Espíritu Santo”. “Porque la palabra de Dios tiene vida y poder. Es más cortante que cualquier espada de dos filos, y penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta lo más íntimo de la persona; y somete a juicio los pensamientos y las intenciones del corazón. Nada de lo que Dios ha creado puede esconderse de él; todo está claramente expuestos ante aquel a quien tenemos que rendir cuentas” (Hebreos 4.12-13).

Somos el pueblo de la Palabra.

 

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