Serán mis amigos

Juan 15.9-14

Ya me senté, pero por dentro sigo parado, dijo a nombre de todos nosotros aquel niño a quien su madre ordenó sentarse. Y es que, a nadie, o a muy pocos, nos gusta obedecer. Tener que hacerlo nos parece un acto injusto pues, consideramos el obedecer como una cuestión limitante de nuestra libertad. El problema empieza con lo que asumimos como nuestra libertad. Generalmente consideramos que la libertad es el derecho ilimitado que tenemos de hacer lo que nos venga en gana. La definición del término, sin embargo, asume que la libertad es, sí, el derecho de las personas para elegir. Pero, agrega, de manera responsable su propia forma de actuar dentro de una sociedad.

La responsabilidad limita las elecciones y la forma de actuar dentro de la sociedad. Además, la definición del término indica que la libertad es una facultad. Es decir, la capacidad o aptitud natural, física o moral que tienen las personas para realizar una cosa. Por lo tanto, actúa libremente quien tiene y ejerce las condiciones, las cualidades o aptitudes que le permiten crecer o progresar. El no crecimiento o la falta de crecimiento serían indicadores de que la persona no ha actuado libremente sino bajo la presión de fuerzas, internas y externas, que atentan contra su identidad. Que limitan quien ella es.

Aquí podemos proponer que la libertad resulta del quién se es. Y, que quien se es determina lo que le es propio y lo que no. Por lo tanto, predetermina aquello que la persona puede elegir sin menoscabo de su identidad y lo que no, es decir, los límites que su identidad presupone. La respuesta del pescadito, a la invitación de salir de la fuente a jugar, nos ayuda a entender mejor esto: —Yo vivo en el agua no puedo salir, porque si me salgo me voy a morir. —Mi mamá me ha dicho: “no salgas de aquí, porque si te sales te puedes morir”. El pececito tiene consciencia de su identidad y de sus circunstancias y, es en función de ellas, que elige libremente lo que le conviene.

Todos llevamos en nuestro corazón lo que C. S. Lewis ha llamado la Ley Moral. Crean o no crean en Dios los seres humanos saben aquello que les es propio y lo que no. En no pocos casos sus argumentos a favor o en contra de tal Ley Moral son cuestionados por las consecuencias de sus decisiones. Como en el caso de la Ley de la Gravedad, aquellos que libremente elegimos volar, terminamos cayendo al suelo. En el caso de nuestra no consideración a las cuestiones morales, sean estas del tipo que sean, descubrimos que la consecuencia más nefasta es aquella que nos hace tomar consciencia de la pérdida de la comunión con Dios. Que nada puede acallar definitivamente esa convicción-sensación de que hemos dejado de estar en el equilibrio que resulta del poder acercarnos libre y confiadamente al Señor.

En tal sentido puedo proponer que, así como las enfermedades sicosomáticas resultan de los conflictos sicológicos, estos resultan de la pérdida del equilibrio que produce el vivir eligiendo lo que es propio de nuestra identidad y naturaleza. Jesús, nuestro Señor y Salvador, explica que la obra del diablo consiste en robar, matar y destruir. Juan 10.10 Y, no debemos olvidarlo, la obra satánica se basa en una falsa promesa. En efecto, la serpiente aseguró a Eva: Eso es mentira. No morirán. Dios bien sabe que, cuando ustedes coman del fruto de ese árbol, serán iguales a Dios y podrán conocer el bien y el mal. Génesis 3.4, 5 Ese podrán conocer el bien y el mal, no es otra cosa sino la promesa de que serían capaces de decidir, por sí mismo, lo bueno y lo malo. Es decir, podrían volar sin riesgo de que algo como la tal Ley de la Gravedad los hiciera caer al suelo.

Pecar, errar el blanco, no es otra cosa sino tomar decisiones equivocadas, desobedecer. Y, el pecado: da como pago la muerte, asegura el Apóstol Pablo. Romanos 6.23 PDT Muerte, a veces física, pero, sobre todo, separación. Enemistad entre Dios y el pecador. Vivir cerca de un enemigo es difícil, vivir llevando al enemigo dentro nuestro es aterrador. Y, es esto precisamente lo que sucede respecto de nuestra enemistad con Dios. Los seres vivos somos animados por el Espíritu de Dios, el aliento de Dios mismo es nuestro espíritu de vida. Esto explica por qué en la vida nos resulta más fácil resolver los conflictos, racionalizar nuestras decisiones, enfrentar las consecuencias, etc., cuando se trata de terceros y no cuando se trata de nosotros mismos.

El capítulo 15 de Juan es un tratado acerca del amor y la reconciliación entre Dios y los hombres. En este, Jesús abunda en cuestiones torales tales como el amor, la re-conciliación, la unidad y la permanencia de los lazos vitales. De manera tajante, Jesús recuerda a sus discípulos: pues separados de mí, ustedes no pueden hacer nada. Y, como si no poder hacer nada no fuere suficiente maldición o pérdida, agrega: Pero el que no permanece en mí, será desechado como una rama inútil que se seca. Después se recogerán las ramas secas, se echarán al fuego y se quemarán.

Jesús, contra idea que nos gusta tener de él, nos confronta con la ira de Dios. Establece que quien no toma las decisiones que le son propias, que quien desobedece lo que Dios ha establecido como propio para él, enfrenta la enemistad del Señor y esta se convierte en castigo definitivo y definitorio. Establece que la desobediencia tiene como consecuencia última la separación eterna entre Dios y los hombres.

Es aquí donde toma relevancia la declaración de Jesús: Ustedes son mis amigos, si hacen lo que les mando. Con esto denuncia que, así como la desobediencia enemista a Dios con los hombres y viceversa, la obediencia tiene la facultad de amistar a los que antes eran enemigos. Y que, si bien la obediencia no es, siempre, motivo de gozo, de alegría, el fruto de la misma sí lo es. Les digo todo esto para que sean tan felices como yo. Juan 15.11 ¿Qué es lo que les ha dicho? Que él y el Padre están unidos por el amor que resulta de su obediencia: Les aseguro que yo, el Hijo de Dios, no puedo hacer nada por mi propia cuenta. Sólo hago lo que veo que hace Dios, mi Padre. Juan 5.19

Quien obedece, se priva, renuncia, sí, pero a lo que no le es propio. Quien obedece sólo elige libremente aquello que le es propio y que le permite crecer y prosperar. Aquello que le permite vivir la vida abundante a la que ha sido llamado. A esto les llamo, a esto los convoco.

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